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¿Presencialidad o virtualidad? Columna del Abogado Nelson Hurtado Obando @abogadohurtado

6/26/2021

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¿Presencialidad o virtualidad?

Por: Abogado Nelson Hurtado Obando

“Ni tan cerca que queme al santo, 
 ni tan lejos que no lo alumbre”
Tal vez fue en esas clases de filosofía del bachillerato donde alcanzamos meridiana claridad respecto al hombre como fin en sí mismo, de lo que nos quedó flotando por muchos años la consecuencia, que el hombre no debe malbaratar las palabras y menos la palabra, tratando de argumentar para justificar todo aquello que sea un medio o instrumento, por cuanto respecto de ellos, solo puede existir una única justificación: la utilidad, el lucro, el pragmatismo, la practicidad; quizás por ello la clase siguiente, era la de artes manuales: casitas de palillos y colbón, tejeduría con mimbre, un velero entre una botella y también “punto cadeneta y cruz”.
 
En esa línea y sin ninguna duda, muchos de esos que somos “aventajados para llenar la cabeza con murciélagos”, aprendimos que la tecnología es caballo de Troya y caja de Pandora cuyas partículas componentes no permanecen en perfecto equilibrio y a pesar de aparecer como “hermosa flor”, de la que vemos su belleza, pero no miramos su hermafroditismo.
 
Digamos que, ha empezado el segundo tiempo de un juego de ping-pong que había sido suspendido por el problema de marca mayor que nos agobia: la pandemia y de la que resueltamente ya, cierta gente resuelve con el solo decir: “entonces qué, nos encerramos y no volvemos a salir, en cualquier parte nos podemos contagiar; entonces, a la calle”, expresiones que apenas si dan cuenta del escaso porcentaje que nos queda de amor por la vida y por el respeto, propios y hacia los demás. Esa gente, del solo aquí y ahora, que, del mañana, nada nos ha de preocupar.  
 
En este segundo tiempo del partido, ha vuelto a florecer la preocupación de “presencialidad o virtualidad” y con gran vehemencia en otro “round” entre administración de justicia [justicia], servidores de la Rama Judicial y abogados en ejercicio.
 
No somos enemigos de la tecnología y podemos contar entre nuestros haberes, el haber podido maquetar, en sueños, [que llenaron la cabeza de abogado] el primer software [Apolo] que un alma gemela programó, poniéndole el alma de abogado, de juez y de simple ciudadano, de tal modo que, un click, uno solo, bastara como el grifo de acueducto, a calmar la sed en el ámbito de soluciones en el servicio de administración de justicia. 
 
Con un “módem” chicharra y una línea telefónica, entre los años 2000-06,  con el incipiente sistema conectamos juzgados de Rionegro, Envigado, Bello, algunos de Medellín y en experimentación un juzgado del Amazonas y otro de la Guajira, de tal modo que cualquier abogado que estuviera en Medellín o en cualquier lugar del mundo, no solo recibía [en ese entonces] un mensaje SMS en su celular, cuando en sus procesos se producía alguna actuación, sino que además podía leer fidedignamente el contenido de todo auto o sentencia, sin tener que ir a las sedes de los juzgados en esa rutina de “revisar procesos”, a desgastarse y a desgastar a los empleados de los juzgados. 
Cuánto nos apoyó la dirección administrativa seccional de la rama judicial en Antioquia; en ese camino, fuimos citados ante el director de Rama Judicial en Bogotá y expusimos durante varias horas el proyecto en funcionamiento, de tal modo que quince días después enviaron un ingeniero a Medellín a evaluar el software para proyecto piloto en Antioquia. No tomábamos fotos, ni escaneábamos nada para “subir a alguna página web”; no. Era un sistema. Lo mismo se hizo ante el pleno de magistrados del Tribunal Administrativo de Antioquia, con el apoyo de una exmagistrada que creyó en nuestro sueño.
 
Avanzamos así durante tres años, hasta que a otra magistrada se le dio por pensar que “con la información pública de los juzgados, no pueden enriquecerse los particulares” y empezó el calvario, por el sueño mismo, por lo invertido, por los empleados. Era irresistible que ese software [suave rutina], fuera tan grato desde la cabeza de un abogado y no de un ingeniero. 
 
Fue el palo que se atravesó a la rueda de la carreta que empujábamos cuesta arriba. ¡Cómo te recuerdo Nelson Jones, programando lo improgramable! 
 
