Que la Navidad no sea en octubre. Columna del Abogado Nelson Hurtado Obando. Twitter: @abogadohurtado
En el contexto de la democracia y sus amenazas y peligros, esta proposición plantea que a lo largo de la historia, la humanidad nunca ha sabido adónde va; antes de ahora tenía la esperanza de saber adónde era llevada, pero la esperanza también ha sufrido de "obsolescencia programada” en el sentido de que ha perdido su relevancia y efectividad debido a las amenazas y peligros que enfrenta.
La democracia, como forma de gobierno basada en la participación ciudadana y la protección de los derechos individuales, ha sido considerada durante mucho tiempo como un sistema político que asegura el progreso y el bienestar de las sociedades. Sin embargo, en la era moderna, se han manifestado varias amenazas y peligros que socavan su validez, vigencia y efectividad y sus promesas de llevar a la humanidad hacia un futuro mejor.
El surgimiento de líderes populistas y autoritarios y la “resurrección fétida” de ideologías derrotadas por la historia, representan otros peligros. Estos líderes se aprovechan de las preocupaciones y el descontento de la población para ganar apoyo, prometiendo soluciones simples a problemas complejos. Sin embargo, una vez en el poder, socavan las instituciones democráticas, debilitan los controles y equilibrios, y erosionan los derechos y libertades fundamentales. Esto lleva a una pérdida de esperanza en la capacidad de la democracia para proporcionar una dirección clara y segura hacia un destino ideal que por tal no menos plausible. Algún dulce sabor nos deja las utopías y muy distinto al sabor amargo que ya nos procuran los primeros pasos a la ostensible distopía.
Con el advenimiento de las redes sociales y la facilidad para difundir información, se ha vuelto cada vez más difícil discernir entre la verdad y la mentira. Los actores malintencionados aprovechan esta situación para socavar la confianza pública en las instituciones democráticas y hasta algunos medios de comunicación legítimos, sembrando la desinformación y la polarización.
En Colombia a la sociedad hasta se le ha despojado de “la esperanza de creer saber hacia dónde es llevada” y no por virtud de confusión entre percepciones, sino por razón de acciones ejecutadas.
La sociedad no es capaz de establecer que la información, por lo general no es siempre saber o conocimiento, con grave daño a las instituciones democráticas, a sus autoridades y a la credibilidad y la gobernabilidad erosionando la esperanza de obtener una visión clara y precisa de hacia dónde se “se lleva a la sociedad”. Es la crisis de liderazgo, es la ausencia y el vacío de sentido y valor del bien común.
El pasado martes 23 de junio por lo que respecta a la Gran Marcha Democrática depuramos más nuestra proposición inicial y seguimos sosteniendo que no podemos llegar al “punto de no retorno” con ellas e insistimos en cómo pueden ser arma de doble filo que aprovecha el presidente que ya ha dicho: “ahora hay unas marchas contra el gobierno nuestro mayor deber es cuidarlas que no pase nada con ningún manifestante esa es la expresión del talante democrático el que aquí se puedan expresar como quieran, siempre que se respeten los derechos, contra el mismo gobierno y no pase nada no pase nada creo que esa es la esencia misma de la democracia…”
Es obvio que alguna logística está detrás de la convocatoria y organización de las marchas; pero eso no habilita a sostener que todos los marchantes responden a la convocatoria per se, no. En la marcha de Medellín fueron muchísimos los asistentes libres de la convocatoria misma, sólo por la oportunidad, haciéndolo desde sus propios ámbitos de libertad y autonomía, desde sus propias percepciones y la concienciación de ellas y la activación de sus propias inteligencias críticas. A las marchas asistieron miles de conciudadanos sólo por las razones de patria, libertad, orden y democracia.
En Medellín asistió la “juventud de la edad adulta”, signo y símbolo del coraje democrático y del amor por la libertad puesto en altísimo obelisco por un hombre de por lo menos 80 años, amputado de su pierna derecha y en muletas que hace todo el recorrido de la marcha desde la avenida Oriental hasta “La Alpujarra”.
Sólo un presidente que jamás en su puta vida le ha dado un golpe a la tierra, que no ha tenido ni siquiera un sólo empleo o trabajo digno y honroso puede atreverse a escupirle en la cara al pueblo de Colombia que: “a la marcha de la mayoría sólo asistió la clase media arribista”.
Mal hecho y visto [y así fuera en ejercicio de sus derechos], que candidatos a gobernaciones y alcaldías estuvieran en la marcha como “vedettes” repartiendo abrazos y besos a diestra y siniestra cuando son, sin distinción alguna esos políticos y congresistas antioqueños que durante más de tres años no han dicho “ni mú” frente al saqueo quinterista de Medellín y en un acto grotesco e irrespetuoso hasta recogiendo “apoyo” para inscribir sus candidaturas por firmas.
Inocultables sus caras lujuriosas como respondiéndose para sus adentros y por la marcha que veían sus ojos, como: “A este marrano le adelanto su navidad para octubre”.
De ahí nuestra advertencia temprana: si no mantenemos la independencia de las marchas, sólo cívicas, civilistas y democráticas, en octubre le anticiparían la "Navidad al marrano", con excongresistas aspirando a alcaldes, concejales, gobernadores y diputados hasta en cuerpo ajeno bien encofrados y camuflados en el “petrismo y en el contratismo” y que serían luego plataforma de lanzamiento de no pocos congresistas y excongresistas del mismo actual Congreso, el más felón y corrupto que haya tenido la República.
