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Constitucionalización del "PAINTBALL". Columna del Abogado Nelson Hurtado Obando @abogadohurtado

9/27/2020

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Constitucionalización del "PAINTBALL"

Por:  Abogado Nelson Hurtado Obando

Un poco reposadas las caudalosas, tormentosas y subterráneas aguas que quizás sean el verdadero río “Grande de la Magdalena” y sin que la inconformidad ciudadana renuncie a sus “sotto voce”, presuntamente contra todo y contra todos, especial piquiña ha causado la sentencia de la Corte Suprema que finalmente desbarata la Constitución, específicamente el artículo 218 que establece que: “La Policía Nacional es un cuerpo armado permanente de naturaleza civil, a cargo de la Nación, cuyo fin primordial es el mantenimiento de las condiciones necesarias para el ejercicio de los derechos y libertades públicas, y para asegurar que los habitantes de Colombia convivan en paz”, para en su decisión ajustarla al llamado “Bloque de constitucionalidad” integrado por todos los Tratados Internacionales suscritos y ratificados por Colombia y por tanto vigentes en la integralidad de nuestro ordenamiento jurídico.

En dicha sentencia y presuntamente en ese contexto, la decisión se adopta para garantizar en la línea principal del derecho fundamental de los ciudadanos a la “protesta pacífica” y en su conexidad con los derechos fundamentales de información, comunicación, expresión, disenso, participación de minorías, reunión, uso del espacio público y a los de no ser discriminados, reprimidos, heridos, muertos, desaparecidos por causas ideológicas, políticas, que se estilen en un marco de desaprobación u oposición al que los ejercitantes de dichos derechos consideren como el statuo quo, necesario de transformar.
​
Muchísimos estudiosos se han ocupado desde mucho antes del surgimiento a nivel global de fenómenos sociopolíticos como “los indignados, la primavera árabe, etc.”, de lo que significa para los Estados actuales la resolución de la permanente tensión entre “democracia y derechos fundamentales-cortes constitucionales”, en la puja por ampliar el espectro de la libertad de los individuos y de los pueblos de las diferentes sociedades y naciones.
​
En Colombia, no hemos sido ajenos a estas pujas y basta recordar lo que entre nosotros hemos denominado como “choques de trenes”, entre los órganos de cierre de las jurisdicciones constitucional, civil, administrativa, penal, donde aún no se acepta nada distinto a la jerarquía horizontal entre dichos órganos de cierre, sin que de vez en cuando de muchas decisiones de la Corte Constitucional y ahora respecto de la Corte Suprema de Justicia, se predique injerencia, extralimitación y colegislación y cogobierno.

En alguna perspectiva, plausible, puede decirse que el orden jurídico internacional tiende a la realización del ideal cuya finalidad es la de garantizar la seguridad de todo orden de la “familia humana”, con pretensión de validez y eficacia universales, de tal modo que, en un macro contexto, cada Estado ajuste sus ordenamientos jurídicos nacionales a la preceptiva de orden internacional.

Sin embargo, decimos que “en ese afán” de adecuación o contemporización que impulsa al mundo, por el “estar a tono” con el sui géneris “mercado internacional de valores”, se impone de hecho el multiculturalismo que derrumba, no los conceptos de cultura nacional, sino su inmanencia identificadora de cada pueblo y de cada nación a lo que bien cabe resaltar a Myles Frechette cuando se desempeñó como embajador en Colombia y preguntaba: “¿Cuál soberanía”?, de modo que es altamente miope atribuir “ausencia de soberanía” de cualquier país del mundo, a una política exclusiva de los EE. UU., que es la “carga explosiva” de los tropicalismos discursivos que todavía circulan en medio de nosotros. No hay dudas respecto a las vocaciones “imperialistas” no son exclusivas de no pocos grandes Estados del mundo, sino de pequeños Estados como el cubano, el venezolano, nicaragüense, boliviano, etc., que ya no solo son caja de resonancia de sus “estados jefes”, sino sus útiles instrumentos expansivos.

Evidentemente, la sentencia a que nos referimos, toca muy de soslayo estos puntos y muy a pesar de ello, la Corte Suprema de Justicia y reitero que: actuando como juez constitucional, es decir de frente a la Constitución, como pacto político, no jurídico, profirió en consecuencia un fallo político como correspondía frente al asunto decidido y bajo el contexto del ordenamiento jurídico internacional.

En el maremágnum de normas internacionales y nacionales invocadas en la sentencia, se pierde el hilo de juridicidad que podría acompasarla y se siente la prevalencia del olor a una “pizza ideológica” horneada y lista para servir no precisamente a “término medio”.