Casi tres décadas han pasado y la rama judicial no ha superado la página web y nos preguntamos: ¿qué habría pasado en la administración de justicia, si al momento de iniciar la pandemia, no hubieran existido los ya robustos softwares de transmisión de audio-video como Zoom, Google meet, etc?
 
No tenemos aún en la rama judicial un sistema interactivo y menos cuando lo que tenemos está mediado por el correo electrónico con su limitación para transmitir archivos grandes y a veces con la incertidumbre respecto de la hora de recepción en servidores de destino cuando son enviados a algún despacho judicial, con las inherentes consecuencias jurídico legales, por la limitación de recibo oportuno hasta la hora laboral de atención de cada despacho judicial.
 
Talvez lo anterior despierte la benevolencia [tan siquiera], de los que acomodan en sus bibliotecas gordos tomos de tratados de derecho, en cuyas pastas de cuero, se estampan sus títulos en letras de oro; gordos tomos que, a pesar de tanto ser estudiados una y otra vez, nada explica, [que como en la rueca], terminen “sus lectores” hilando tan delgadito y hasta con decidida mala ortografía. 
 
Vitalmente, en nuestras interrelaciones, siempre nos hemos hallado sin tiempo para ser breves.
 
Cual caja de Pandora o como caballo de Troya, eso es la tecnología; cargada de semillas de bien y de mal, de tal modo que un click basta para que florezca solo mal o para que florezca solo bien, o que sea un jardín equitativo: la neutralidad tecnológica, de la cual no solo tenemos dudas razonables, sino convicciones rotundas respecto de la imposibilidad de su existencia. Que no se nos diga que eso depende del cómo la usemos; infortunadamente y como verdad de a puño, no somos lo que deberíamos ser: usuarios de la tecnología. No tenemos conciencia de que, aunque sea gratuita, es altísimo “el precio que se paga por ella”.
 
Ahora, a la pandemia se suma una nueva cepa: presencialidad o virtualidad [tecnología] en la administración de justicia y confundida como la justicia misma, en la indistinción entre medios-valores-fines, en sinonimia insoportable como de “valor y precio”.
 
Evidente que no podemos decir que la presencialidad no exacerba el riesgo de contagio y que un medio para su desaceleración no lo sea la virtualidad, lo que no tiene discusión; pero de ahí a justificar “argumentativamente” la bondad, per se, de la tecnología virtual, en la realización de la justicia sí es un despropósito, excepto en cuanto nos hallemos presos de sus “zonas de confort” y absortos con el producto del eficientismo, para afirmar que la administración de justicia operando virtualmente significa un enorme avance, para todas las partes en un proceso, a pesar de hallarse en lugares geográficos distantes y el consabido y discutible estribillo que una “justicia tarda, es una injusticia”, como suficiente a sostener como demanda indeclinable, que la rueca de la administración de justicia hile delgadito, de otro modo, eliminar la “obesidad atribuida a los gordos tomos”, lo que de manera incuestionable se logra con la “suave rutina” de ser fieles a los “manuales técnicos de hasta redacción y argumentación jurídica”, que remueven los “obstáculos: leer, releer, pensar, repensar, redactar y argumentar” para sanar así la cojera y el renguear de “la justicia” y en tanto un mundo hipersembrado de “pares y prohibidos”, nos obliga a andar por los atajos de la máxima brevedad, a la máxima velocidad. ¡Paradoja!
 
Debe quedar claro que no es posible seguir confundiendo la justicia, con la administración de justicia. En esto, que harto nos estamos pareciendo a los “carritos AGV” o iniciales procesos de automatización de múltiples tareas prácticas, es preciso reflexionar sobre cuán lejos o cerca estamos de dimensionar una administración de justicia [y al final la justicia] con base en la AI, desde la “red neuronal artificial”, cuyo soporte esencial para el derecho y la justicia, ha de ser en gran parte similar al algoritmo usado para la medicina y forjado [para los casos más exitosos] en su “entrenamiento” a base de imágenes-textos, lo que incluye la singularidad que “aprenda, modificándose automáticamente así mismo”, gracias al algoritmo backpropagation y al aprendizaje profundo o deep learning. ¿Cuál será entonces la jurisprudencia o el precedente jurisdiccional o la doctrina que la “red neuronal artificial” de la administración de justicia “elija” para la solución de un caso sometido a decisión de un juez? ¿Cómo “actuará” la “máquina moral” que precisa la tecnología y cuyo desarrollo [MIT] ya está en curso? ¿Qué diremos respecto a la tecnoerudición?
 