Si la logística que ampara la convocatoria a las marchas se desvía hacia los “acuerdos, pactos, concertaciones y consensos” político-electorales, que como tales repugnan a la democracia [aunque no le guste a Luz María Tobón], sería nada más y nada menos que destruir el germen de civilidad y madurez política que empieza a percibirse entre la ciudadanía y volver a épocas pasadas en las que los destinos de la patria se “contrataban y repartían en sanedrines y conciliábulos” de los que hablaba el gran William Jaramillo Gómez. Diríamos parafraseando a Calderón de la Barca que: “La democracia es marcha y las marchas, marchas son” y ahí se los anticipa Petro en la cita hecha párrafos atrás.
Dijo Platón "La democracia suele ser la cuna de la tiranía", pero como el desprecio por la filosofía es in crescendo y casi todos leen tan bien con los ojos no ha quedado tiempo para leer que Platón también nos invitó a comprender que desde su esencia la democracia debe ser la muerte y sepultura de la tiranía, de toda tiranía. Es aquí donde se hace insustituible el imperativo de mantener la independencia de las marchas, sólo cívicas, civilistas y democráticas, para que en octubre no se le anticipe la "Navidad al marrano pueblo" de Colombia. No es poca la apuesta frente a un gobierno con la Constitución, el congreso, el registrador y el erario en sus bolsillos. ¡No más “Lampedusianismo”.
Sin plaza pública, no hay democracia y a las marchas hay que nutrirlas de deliberación y cultura, de civismo, de debate, de discurso, de oratoria, de retórica; no son suficientes nutrientes las arengas y jingles contestatarios, no es suficiente la criticadera sin crítica, ni son suficientes la alabanza estúpida de las excelsas virtudes de los propios, ni el vituperio con ardentía de los contradictores. Insuflar fuego a las pasiones y a las emociones es acto demencial de una sociedad que no tiene Dios y tiene dioses, una sociedad de individuos sin corteza cerebral prefrontal y con padecimiento severo de por lo menos doble anomia o anomia reforzada que alcanza la dimensión de la “anomia del otro”.
Reiteramos que a la democracia le son repugnantes el consenso, la concertación, pacto o acuerdo. No hay democracia sin disenso y mucho menos democracia de “tome o déjalo” pues no sería más que un acto de “ajuste de precios de la democracia” o un “ajuste de cuentas” entre criminales como se percibe en Colombia a través de los ignominiosos hechos recientes de “te pago para que no peques” al menos tan públicamente.
Desde la “anomia del otro” es un desastre que sean el mismo presidente y el mismo congreso los que incurran en numerosas y presuntas violaciones del orden Constitucional y legal al amparo de fueros e inmunidades y de la conversión de la “representación sin mandato” en una patente de corso que actúa como eficaz diluyente de la romántica “soberanía del pueblo”, entelequia sin sentido y sin valor y sin posibilidad de acción práctica alguna en Colombia con todos sus aderezos de “democracia expansiva”.
Ante este “estado de cosas…” pocas son las voces de los abogados, de los juristas y de la academia que se han alzado ante hechos de horror que recién han ocurrido. Tal vez es consolidación de la distinción sustancial que existe entre un político que se hace abogado y un abogado político, este último un ser humano y como tal a buen decir de Aristóteles “un ser político por naturaleza” y porque por su condición es la de una vocación que ejerce profesional y políticamente en tanto componente esencial de la comunidad humana en la que está inserto. La profesión se ejerce entonces políticamente, pero con absoluto desapego y desarraigo de las propias y legítimas convicciones ideológicas, de los credos políticos o religiosos, del partidismo y del sindicato, o cofradía so pena de caer en la criticadera sin crítica y bajo la impronta modulada de los “Juristas del horror” que sucumbieron igual que sus reos en la Alemania de Hitler.
El político que se hace abogado quizás es un pobre hombre que ansía su propia libertad transitando un camino que siendo recto lo torna oprobioso y lleno de curvas.
Ante el “estado de cosas…” presuntamente ilegítimas, inconstitucionales e ilegales y hasta “contra la humanidad” que vienen sucediendo bajo la “férula blanda” del gobierno Petro, la percepción general es la de un inexplicable silencio de los abogados en Colombia. Muy políticos y muy poco abogados, ocupadísimos persiguiendo incisos de “fundamentalismos y garantías” y esquivando el diálogo, el debate, el análisis del oscuro fondo en que yace el hombre, el prójimo, el conciudadano, la familia. A la defensa de la libertad hasta bastaría el natural sentir y discernir de la piel sobre el mal del peligro y el daño y la gratificación del bien, en los límites inmodificables y primigenios de la libertad humana: huir o luchar.
La esencia del abogado como ser político no se agota en el abrazo irrompible a los estatutos legales penales, civiles, administrativos, laborales, etc., ni al discurso de los “derechos y libertades” sin correlatos de deberes y responsabilidades desde los cuales termina imperando la peor de las tiranías: la de las leyes y por manos de los jueces.
La gran misión del abogado no son las “pequeñas causas” sino las grandes causas, las de la humanidad misma con el sentido y el valor de ser continente de todas las “pequeñas causas” esas que aisladas no llevan al abogado más allá de ser el “ganapanes” de que habló Couture, no importa que el “click” en Youtube, Zoom, Meet, Twitter les reporte un peso o mil millones, el “ascenso social” o la “cúpula en la burocracia”. Como la vida, el derecho no es de “minutas”. ¡Qué lejos nos ponemos, cada vez más, de la humanidad que demanda más acciones y menos teoría!
Grandes aportes de inteligencia y acción son los deberes de la comunidad jurídica en este tiempo convulso, de “paloterapia” a la democracia.