La sentencia, no podía eludir, en su argumentación, decir y decidir respecto a muchas preguntas fundamentales: ¿Cómo es o cómo debe ser el derecho fundamental a “la protesta pacífica” y su ejercicio? ¿Incluye el derecho a la “protesta pacífica” la contingencia vandálica? ¿Cómo deben actuar los ciudadanos protestantes pacíficos, frente a la injerencia de “ciudadanos” protestantes vándalos? ¿Coartan los “ciudadanos” vándalos protestantes, el derecho a la protesta pacífica de los ciudadanos? ¿Cómo debe garantizarse la no injerencia absoluta de los “ciudadanos” vándalos, en la protesta pacífica de los ciudadanos? ¿Cómo garantizar la total indemnidad de los ciudadanos que no participan de la protesta pacífica, en sus vidas y sus bienes?

Y sin duda, en dicha sentencia se inflama el contenido ideológico por encima de criterios filosóficos, axiológicos, deontológicos y finalistas, que pudiendo ser extendidos y ampliados, bajo los conceptos de la gran familia humana y la dignidad humana, no quedan comprendidos en la declaración de ser asuntos comprendidos: “…expresión política que procura abrir espacio para el diálogo, el consenso y la reconstrucción no violenta del Estado Constitucional de Derecho”, cuando los hechos sociales y el discurso circulante, no apuntan ni al diálogo, ni al consenso y menos a esa peligrosa expresión de “reconstrucción” del “Estado Constitucional de Derecho” y menos por modos y medios no violentos. Que debe proscribirse toda relación bajo el criterio “amigo-enemigo”, es inaplazable, pero por esa vertiente no puede abrirse el deslizadero, para legitimar en gracia de discusión, el accionar de la violencia anónima y sus “conquistas jurisdiccionales”, precisamente deslegitimando el uso legítimo de la fuerza coactiva del Estado y de sus armas, respecto a lo cual creemos y apoyamos que debe ser intensamente regulado y en casos probados de actos regulares o irregulares, por acción, omisión o extralimitación, sancionados no solamente como fallas del servicio, sino con las ejemplares sanciones penales que correspondan.

Se percibe que, la citada sentencia clavó su mirada en el “universo-infinito de los discursos de los derechos” de los indistinguibles “ciudadanos vándalos” y de los ciudadanos no vándalos que se mezclan en la protesta pacífica y dejando huérfanos de toda protección a los ciudadanos no vándalos que en ella participan y a los que no participan activamente de ella, pero que sufren, padecen y asumen la violencia de otros, en sus vidas y en sus bienes, sin que la policía, como fuerza pública pueda intervenir y usar de sus recursos logísticos legítimos, técnicos y tecnológicos conforme a la Constitución, las leyes y los reglamentos. Hace tiempo sentimos que, por lo menos para medio país la cobija constitucional no alcanza a cubrirlo.

Imaginamos que el artículo 218 de la Constitución tiene un nuevo texto inconfundible y que obliga al legislador a expedir las leyes que sean menester para que la Policía Nacional, conforme a lo decidido, se transforme en la “selección nacional de paintball”, con la restricción absoluta de usar solo “pinturita lavable”, que no deje mancha indeleble, pues podría ser declarada inexequible por vicios en los ingredientes colorantes.

CODA 1. Para algunos amigos de twitter, sigo sosteniendo que no es lo mismo hablar de “desaparición de personas”, a que muchas personas decidan “Tomar las de Villadiego”. La primera merece que todos los ciudadanos prendamos las alarmas y lo haremos y la repudiaremos y haremos en la medida de nuestras posibilidades todo lo necesario a que no se siga dando tan oprobioso hecho criminal y a que las personas víctimas aparezcan, vivas, sanas y salvas y no hay en esta exigencia, medias tintas.

Pero del mismo modo, los ciudadanos, los que sentimos que todo delito cometido en “el otro”, nos daña a todos por igual, también sentimos repudio por las personas que simplemente deciden “Tomar las de Villadiego” y luego reaparecen cuando terminan sus “paseos, sus parrandas…” como si nada fuera, pues la solidaridad que debe mantenerse incólume frente a los primeros, termina en insulso solidarismo que causa desgaste de la eficacia de la “alarma-solidaridad” y daño en la comunidad desde la percepción de más peligro, de más inseguridad, mayores cargas de estrés y porque no decirlo, despilfarro de recursos del erario y recursos humanos, técnicos y tecnológicos en desarrollo de operativos de búsqueda. Jamás hemos pretendido que nos digan los “voluntarios reaparecidos”, dónde estaban, con quien, qué hacían, por qué lo hicieron, pero creemos que por lo menos deben ser obligados a reembolsar los costos de búsqueda y a ofrecer públicamente una disculpa a sus conciudadanos y este punto sí que vincula a los padres cuando se trate de menores de edad. Ojalá y no estemos recorriendo el camino del pastorcito mentiroso, desmontando la “alarma-solidaridad”.