Ahora bien, no es lo mismo automatizar, digitalizar un expediente, que formar el expediente electrónico, para lo cual ya se promociona y sobre todo desde Europa la adopción de una Blockchain sectorial para la administración de justicia, por razón que, en principio, no debe ser pública y universal en el acceso.
 
El asunto toral a resolver, no es entonces, como aduce el ministro, que: “los ciudadanos claman por poder hablar con el juez” [cara a cara]. La coyuntura pandémica obliga al funcionamiento de la administración de justicia usando los medios tecnológicos disponibles: correo electrónico, sistemas de audio-video, útiles a la proximidad, a la inmediatez, etc., sin que en dicho contexto sea dable considerar como justificantes: <<descongestión de despachos, ahorros de recursos económicos, humanos, de desplazamientos o traslados de un sitio a otro de partes y apoderados, o la casi omnipresencia virtual en varias audiencias en distintos lugares y mucho menos el final del “gancho legajador y de la pita con su nudo judicial”>>
 
A mera vista, [como es la aprehensión del mundo actual], el funcionamiento virtual del “servicio público de administración de justicia”, coyunturalmente resuelve y en parte la adimensional crisis pandémica, pero, en lo específico nada nos dice respecto de la dualidad: derecho-justicia, como si se tratara de oscilar de alguna manera entre el utilitarismo de Bentham y las proposiciones de Rawls y la que sería la “e-única decisión correcta”. Así, mirar intentando la “aprehensión del mundo actual”, nos acarrea la sanción de la incorrección y la aceptamos.
 
Quizás nuestras usuales “indignaciones” contra la “justicia mediática”, no hayan sido más que “indignaciones de Alka Seltzer”, por cuanto lo que se ha dicho y escrito sobre “presencialidad-virtualidad”, justamente nos hace confesos y de manera clara con McLuhan de que “el medio es el mensaje”. ¿Tenemos “acceso a los medios” o pertenecemos a los medios? ¿Sabemos que, no sabemos que “ellos” ya saben más de todos nosotros, que nosotros mismos?
 
Nos confesamos cómodos en la inseguridad, con la virtualidad y ella debe continuar en el servicio público de administración de justicia y ante el hecho rotundo de la aún inexistente vacuna contra la covid-19, no amparada por la “duda razonable”, lo que no quiere decir renuncia a la cría de nuestros murciélagos. 

Nota bene. Conforme a la norma legal que establece el término de días, hasta la media noche y teniendo presente que el C. G. P, de ese mismo modo los establece, que el C.S.J. determine para la virtualidad que los términos de las distintas actuaciones procesales vencen a las 11:59 p. m. y no a la hora de finalización de la jornada laboral de los juzgados y que la hora de presentación de: demandas, memoriales, recursos, etc. sea la hora registrada en el correo del emisor y no la hora de recibo en el buzón del destinatario. Lo anterior si es verdad que se quiere ahondar en garantías. Nada lo impide. 
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Sociedad líquida y bloqueada. Columna del Abogado Nelson Hurtado Obando @abogadohurtado

6/13/2021

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Sociedad líquida y bloqueada

Por: Abogado Nelson Hurtado Obando

Dicen los ingenieros, que “con el agua no se pelea, sino que se negocia”.
 
Pensamos que lo anterior no solo es aplicable al agua, ni solo a todos los líquidos y que por lo tanto es aplicable con algo de universalidad a todos los fluidos, como continente, para los que son solo inteligibles.
 
Caracterizados los tiempos modernos como de “la sociedad del riesgo y líquida”, del mismo modo que “nos borramos” la virtud de nombrarnos, también “nos suprimimos” la cualidad “de mirarnos” como todo y como parte en el universo y en sus mundos y respecto de los cuales, cada quien siempre tendrá a “boca de mina” aprehendida la determinada “causa eficiente” o lo que hoy llamaríamos su “runtime”, individualizante, identitario, legitimante, excitante y exitoso.
 
En ese escenario y bien validado, podríamos sostener que para la humanidad (actual) ha sido una desgracia, que, Kant hubiese podido situar la Teoría de Newton como el logro que validaría la ciencia, como realización de saber, de conocer plenamente justificado.
 
Oponente al filósofo de Königsberg, se alzó en EE. UU. la escuela de la “filosofía pragmática”, decidida a sostener que toda teoría científica, no es más que un instrumento útil a la predicción y a la tecnología, de tal modo, que es fácil concluir desde una teoría del conocimiento, que ningún instrumento requiere de justificación argumentativa, pues basta su utilidad, su aptitud y eficacia práctica.
 
