La “unanimidad democrática”
Por: Abogado Nelson Hurtado Obando
Twitter: @abogadohurtado
Fueron aquellos tiempos en los que por su sentido y valor “las promesas de campaña” no dejaban confiado su apoyo y garantía como en “las manos de un enemigo” la amenaza revocatoria.
Fue la época de la patria de las promesas, sí, esa patria que se nos quedó en el alma desde la escuela en el diario vivir y de la que no olvidamos su triple “password”: himno, bandera y escudo; esa patria que descubrimos y conquistamos con la “Carta a García” nuestro “GPS” o mayor desarrollo tecnológico y una cajita de madera multiusos que contenía “las regletas de color”, un estantico burdo de madera que llamamos biblioteca donde reposaban Pombo, Esopo, Fedro, La Fontaine…y en medio de las selvas de olor y verde fresco las reuniones y asambleas de los animales casi todas presididas por el rey León y en las que no era menos importante el “pobre burro” a pesar de sus ojos condenados eternamente solo a “mirar sus cuatro cascos”.
En esa patria de las promesas la única cura definitiva para un dolor de muela llegaba cada seis meses con el odontólogo que enviaba el gobernador desde la capital y el cual traía dos opciones: sanar la carie rellenando la muela con amalgama de “platino” o extrayéndola y sin exageración casi que con un alicate o unas tenazas y ni qué decir de la remisión de un paciente a la capital en volqueta o en camión…pero se remitía y si regresaba vivo lo hacía bien sentado en el bus o línea y si muerto en el féretro de madera fina en el capacete de un camión…doblaban las campanas…el pueblo se hacía muchedumbre, los huertos siempre tenían cartuchos blancos y a pesar de la muerte la vida siempre estaba florecida, la soledad no acompañaba ningún sepelio en la patria, aquella, que fue la patria de las promesas.
Impura, imperfecta, inculta, era la democracia y la patria de las promesas, aquellas en la que estábamos vitalmente “interconectados” por el más veloz “internet”: un hueco hecho en el anjeo de alambre que separaba los solares de las casas y a través del cual se completaba de cada quien su “mínimo vital” en la ofrenda que unos a otros hacían de productos traídos de sus fincas: una mano de plátanos o de bananos, una “yuca de algodón”, huevos frescos, un quesito o una bola de mantequilla, una “pucha” de fríjoles verdes, etc.
Fue la época de la patria y de la democracia de “…los mundos sutiles
Ingrávidos y gentiles…” y que como a las novias descorazonadas, no sabemos cuándo, pero, “pasó lo que tenía que pasar”.
Nos prometieron sepultar esas viejas democracia y patria de promesas, de los “elefantes blancos, las obras inconclusas, los peculados, la inseguridad en todos sus niveles…”.
No es añoranza por el pasado y mucho menos afirmar que “todo pasado fue mejor”.
Pero, es la sospecha, que talvez fuimos anticipados al “metaverso” y que entre la democracia y la patria de las promesas en su tránsito al Estado Social de derecho y democracia participativa [estado de bienestar] fuimos despojados de palabras-conceptos y de sus sentidos y valores de tal modo que la democracia y la patria de promesas, en contextos de escasez y pobreza eran vitalmente vivencias de tendencia al bien común a lo que frontalmente resulta antagónica la actual “democracia y patria de programas de gobierno, POT, Planes de desarrollo” y a pesar del contexto de abundancia de recursos económicos, fiscales, científicos y tecnológicos.
Es sutil la diferencia y mayor el equívoco; si en la democracia y en la patria de promesas reinaba la afirmación que “la voz del pueblo era la voz de Dios” en la democracia y en la patria de “programas de gobierno” se proclama que “la voz de dios es la voz del pueblo, grata a sus oídos”.
Democracia y patria de programas de gobierno, de tal modo que <<dios tomó cuerpo y “en su voz” creímos que hablaba el pueblo>> y no importó que “su palabra tiene sentido, valor y precio” en tanto <<es dios de un pueblo “sin voz y sin palabra”, moldeado a su propia y útil imagen y semejanza” vaciando de todo contenido plausible de sentido y valor la promesa de bondad a la familia humana.
De tal manera que hecho dios de “la revocatoria” su refugio, laberinto inexpugnable a través de “todo su poder y su gloria” y a buen recaudo con toda su armería en las manos de insaciables centinelas que modulan el séquito de plañideras.
No había discusión en la democracia y en la patria de promesas respecto a que a pesar de la poca ilustración y de la montaña de defectos que como personas nos habitaban, además de la creencia, teníamos confianza en elegir a los mejores prójimos, a los mejores ciudadanos bajo una sola causa: procurarnos el bien común y a buena fe que lo logramos: carreteras hechas a pico y pala, escuelas rurales edificadas en terrenos de los que no dudaban en desprenderse sus propietarios, carreteras y acueductos que no requerían de expropiación, ni paga de las fajas de terreno que cruzaban, restaurantes escolares cuyas provisiones no estaban mediadas por contratos, ni por paga del erario…
Así, en esa democracia y patria de promesas, se vivía la democracia y para la democracia en el bien común y las posibilidades democráticas en orden riguroso en toda elección o nombramiento, no eran sino dos: elegir o nombrar al mejor o equivocarnos y elegir o nombrar el peor, caso en el cual la solución constitucional y legal administrativa era de minúsculo expediente.
En la democracia y patria de programa de gobierno, nada está unido y todo está atado, maniatado y prisionero; el dios ya no dividió el mar para que pasara su pueblo, no; el dios aprovechado de su “infinita sabiduría” sometió a “su pueblo” a “fisión democrática” y en “reacción en cadena” y sin desaprovechar tampoco la [con]fusión propia de la megalomanía se solaza impertérrito en la contemplación de la estela de un barco que naufraga.
Es la enorme diferencia entre una democracia y una patria de promesas y una democracia y una patria de programas de gobierno; es la diferencia que ponen la bondad, la comunidad y el bien común frente a la utilidad, el interés, el ánimo de lucro; es la diferencia entre tender al bien sin alcanzarlo y el romper y hacer añicos la esperanza, la buena fe, la civilidad, el civismo, que rompe entre los animales humanos la palabra y con ella la familia humana, la humanidad y el humanismo…quizás por eso muchos somos los que sentimos que los animales de especies inferiores nos aman y nos aman de verdad o por lo que muchedumbres se han entregado a “las lisonjas tecnológicas y de las redes sociales”.
A la familia humana en la democracia y en la patria de programas de gobierno, no puede ser opción elegir o nombrar entre: buenos, tibios, regulares, malos y mucho menos bajo la opción de no-libertad, de no-dignidad humana que es a lo que nos conduce la “unanimidad democrática” eligiendo o nombrando “al menos malo de todos”.
Nada puede ser la democracia y la patria de programas de gobierno, si aun llegando a tener y de verdad, todas las manos desarmadas, el alma, el corazón, la mente y el espíritu de cada hombre y ciudadano siguen a reventar de interés, de ánimo de lucro personalísimos, de ventaja indebida, de trampa, de codicia, en un ir de legítima competencia a impúdica guerra de sobrevivencia bajo la ley del “sálvese quien pueda”. Nadie puede hacerse abogado, en la esperanza de hacerse hombre. Hay silencios de ensordecedor ruido de unanimismo, consenso, transacción que no son nuestro destino.