CODA: Burros, (poco inteligentes) nosotros, que “creemos que el pobre animal no es inteligente, sin reparar que la sabia naturaleza lo creó perfecto y de tal manera, que por algo dispuso que sus ojos estuvieran permanentemente mirando hacia sus cuatro cascos”.
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Impostores e imposturas. Columna del Abogado Nelson Hurtado Obando @abogadohurtado

9/20/2020

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Impostores e imposturas

Por: Abogado Nelson Hurtado Obando

Lejos en la historia quedan el Ágora griega y el Foro romano, como tiempos-espacios, para la “conciencia de sí mismo del hombre” y de la “conciencia de sí mismo del Estado”, respectivamente.
 
A útil semejanza, las plazas de nuestros pueblos y posteriores ciudades, si bien fueron el núcleo de la fundación, en cuyo proceso urbanizador los españoles adoptaron el damero de los romanos, es rica su significación no solo por su geometría, sino por la remarcación de ser el espacio público preeminente en que habrían de hallarse los principales edificios públicos sedes de las autoridades y del culto y esencialmente por haberse privilegiado como espacio para el encuentro ciudadano y para el debate  público.
 
Era en la plaza pública, en la que los ciudadanos, egregios paladines de la democracia y de viva voz, abrían el debate público, sobre las cosas públicas.
 
Era la plaza pública, la cuna de nacimiento de no pocos líderes, muchos de ellos faltos de instrucción académica, pero a reventar de sentido común, de coherencia, de esa “sabiduría popular” en los que el valor y el sentido de lo público común se mantenía incólume y a prudente distancia de lo privado.
 
Allí tronaban: la crítica pública a los contradictores, a las decisiones de los gobiernos a todos sus niveles y en ella se exponían, en contexto, los “programas de gobierno” hechos de materiales muy ligeros, pero tan cercanos a ese indefinible querer o sentir popular respecto de los cuales podría afirmarse que eran guiados “por la estrella de oriente” de auténtico bien común y además sometidos a examen auténticamente público.
 
Impacta saber como E. Bernays sobrino de Freud y llamado el “padre de la propaganda y las relaciones públicas” expresó en su libro “Propaganda” que: “las personas se comportarán de manera irracional si se logra vincular los productos (o las políticas) con sus emociones”. 
 
Así, Bernays en 1928 es contratado por la Compañía Americana de Tabaco para que publicitara en el desfile de Pascua en New York sus cigarrillos Lucky Strike, con un mensaje dirigido a las mujeres quienes hasta entonces tenían prohibido fumar en lugares públicos o en medios públicos.
 
Bernays, preparó a cerca de una veintena de mujeres modelos de aquella época y en el desfile de Pascua de New York, todas ellas posando a muchos fotógrafos posaron con sus cigarrillos en la mano y encendiéndolos bajo el estribillo de estar encendiendo: “Antorchas de libertad”. Seguidamente, las “antorchas de libertad” hicieron su revolución y en los periódicos empezaron a aparecer las pautas publicitarias de mujeres fumando, pero con especial énfasis en las películas de cine americano y así no solo las mujeres se incorporaron al ejército de fumadores, sino que permitieron a la Compañía Americana de Tabaco, salir airosa de la crisis económica de 1929 y la gran depresión de los años 30 del siglo pasado.
 
Desde Bernays, saltamos a M. McLuhan quien agregó que: “El medio es el mensaje” y llegamos, saltando no poca literatura hasta A. Gore con su obra: “El ataque a la razón”, que devela nuevamente como la publicidad, el marketing, de manera especial la TV., las pseudociencias entre ellas la neurociencia, el neuro marketing, la desviada politología, el coaching, etc. han propiciado no solo la publicitación de productos-mercancías, sino que a sus “catálogos de ventas” han agregado sui generis mercancías nuevas como la pseudopolítica, los pseudopolíticos y la pseudodemocracia y sin vergüenza ninguna exprimiendo el principio de Bernays que dice que: “las personas se comportarán de manera irracional si se logra vincular los productos (o las políticas) con sus emociones”, debilitando la democracia de EE. UU., cubriendo a sus ciudadanos de “miedo, secretismo y fe ciega”.
 
Finalmente, Bernays también significó que cada estadounidense necesitaba un coche, en su ámbito de libertad, propiciando el desuso de los tranvías y trenes, de lo cual Colombia hoy se arrepiente, sin encontrar el rumbo, mucho más complejo en el presente.
 