El escenario Kantiano, perfectamente estaba constituido por dos bloques: la escuela de los pesimistas (niegan toda posibilidad de conocimiento justificado) y la escuela de los optimistas (creen en el conocimiento justificado).
 
¡Qué lata ese “vejete de Kant”, qué tal que su obra no hubiese sido breve y simple!
 
Y, así y todo, el “pobre Kant” se salió de sus ropas y cubrió con sus “nebulosas mentales”, al hombre, significándolo como “un fin en sí mismo”, el mismo que ha saltado a todos los textos constitucionales modernos.
 
No obstante, desde la frase atribuida, [solo atribuida] a Maquiavelo, de que: “el fin justifica los medios” y como si honrara a Kant, por sobreescritura, nos hallaríamos con que “el hombre justifica los medios” [sean lícitos o ilícitos], que a la postre pareciera el anegado territorio que transita hoy la humanidad. Pocos comprenderán, [por imposibilidad de explicación o por la comodidad del runtime], que Kant no teorizó solo para los objetos de conocimiento naturales (ciencias del ser), sino también para los objetos socioculturales (ciencias del deber ser y ciencias sociales), es decir que abarca los dominios de la economía, la política, las formas de estado, los sistemas de gobierno, el sistema jurídico-legal, etc.
 
De esta manera, sucedió en la plazoleta del Alma Mater, Universidad de Antioquia, hace ya algunos años, la posesión de S. Fajardo como gobernador del departamento; entre los invitados en “primera línea”, como debía ser, muy prestantes personas de la ciudad, sector cultural (artistas, escribidores) etc. Dijo el posesionado en su discurso: “en mi gobierno serán los medios los que justifiquen los fines” y todos aplaudieron y el aplauso sigue sonando…que suene, no importa “porqué o qué”, como dice hoy la juventud. Así se ha alzado el profesor contra Kant, contra Maquiavelo y traigo a mención el hecho solo para significar con Lichtenberg que: “Hoy en día, en todas partes se celebra el conocimiento. ¿Quién sabe si algún día llegarán a crearse Universidades para volver a instaurar la ignorancia?”
 
“Runtime”, ¿medios? o ¿fines? ¿Pragmática?
 
En el contexto de lo que pasa [algo está pasando] en la calle y lo que pasa [sin pasar nada] en las redes, bien que valdría traer el discurso fúnebre pronunciado por Pericles en el aniversario de los caídos en la guerra con Esparta: “Cuando un ciudadano se distingue por su valía, entonces se lo prefiere para las tareas públicas, no a manera de un privilegio, sino de un reconocimiento por sus virtudes y en ningún caso constituye obstáculo la pobreza…La libertad de que gozamos abarca también la vida corriente, pero esa libertad no significa que quedemos al margen de las leyes. A todos se nos ha enseñado a respetar a los magistrados y a las leyes y a no olvidar que debemos proteger a los más débiles”.
 
Procuramos lo anterior, para resignificar que en tiempos del “runtime”, también fueron errores incorregibles: la invención de la escritura en Sumeria, Mesopotamia, Roma y fatal para la humanidad el invento de J. Gutenberg: la imprenta.
 
Nuestra referencia a la “deseocracia” no es gratuita. Ello implica hablar de democracia abierta, que de ella trató por primera vez H. Bergson y retomada [con Kant] por K. Popper en defensa plausible de la democracia y que nada tiene que ver con la Open Society Foundation de Soros, que, aun habiendo sido alumno de Popper, se aprovechó de sus teorías democráticas, reescribiéndolas, para llevarlas más allá de lo epistemológico, al plano político y económico-financiero y para postular [desde el conocimiento que los ciudadanos no realizamos elecciones racionales Bernays, M.T. Peters] que la transformación de la realidad democrática, ha de hacerse con cargo a las demandas subjetivas individuales, de otro modo la satisfacción de los deseos de los ciudadanos. [Referente descuadernado, Castillo en Perú], para cuya concreción basta el medio ideológico: político-tecnológico. 
 
De este modo, todos, por supuesto, aspirando a larga vida, a un diálogo en el “tiempo de ejecución” que ya impera, no nos percatarnos que asistimos por lo menos a la eliminación progresiva del lenguaje humano [oral y escrito], mediante su transpolación a órdenes e instrucciones técnicas; a tal fin, emojis y emoticones son eficaces estímulos para la liberación de neurotransmisores y hormonas asociadas al placer y la felicidad a lo que no escapa ningún sujeto y con independencia total de su nivel educativo, cultural o de desempeño social. Zuckerberg siempre dirigió a Facebook en la perspectiva para el gobierno mundial, lo que en gran parte causó el rompimiento con su socio Parker, quien no toleró que la red se aprovechara de la vulnerable condición psicológica humana. 
 