Vivencias actuales y muy cercanas en nuestro país, nos permiten concluir sin equivocación alguna, que en torno al principio de Bernays y con las agregaciones propias de nuestra “malicia indígena”, la política, la democracia, la configuración del gobierno y sobre todo a nivel territorial son hoy producto exclusivo de mercaderistas-publicistas-marquetineros-politólogos-coaching, etc., que además han logrado cautivar numerosos devotos en sus “escuelas de liderazgo para la democracia” forjando “líderes desde sus propios ADN”, de tal modo que con sus industrias vaciaron la plaza pública y “…desierta queda la universidad…”.
 
En lugar de la plaza pública, vino la TV. y luego las redes sociales y los “like” y los tuites y retuites y luego los “premios internacionales” otorgados por la nube y las métricas de unos y otros y las encuestas…
 
Así, desde un hombre ilustrado o un ignorante, un pillo, un borracho, etc. con suficientes recursos, tienen la alta potencialidad de ser elegidos a cualquier corporación o cargo público, pues como el mal producto de la Compañía Americana de Tabaco, podrá ser convertido en “antorchas de libertad” y sin quede nada que hacer cuando empiecen a aparecer sus estragos en el “organismo social”.
 
Nos duele como abogados, leer y ver y escuchar de todas esas vertientes de mercaderistas-publicistas pseudodemócratas, la manipulación mediática y en redes sociales no solo de las personas naturales, sino de los ciudadanos a quienes definitivamente convierten en “masa lista para hacer torillas” y llegando hasta ilegítimamente a ofrecer sus “teorías del Estado” y no contentos, hasta atreverse a criticar decisiones judiciales, exhibiendo con gala su ignorancia supina, logrando que quienes leemos, vemos y escuchamos sus “disertaciones”, en no pocas veces sintamos pena ajena.
 
El modelo rueda, nos cubre y los que monetizan las debilidades humanas aprovechadas por Bernays, para hacer “candidatos ganadores, líderes de imagen, de papel, de propaganda”, pasan a cobrar sus honorarios y a esperar la próxima campaña electoral, sin importar que la entidad real, el “ser ahí”, de no pocos elegidos, empecemos a descubrirla los ciudadanos en los estragos sobrevinientes a sus posesiones como: incapacidad, incoherencia, sectarismo, “administración pública de enemigo”, improvisación, encuesta-imagen, nepotismo, “discurso de la pobreza”, corrupción.
 
Una cosa es reforzar las virtudes, cualidades, aptitudes y capacidades de un ciudadano-líder y otra muy diferente que, a partir de la atadura de los ciudadanos a sus propias debilidades humanas, se fabriquen “líderes” (mercancías) que exactamente aparezcan a decirles: “lo que quieren oír y lo que quieren hacer”.
 
Desde esta perspectiva, los ciudadanos coherentes y en especial los abogados, tenemos mucho más que aportar a la humanidad, a la sociedad, a la democracia; nuestra tarea no se agota solo en la docencia y mucho menos en las gestiones judiciales profesionales.
 
Este es tiempo de impostores e imposturas como “antorchas de libertad”, a lo cual el medio lo hace mensaje…y sin darnos cuenta. @abogadohurtado

 
 
 
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“Mínimo Vital de Violencia”. Columna del Abogado Nelson Hurtado Obando @abogadohurtado

9/13/2020

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“Mínimo Vital de Violencia”
​

Por: Abogado Nelson Hurtado Obando

Creíamos al inicio de la pandemia y algunas quincenas adelante durante la “inmovilidad” para controlar la expansión del contagio, que el ver en las redes videos de mares y ríos azules y cielos limpios sobre nuestras ciudades y el adaptarnos a la nueva “rutina en nuestros hogares”, era el principio de cambio de nuestra actual vida de vértigo; parecía que retornaban a la intimidad del hogar, su entidad e identidad sacra y de sus propósitos y fines comunes, la restauración de los espíritus en el amor, la solidaridad, el afecto, el “ser y estar ahí”, como uno mismo y como los otros, para uno y para ellos y para todos, como si el forzado recogimiento de los cuerpos expandiera los límites de los espacios confusos a los que habíamos confinado los espíritus. ¡Cómo parecía que la ambigua palabreja “cambio” nos traía crecimiento como personas y como familias y como sociedad unidad y paz y nuevas ganas frente a metas comunes!
 
Muchos creímos que, por fin, la única certeza de nuestras vidas: la incertidumbre de la vida, estaba derrotada. Fue como una alegre, pero, pasajera llovizna en un día de espléndido verano.
 
Por la vida y la economía o viceversa y en nombre de la libertad, de la democracia, del derecho, se abrió paso la “normalización”, esto es, el volver exactamente a antes del inicio de la pandemia: a las llamadas de call center del sistema bancario y financiero con su “matoneo telefónico” en cualquier día y a cualquier hora, al país de deudores que somos en Colombia desde antes de nacer, bajo la estrategia que esas llamadas producirán el suficiente miedo y temor en la cónyuge y los hijos, instrumentalizándolos como sus más próximos, directos y baratos “agentes de cobro coercitivo”, vía a través de la cual no pocos hogares han volado a la m…y otros tantos están en ese “trámite” de hacerlo, cuando no es que se acude a la consideración o a la realización del suicidio.
 
Consideramos que a la situación actual no han escapado ni los grandes, ni los pequeños empresarios y sus familias, unos ahogándose en los créditos para no cerrar las fuentes de sus ingresos y no clausurar las fuentes de ingresos de sus empleados, trabajadores y de sus familias y en su interacción con el dueño de la pequeña tienda y sus trabajadores y hasta con el hombre que vocea que en su carretilla lleva el aguacate maduro para el almuerzo, sin contar con aquellos que definitivamente perdieron sus puestos de trabajo y no saben qué hacer.
 
Ya no es la fuerza centrípeta del ciclón del progreso y del crecimiento económico, la que nos sujeta a su vórtice, sino que nos deja librados al azar de su contraria y falsa fuerza centrífuga, a la espera que “se rompa la cuerda”, sin siquiera la predictibilidad de no ir a caer exactamente más allá de la m…, que sería lo absolutamente incierto y desconocido y a lo que queda reducida la esperanza.
 
Ciclos de violencias anunciadas desde el lenguaje y desde distintos frentes de batallas: el hogar, la familia; de los hijos, más hijos del consumismo que de sus propios padres, de la “fidelidad y la ciencia de Whatsapp” y otras redes sociales, sin hablar de la creciente pandemia de “Netflixpatía”, con su generalización de ser la imagen la superación del argumento de un libro. Mundo de “cultísimos cinéfilos, videofilos, youtuberfilos, influencers…”
 
La violencia, cualquier tipo de violencia y de modo especial, las violencias no físicas, aquellas que no dejan cicatriz en el cuerpo, pero que al igual se hunden profundas como el puñal o el plomo que dispara el asesino, son las que mayormente nos ha matado y desde adentro, como personas, como familias, como sociedad.
 
Así, por la vida y la economía o viceversa y en “eterno retorno” por la libertad, la democracia, el derecho, adviene la “normalización”, el “mismo antes pero distinto”, en tanto ya no es que parezca, sino que percibimos que “los enanos se le crecieron al circo”.
 
La muerte del señor Javier Ordoñez, -que consideramos inicialmente como colega-, que, por no serlo, no inhibe nuestra acción de condena, de repudio, como igual frente a todas las demás víctimas de todos los Caínes que vagan por el mundo, parias de la envidia y lascivos del poder.
 
Que dos agentes de la Policía Nacional de Colombia, sean los autores de tan atroz y criminal muerte, obviamente que dirige todas las miradas hacia la institución policial, como cuerpo, como parte de nuestro orden constitucional y estatal, como autoridad pública, pues prima facie es señal de que algo está fallando en la entraña misma del cuerpo policial, con orígenes endógenos o exógenos o simultáneos.
 
Sin embargo, los hechos sobrevinientes a la muerte del señor Ordóñez, en principio parecían tener legitimación en tanto como iniciativa ciudadana, era apenas entendible que las imágenes conocidas, movieran las entrañas a expresar el más categórico rechazo al ejercicio arbitrario de la autoridad pública.
 
Todo parecía ser realización material del artículo 37 de la Constitución de 1991.
 
Pero, si nos atenemos a las convocatorias que de la protesta conocimos por redes sociales, de antemano se sentía que no iba a ser pacífica y que culminarían en desborde, desmanes, vandalismo y violencia no localizada, sino con claros visos de estallido e incendio nacional. Podríamos estar siendo suspicaces, pero quedó muy marcada la percepción de estar frente a una protesta de plan, de programa, de guiones, de roles, inocultables, no ante la violencia del lenguaje, sino ante el lenguaje violento y no solo contra el cuerpo policial o por su reforma, sino contra toda la arquitectura constitucional e institucional de la República. Ninguna “operación avispa” puede tener simultaneidad tan espontánea y de paso descarta la presencia de “infiltrados” como únicos agentes del vandalismo.
 
Se empezó demandando justicia, así, ipso facto, como para transmitir en vivo y en directo, como pretendiendo desechar las formas y procedimientos constitucionales y legales de un juicio criminal, es decir un acto más de ajusticiamiento.
 
Y lenguaje y acciones fueron tornando violentas, destructivas de bienes públicos y privados, atentados contra sedes judiciales, ataques indiscriminados y lo peor y más doloroso derramando más sangre y la muerte haciendo suyas, más vidas, con independencia de si eran manifestantes, vándalos o meros y desprevenidos ciudadanos transeúntes o simples personas no recogidas, sino refugiadas en sus propios hogares.
 