Quiérase o no, hoy, un encuentro entre dos personas está gestionado por la “economía del lenguaje”, con expresiones emocionales que por lo general no se avienen con el encadenamiento de palabras, usualmente monosílabos o palabras cortas.
 
¿Tendrán algo restaurador que decirnos: politólogos, consultores, analistas, mercaderistas, ¿publicistas, programadores, etc.?
 
Dejamos entonces como referentes a la crítica, algunos aspectos de nuestra realidad inmediata:
​
. El derecho al libre desarrollo de la protesta, en Colombia y Latinoamérica.
. El referente institucional de un juez de la República que denomina a la Policía Nacional como “grupo terrorista”.
. La “verdad” de un exministro de cara a la Constitución y la ley.
. La lapidación mediática de James Rodriguez.
. Si será criminal decir “mamá”, en vez de progenitora.
. El estrés, por si la “justicia” debe ser virtual, presencial o semipresencial.
 
En algunos apartes y adrede, quedan “textos golondrina”; estaremos atentos a las redes.
 
Mientras hay seres humanos debatiéndose entre la vida y la muerte, hay otros dedicados a debates estériles. (Dr. Andrés Aguirre M), perdidos y convencidos de sus procesos de “justificación de medios”, ante el runtimeque devora al hombre-fin en sí mismo.
 
Abrazo cordial.
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Defendiéndonos de la democracia y del “nuevo derecho” Columna del Abogado Nelson Hurtado Obando @abogadohurtado

6/6/2021

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Defendiéndonos de la democracia y del “nuevo derecho”
​

Por: Abogado Nelson Hurtado Obando

Los gruesos hechos que sacuden la “normalidad” del país [“político y nacional”], dejan al descubierto la fragilidad del constructo de nación que hemos logrado en más de dos siglos de historia, lo que nos atrevemos a significar con H. Maturana, repitiendo su pregunta fundamental: “qué está vivo”.
 
Discurrimos en estos tiempos, cual puntos suspensivos, prisioneros entre los signos de toda interrogación posible y sin posibilidad de escape a la vida, digna y libre como respuesta, en tanto “necesidad y temor”, sus feroces carceleros, extraviaron y adrede, las llaves de todos los cerrojos.
 
Así, hemos imaginado y creado toda una infinita gama de respuestas que encuentran la mayoría de veces un correlato confirmatorio en toda suerte de externalidades; de otro modo, hemos sido interferidos agresivamente, no solo en la vida humana personal y familiar, sino en la social y desde distintos puntos de ataque. 
 
¿Cuál fue el detonante de la crisis? ¿La reforma tributaria? Sería tanto como dar crédito de verdad absoluta a que la batalla del Puente de Boyacá que selló el nacimiento de un nuevo país, tuvo su estopín en la algarabía del 20 de julio, suscitada entre un criollo y un español y por causa del florero cuyo préstamo fue negado.
 
La crisis, no es fácil develarla en su prístino origen, que sin duda alguna es multicausal, pero, lo que sí tiene grado de verosimilitud es que la pretendida “reforma tributaria”, no fue tampoco el nuevo “florero de Llorente”, ni la gota que rebosó la copa.
 
Es cierto que la Constitución de 1991 en su artículo 37 consagró como derecho fundamental la “protesta pacífica”, en los términos de: “Toda parte del pueblo puede reunirse y manifestarse pública y pacíficamente…”; es decir, estamos frente a un derecho fundamental y no habría discusión respecto de su entidad, pero, también es sabido que muchos de los derechos fundamentales no son absolutos y que el legislador puede condicionarlos, pero nunca jamás hasta el punto de aniquilarlos, extinguirlos o hacerlos ineficaces. 
 