Así como dijimos al principio, que se ejerce violencia desde diversos call center del sistema financiero y a pesar de sentencia que prohíbe a los cobradores llamados “chepitos”, (que los de call center, lo son), en los hechos sobrevinientes a la muerte atroz del ciudadano Ordóñez, (con sus virtudes y defectos), no solo se aprecia la violencia física, de fuerza, que genera miedo, terror y más insoportables cargas de incertidumbres, sino que se padece la propia del lenguaje violento y quien lo creyera, desde la boca de alcaldes y de dirigentes políticos quienes, no pocos, apelaban al retiro de la fuerza pública, sin considerar que a esas horas de la tarde y de la noche y de manera violenta se impedía el ejercicio de derechos fundamentales de cientos de ciudadanos trabajadores, estudiantes, jóvenes, hombres y mujeres que pretendían regresar a sus hogares sanos y salvos y se destruían bienes privados: tiendas, comercios, vehículos etc.
 
Ni la muerte del señor Ordóñez, ni la calamitosa situación económica que podemos estar padeciendo muchísimos ciudadanos colombianos, ni el acoso telefónico de los acreedores, ni el consumismo que revienta muchos hogares, ni la fragilidad del Estado y su gobierno, ha facilitado que desistamos de nuestros ideales democráticos y menos para consentir que nuestra propia vocería y representación sea asumida y absorbida de facto por toda suerte de agentes de populismos autoritarios. En esa masa informe, muchos ciudadanos también somos mayoría y más que en la perfección, creemos en la perfectibilidad de nuestra democracia, del Estado Social de derecho, del derecho y las leyes, de las Cortes y los jueces, de nuestro cuerpo policial, de nuestro ejército y de toda nuestra institucionalidad. Estamos cansados de la instrumentalización política y mediática, venga de donde viniere.
 
Lo pedido desde, por y para la violencia, no fue nada más que legitimar su propio laissez faire, laissez passer.
 
Es en estas situaciones y en su narrativa, en las que al “leer de corrido” nos perdemos y no encontramos sus relaciones con el derecho, ni con el orden legal, ni con la democracia, ni con la libertad, ni con la justicia, ni con la vida, porque las depositamos en las cloacas de la politiquería a las que son atrevidamente útiles las teorías del “derecho dúctil” y su “Señor del derecho”, hasta el punto que nos atrevemos a imaginar que en un futuro y en Colombia, se atienda “el reclamo popular” y al derecho fundamental a “la protesta pacífica”, se le defina como conexo el “derecho al mínimo vital de violencia”.
 
Mientras tanto, nos queda a la vista un horizonte borroso y muy incierto para el 2022
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El oscurecido “túnel 1991” Columna del Abogado Nelson Hurtado Obando @abogadohurtado

9/6/2020

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El oscurecido “túnel 1991”
​

Por: Abogado Nelson Hurtado O

Acaba de inaugurarse el túnel de “La línea”; ese hueco que, en longitud de 8.6 k rompió las entrañas de la tierra y unió dos flancos de la montaña en la Cordillera Central de Colombia.
 
“Que es de un solo sentido”; que “es apenas la mitad de la solución”; que “se hizo para hacer más ricos a los ricos”, que es “monumento a la corrupción”, que es parte del “legado de Uribe” y bla, bla, bla, óxido, ácido y hiel que se vierten no solo desde abajo, sino desde arriba de un país que no halla cese a sus divisiones intestinas, como si la percepción del Libertador, al punto, se hubiese convertido más que en advertencia, en marca indeleble y aeternus.
 
Despotricamos de Bolívar al igual que de Santander; clamamos por un Estado Social de derecho y democrático y despotricamos y clamamos por más liviandad del orden jurídico, de las leyes, de la autoridad cuando su aprecio no trasciende más allá de la propia conveniencia personal, pero clamamos por un orden jurídico robusto, por leyes severas, por autoridad fuerte en su vigencia y validez exegéticas, cuando en frente de nuestras conveniencias personales, se hallen los demás.
 
El túnel de “La Línea”, es obra que podría ser “imagen de alimento a las entendederas de las nuevas generaciones” sobre lo dicho por el libertador, aunque no en su prístino sentido, que: “si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella”, como igual sucedió con el Páramo de Pisba en la campaña libertadora.
 
Multitud de ejemplos pueden traerse y no de los cabellos para significar que muchísimos conciudadanos colombianos mantenemos la fe viva en la patria, en sus instituciones, en nuestros conciudadanos, en su orden jurídico, en sus autoridades, en los jueces, en los empresarios, en muchos empleados, en miles de obreros y a fe de ello son las valientes, decididas y mayúsculas personas: hombres y mujeres que irrumpen en los cielos de la ciencia mundial, en la medicina, la física, en los programas de la NASA, en el deporte, en la música (no en el ruido comercial), en la literatura (no en la escribidera de catecismos ideológicos), como al igual aquellas mujeres que celebran la victoria diaria de repetir el misterio del fuego y la tasa de “aguapanela”, el mejor combustible para que nuestros niños en su camino a la escuela y en el regreso a casa, puedan evidenciarnos (aunque sea cantando la nueva “ronda infantil” aprendida), que han atravesado en la jornada, no pocos túneles. Ejemplos también en los hombres que doblan sus lomos, poniéndole surcos a la tierra sobre los que vierten sudor y lágrimas como sellos de frutos robustos y maduros; en nuestros obreros, en nuestros médicos y abogados e ingenieros, en nuestros policías, en nuestros “buseros y taxistas”, de todos ellos de quienes vemos solo la simpleza de su labor o lo “bien pagas”, sin pensar en el peso que soportan en su integridad psico-física por el incierto tránsito vital de los días presentes.
 
Colombia y digámoslo claro, se aventuró a construir un nuevo túnel: la Constitución de 1991, con nuestra nueva forma de Estado, con incorporación de derechos fundamentales, cúmulos de garantías civiles, jurídicas, políticas, económicas cuyas raíces y fundamentos se hunden en la misma prehistoria de la humanidad, pero valiosas a la especie y a la civilización y no obstante y a diferencia del “Túnel de La Línea”, con ella no hemos conseguido romper las “entrañas de nuestras montañas” ni atravesar “nuestra cordillera central” para unir los flancos, no solo ahora del país, sino de los países políticos y los países nacionales a cuya virtud bien vale rememorar a J. E. Gaitán.
 
Duele, duele mucho que sea justamente en nuestra prédica y práctica del derecho y de la ciencia jurídica, que como abogados en ejercicio no solo es que percibamos, sino que tengamos que vivir en el “túnel de 1991”, un túnel que dista de alcanzar el otro flanco de nuestra montaña y que solo se aviene para entonar aquella estrofa del himno antioqueño que nos encabrita bajo el “Muchachos les digo a todos / los vecinos de las selvas / la corneta está sonando…/ ¡Tiranos hay en la sierra!”
 
Ni la aplicación directa de la Constitución, ni la constitucionalización del derecho positivo, ni el hacer “juez constitucional” al juez promiscuo de menor jerarquía, ni acción como la tutela que en nuestro sentir es acción rémora, frente al que simplemente debiera ser el enorme “pacto social” vinculante de las “montañas políticas y las montañas nacionales” en que permanecemos divididos y separados los colombianos.
 
En el “túnel 1991” si se tratara de un regreso, la boca que sirvió de entrada ha sido taponada y es infranqueable y la esperada boca de salida no la alcanzamos, porque metidos en ese túnel y anticipándonos a hidroituango, cada quien y cada cual, con sus propios porqués, procedió a construir sus propios “túneles de desviación” para llegar primero, sin pensar que se construía un laberinto, cuyas rutas se distanciaban, laberinto en el cual hoy más que nunca es evidente el sofocamiento de la institucionalidad, de la sociedad y de las personas.
 
Pan diario en el ejercicio profesional, es recibir a clientes y hasta usuarios que a la cita empiezan su relato con frases más o menos de este talante: “doctor, hágale; partimos lo que saque” o “no importa que no me quede nada, yo lo que quiero es que a ese…no le toque nada”, “doctor eso está muy fácil, yo tengo unos testigos o si no yo le doy a unos fulanitos unos pesitos y ellos van y declaran” o “doctor yo ya hablé con el secretario o con el juez y me dijo…” o “fulanito de tal que es congresista o viceministro…” o “ya cuadré con el perito…” o “pago un escándalo en prensa, radio y TV y eso también le sirve a usted doctor”. ¡Infamia, perfidia, perversidad, alevosía, ignominia!
 
Hace unos 10 años, en una interconsulta profesional con un joven abogado constitucionalista y previa a ejercer un medio de control contra una entidad pública, el joven constitucionalista dijo: “doctor, es evidente lo que usted plantea, pero la Constitución de 1991 es un longplay de música tropical bailable”.
 