Los hechos violentos y desgraciados que han significado la muerte o el lesionamiento de seres humanos [manifestantes, vándalos, policías], el daño no solo al patrimonio económico de grandes, medianos y pequeños empresarios y dueños de negocios de mera subsistencia, no tienen justificación de ninguna clase, como tampoco el bloqueo de vías, la pérdida de alimentos transportados, el desabastecimiento de ciudades y poblados, el ataque a las misiones médicas, ni la muerte de personas enfermas y mucho menos la vida del que está por nacer y que muere dentro de una ambulancia a la que no se le otorga el paso, como tampoco impedir el paso a los vehículos cisterna que transportan el oxígeno medicinal y los que transportan leche o combustibles, etc., como tampoco se justifican, nunca jamás, los daños patrimoniales y extrapatrimoniales causados a bienes privados de grandes, medianos, pequeños empresarios y de familias en pequeñas unidades económicas, a los trabajadores y en general a las personas y ciudadanos que no participan activamente de la protesta.
 
¿A quién corresponde la plena garantía que la manifestación pública sea pacífica? Es pregunta cuya respuesta, al menos, en el contexto de la civilidad y la democracia supone el acatamiento y el respeto al ordenamiento jurídico, cuya mayor exigencia de acatamiento y respeto ha de hacerse y ha de recaer sobre cada manifestante activo.
 
De lecturas de los varios teóricos de los modernos “fundamentalismos constitucionales”, [a eso pretenden llevar los derechos fundamentales] y para el caso del derecho a la manifestación pública y pacífica en Colombia, es por lo menos necio pretender vender la imagen que la actual protesta haya surgido por mera civilidad y por mero y espontáneo contagio del sentir popular corrido a voces entre un vecindario.
 
Que hay una organización y una logística y un alto componente financiero, no deja ninguna duda, como tampoco queda ninguna duda que son muchísimos más los intereses-motores que confluyen en la movilización nacional, los cuales no alcanzan a ser diluidos, ni difuminados bajo las arengas y consignas de causas de justicia social y del abierto populismo justicialista y por mucho que también exista una realidad inocultable de desempleo, inequidad, pobreza, “subversión-corrupción” público-privada que no solo abarca componentes económicos, sino también jurídico-legales y hasta a la misma función pública jurisdiccional, facilitada por la “lógica subjetiva de lo conveniente”, que altera el derecho fundamental a la seguridad jurídica y que es violencia que se suma a la violencia de todos los pelambres que nos azota, pero  que tampoco pueden justificar el desmadre de la protesta y menos generando coerción ilegítima  desde la dualidad “necesidad-miedo” y daño a quienes, ni comparten, ni participan de la protesta, por diversas razones y por más que todas ellas son iguales de respetables. 
 
El mismo genio “vidente” de Bolívar le dedicó a la patria colombiana su sentido de futuro: “Si mi muertecontribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”, expresión lapidaria del Libertador que conoció y advirtió sobre la gran capacidad de dividir y la debilidad para ser dividido que tiene el pueblo colombiano. 
 
Hechos posteriores lo confirman y basta citar la “separación” de Panamá y su sórdido proceso que involucra hasta traición a la patria y con origen amarrado a la intestina guerra de los 1000 días y otros incidentes territoriales no menos importantes que han significado pérdida de gran parte del territorio nacional y hasta la más reciente respecto del archipiélago de San Andrés.
 
Advertimos aquí y ahora: no tenemos afectos y menos vínculo alguno con las familias de “ismos” o “istas” partidistas, de centros o de extremas en el escenario nacional, con absolutamente ninguno y que, quiérase o no, son los actores protagónicos de la actual tragedia que viven: “el país político y el país nacional”. 
 
Unos y otros y desde cada orilla de nuestra pretendida vocación democrática, tienen significativas culpas en lo que nos acontece, en tanto son el mismo alimento y combustible que actualmente incendian a Latinoamérica, en un discurso circulante hecho de arengas y consignas, de odios y rencores, azuzador y enardecedor de un populismo justiciero, no de reivindicación, sino de vindicta.
 
Seguir pensando que lo que nos pasa, es asunto parroquial, es la gran equivocación, pues Colombia como país tiene un alto valor en la geopolítica continental latinoamericana, valoración no oculta a las voces del Foro de Sao Paulo y otras cumbres guerrilleras que fungen como agentes del expansionismo del régimen cubano, proceso que ha copado varias décadas y fijó la atención de otras naciones democráticas del mundo.
 
Llama la atención del “protestódromo nacional”, que la “primera línea: comité nacional de paro-arengas-consignas-acciones”, derivan su mayor fortaleza discursiva del ordenamiento jurídico, especialmente de la Constitución y del Bloque de constitucionalidad a cuya sombra el derecho fundamental a la protesta pública y pacífica como que ampara todas las demás contingencias (previsibles y previstas) de su devenir violento y como si naturalmente dichas acciones y sus consecuencias debieran permanecer no solo anónimas, sino impunes y los actores inmunes respecto de las responsabilidades por las ilicitudes. 
 