Imposible en una columna consumar el tema. Lo cierto es que entre las teorías modernas y las febriles disertaciones entre juspositivistas y antijuspositivistas y entre cultores del constitucionalismo moderno, el “derecho dúctil”, el llamado “neoconstitucionalismo” y el “nuevo derecho” y otras teorías, el “pacto social” y el Estado Social de derecho, la administración de justicia de transacción, etc., la institucionalidad periclita, las autoridades públicas de carne y hueso que percibimos, muchas son faltas de carácter y de vigor, incoherentes, desechando en no pocas ocasiones y en contra de los ciudadanos, la legitimidad democrática que les concedimos, olvidando muchos que en el Estado Social de derecho y hasta para hacer lo correcto hay que obtener la conformidad con el ordenamiento jurídico y los principios, valores y fines constitucionales, como si no supieran que las autoridades públicas no solamente causan daño cuando actúan irregular e ilegalmente, sino también en muchos eventos del actuar regular y legal.
 
Periclita el Estado Social de derecho colombiano confinado en el “túnel 1991” y en tanto en los numerosos “túneles de desviación” laberínticos, solo se perciben destellos de luciérnagas, pero no la luz que ilumine la oscuridad que no cesa.
 
“Túneles de desviación”, eso sí, con rotativas, radio, cámaras de TV., redes sociales, en finas telarañas entretejidas con todos y a la vez con nadie.
 
No es ruindad pensar que exactamente “cruzamos la línea” sin que el “túnel 1991” nos lleve todavía al llano, al valle; en ese laberinto de “túneles de desviación”, la justicia se ha confundido con la administración de justicia y sobre ella se ciernen toneladas de desprestigio, de dudas razonables y no pocos hechos de hedionda corrupción; el abogado-juez se halla perdido en su propia toga  y en su mano, el mallete, golpea los clavos rectos, sin que se ocupe de enderezar los torcidos en no pocos casos, como igual suele perder el prudente juicio, la sindéresis, deslumbrado por las luces del set de TV o de la rueda de prensa, de los dictados de su “íntima convicción” o que sabrá uno, de los dictados del directorio; el abogado en ejercicio “especialista en incisos” para asegurar el “éxito mediático” fortalece el discurso politiquero-partidista que cala hondo y hace eco tanto en Calarcá como en Cajamarca y que en nuestra Colombia tropical se trata de legitimar como el “recurso a las huestes” respecto de decisiones cuando le son adversas, porque respecto de las favorables sus “equipos de comunicación” las situarán como finas perlas de su dedicación científica y de su prínceps intelligentia, albas como la nieve, no tocadas por juez ninguno y presentadas ante los conciudadanos con subrepción, en impúdica narrativa, como “acto heróico” de abogado en ejercicio que vence al juez, discurso que no se diferencia con ninguno de los discursos incendiarios de diversos politicastros que insuflan a Latinoamérica y desde diversas vertientes. Pocos lo habrán pensado así. Es el “túnel de desviación” de la fantochería, por el que se arrastra a la ciudadanía, a futuras generaciones y a nuestra institucionalidad.
 
A la vista de cada colombiano, la constitución parece reducirse a los llamados “derechos fundamentales”, en tanto realicen plausiblemente y en su mayoría, condiciones básicamente personales individuales y casi que de manera perversa bajo la afirmación de “primero yo y después sálvese quien pueda”, desposeídos de todo vínculo con el todo unitario de la nación.  
 
Quiérase o no, el túnel de “La Línea” es un logro, más que un “éxito”, de la ingeniería colombiana, de los hombres y mujeres “simples obreros”, de las autoridades públicas y de los empresarios privados a quienes les debemos gratitud y honor por lo propio de los deberes cumplidos, pero nunca jamás hasta la exaltación ignominiosa de héroes y deidades y menos para echar a nadie en medio de “los fuegos del señor Petro”.
 
Pendiente nos queda el “túnel 1991” y a abrir la faltante “boca de salida” ya las Altas Cortes han cumplido con significativos aportes de inteligencia y fidelidad con el derecho y lealtad con la ley, lo mismo que muchísimos jueces probos y abogados en ejercicio y profundos doctrinantes nacionales y extranjeros y esperamos los ciudadanos comunes y silvestres, por lo menos, poder volver a creer en nuestros jueces y honrarlos aun en medio de las imperfecciones de sus sentencias y en los abogados en ejercicio que han de comprender que la ciencia jurídica, el estudio, el forjar un argumento para un estudio de conclusión o para sostener un recurso, no hacen tanto ruido, ni en la derrota y nunca jamás en la victoria. Un abogado puede liderar las causas jurídicas que acepte, lo que no puede hacer y como acto de deslealtad, es confundir o hacer a la sombra de las causas jurídicas, inciertas causas partidistas, que a la hora de hoy bañan de descrédito, de duda y de sospecha a toda la administración de justicia, de tal modo que entre los conciudadanos se ha asentado como vivencia frente a nuestras autoridades: fiscales, jueces singulares y colegiados, el ser más temidos que acatados y no sin pocas justificaciones.
 
Mientras siga el show jurídico-judicial mediático, impúdico…
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