Han tirado la “cobija constitucional” de una punta, dejando “descobijados constitucionalmente”, a otra inmensa masa de ciudadanos que no comparten esta forma de expresión ciudadana, violenta e indiscriminada y de cuyos “derechos fundamentales”, no hemos oído, ni leído ningún pronunciamiento del “olimpo jurídico nacional de la protesta”.
 
Así, a tono con las tesis del “neoconstitucionalismo” y del “nuevo derecho” y su concreción en los distintos países latinoamericanos como el “nuevo constitucionalismo decolonizador”, le asiste toda la razón a J. Ferrer para sostener que se ha extendido como una “de las plagas más mortíferas” y sin que sean menores las críticas de García Amado y otros y que alcanzan a Dworkin, Alexy, Atienza, etc., y en relación con los llamados principios y valores consagrados en la Constitución, desde donde se aprecia [ en los casos colombiano y chileno, etc.] el ascenso de las teorías de la “derrotabilidad del derecho o de la existencia de normas jurídicas derrotables, derrotadoras y derrotadas” en los ordenamientos jurídicos nacionales y con cierto respaldo en no pocas normas pertenecientes al conjunto del derecho internacional, que dejan en evidencia la fragilidad del ordenamiento jurídico colombiano y el restringido ámbito de acción legítima de las autoridades públicas y el ya casi imposible uso de la legítima fuerza coercitiva del Estado, por abrogación de facto del inciso 2° del artículo 2° de la Constitución. 
 
Diríamos que las autoridades de la República, instituidas para proteger a todas las personas residentes en Colombia, no pueden proteger a todas las personas residentes en Colombia, porque en el ordenamiento jurídico nacional, hay “normas derrotadoras, normas derrotables y normas derrotadas”, de tal modo que ante el derecho fundamental a la manifestación pública y [no]pacífica de parte del pueblo, ante sus “principios y valores subyacentes”, también y necesariamente deben sacrificarse [ceder] los demás derechos fundamentales y sus principios y valores subyacentes, estatuidos por igual para las personas que no participan de la manifestación pacífica [y menos de la no pacífica]  y con absoluta prescindencia  de que sean sus derechos fundamentales a la vida-salud, la libertad, trabajo, libre empresa, libre circulación y la misma dignidad humana, etc. y el no menos despreciable de acceder a la justicia en procura de dudoso resarcimiento de los perjuicios que han sufrido, pero, habrá de ser intentado, lo que de antemano conlleva que cualquier indemnización que se obtenga, no ha de ser más que una “autoindemnización” a la que poco han contribuido, ni habrán de contribuir los perpetradores de daños y perjuicios. 
 
En este escenario “Constitucional y jurídico-legal”, ¿Se precisará de infiltrar la manifestación con vándalos? ¿Cómo son las arengas, las consignas, los cánticos [efectos militares], que “artísticamente” ruedan en la manifestación, además de “órdenes e instrucciones” en alguna parte centralizadas?
 
Es el nuevo derecho fundamental al “libre desarrollo de la manifestación…”
 
Hablar de vándalos y hacer vandalismo terminó siendo el quid del asunto; es elemento táctico, estratégico y perfectamente anónimo, para estructurar el discurso deslegitimador de la autoridad del Estado, convocar a los correligionarios nacionales e internacionales y la atención de sus “propios tribunales” y sus “propios juristas”, además de los medios de todo el mundo. Es el mismo objetivo toral del escueto terrorismo a nivel mundial: publicidad.
 
He aquí en todo su furor la fuerza descomunal de la “racionalidad práctica”, de la razón matemática de “la moral” en la “satisfacción de un principio y la lesión de varios principios”, la escueta “ponderación”, hacia la concreción de la “única respuesta correcta”, que no es otra que la impuesta por la fuerza de los hechos en la lectura del artículo 37 de la Constitución, cuyo texto ya no es el mismo, pues sus fines prácticos quedan reducidos a que: <<Toda parte del pueblo puede reunirse y manifestarse pública[mente]… ”por lo que sea, como sea y pa´las que sea”>>
 
Simplona la anterior expresión, pero, es la condensación del fenómeno que J. Ferrer define como una “de las plagas más mortíferas” y que infortunadamente halló tierra fértil en Latinoamérica y que tiene su propio contexto en el llamado “globalismo” el cual se presenta ya en pleno desarrollo en Chile y que a la fecha de este escrito es todavía una incertidumbre respecto de Perú, que depende de las elecciones de hoy domingo en dicho país. 
 
La finalidad del globalismo empieza con la desestabilización interna de cada país en todos sus niveles y en todos sus sectores y fundamentalmente con la deslegitimación del Estado y de sus autoridades, el fraccionamiento de las líneas de autoridad y de mando y al efecto, valga destacar el no irrelevante acuerdo suscrito por el señor Juan Camilo Restrepo G. [exviceminsitro de agricultura y nuevo comisionado de paz] y Juan Pablo Díaz Granados, [viceministro de relaciones políticas], con el Comité de Paro de Buenaventura.
 
El objetivo final, después de la desestabilización [y así lo nieguen de rodillas ante un crucifijo], es forzar la convocatoria de una asamblea nacional constituyente para convertir a la República de Colombia en un satélite del superpoder globalista, transnacional, proceso a cuya cabeza está el llamado “progresismo” etiqueta de venta, que en Colombia dirige el señor Petro y que cuenta con los coqueteos y guiños de los reductos de antiguos partidos tradicionales y de otros sectores de la propia izquierda.
 
No obstante, el nuevo “Leviatán globalista” si logra concretar su libreto en Colombia y afín con los intereses globalistas y ya promulgada una nueva constitución, podrá optar en dejar al país en “sala de transición” [como Venezuela] o tomar seguidamente control, como probablemente sucederá en Chile.
 
Si los procesos constituyentes y las reformas constitucionales que se han dado en Colombia, finalmente terminaron como “actos de reparto de poder político”, cobijando incluso a diferentes especies de criminalidad nacional y en aras de la paz, de propiciarse una nueva constituyente, el “reparto” quedaría reducido a su mínima expresión, dado el peso específico del nuevo colonialismo que comporta el globalismo, por lo que la significación del autóctono “discurso decolonizador latinaomericano” que rueda como jingle en las protestas, no tiene más rol que la procuración de un nuevo amo, solo que ahora, global. 
 
Evidentemente que la juventud que hay en las calles de Colombia, de ninguna manera podría siquiera asemejarse a aquella a la que E. Zola dirigió su famosa “Carta a la juventud”. Ni ciertos y numerosos “escribidores” [muy seguramente futuros premios Nobel] nacionales en sus columnas, ni en sus videocolumnas, abandonan los “discursos de la pobreza, la exclusión, la inequidad y la falta de oportunidades” para poder  mantener exacerbada y enardecida a la juventud en las calles, pero a la vez y en acto de omisión deliberada, ocultándoles los numerosos discursos que develan una realidad cruel, que los instrumentaliza para unos fines, en los que una vez logrados no vendrá la redención de sus propias “pobreza, exclusión, inequidad y falta de oportunidades”, a lo que quizás convenga retomar a Polibio en su sentencia: “el reino se pierde por la tiranía, la aristocracia por la oligarquía y la democracia por el poder desenfrenado y violento de las masas” y directamente unido a su concepción de la oclocracia como gobierno de las muchedumbres, dado su enorme “poder combustible” a cuyo encendido basta una sola arenga, una sola consigna. Esa juventud en las calles, ¿ha escarmenado lo suficiente en lo que es el “estado actual del mundo”, su actual discurso y su práctica discursiva?
 
Finalmente, ya hay en la escena electoral nacional, varios políticos que han divisado en las calles la abundancia de “carne de cordero” y en ella han fijado sus miradas; alguno de ellos o varios, fuera de “ofrecer oportunidades, educación, renta básica, vivienda…” ¿han tenido el atrevimiento, la capacidad o la honradez de construir para los jóvenes un discurso de contexto para sus reclamos y justas aspiraciones y la verdad escueta de lo que ellas serían, en el ámbito globalista?
 
Lo paradójico es que el “olimpo jurídico democrático”, no siendo “cuña del mismo palo, el olimpo jurídico progresista”, termina siendo la que más aprieta el paso hacia una República en “sala de transición” o bajo un nuevo amo. 
 
¿Seguimos “ponderando, argumentando y siempre hallando la “única respuesta correcta”, para “no hacer exégesis, ni pecar de exégetas”?
 
En este estado de cosas y también de modo paradójico, el ciudadano promedio: “medio buen ciudadano”, está como enfrentado a tener que defenderse de la democracia y del derecho; es como si reactualizara la frase de G. L. Valencia: Democracia, bendita seas, ¡aunque así nos mates! 

 
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