El oscurecido “túnel 1991”
Por: Abogado Nelson Hurtado O
“Que es de un solo sentido”; que “es apenas la mitad de la solución”; que “se hizo para hacer más ricos a los ricos”, que es “monumento a la corrupción”, que es parte del “legado de Uribe” y bla, bla, bla, óxido, ácido y hiel que se vierten no solo desde abajo, sino desde arriba de un país que no halla cese a sus divisiones intestinas, como si la percepción del Libertador, al punto, se hubiese convertido más que en advertencia, en marca indeleble y aeternus.
Despotricamos de Bolívar al igual que de Santander; clamamos por un Estado Social de derecho y democrático y despotricamos y clamamos por más liviandad del orden jurídico, de las leyes, de la autoridad cuando su aprecio no trasciende más allá de la propia conveniencia personal, pero clamamos por un orden jurídico robusto, por leyes severas, por autoridad fuerte en su vigencia y validez exegéticas, cuando en frente de nuestras conveniencias personales, se hallen los demás.
El túnel de “La Línea”, es obra que podría ser “imagen de alimento a las entendederas de las nuevas generaciones” sobre lo dicho por el libertador, aunque no en su prístino sentido, que: “si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella”, como igual sucedió con el Páramo de Pisba en la campaña libertadora.
Multitud de ejemplos pueden traerse y no de los cabellos para significar que muchísimos conciudadanos colombianos mantenemos la fe viva en la patria, en sus instituciones, en nuestros conciudadanos, en su orden jurídico, en sus autoridades, en los jueces, en los empresarios, en muchos empleados, en miles de obreros y a fe de ello son las valientes, decididas y mayúsculas personas: hombres y mujeres que irrumpen en los cielos de la ciencia mundial, en la medicina, la física, en los programas de la NASA, en el deporte, en la música (no en el ruido comercial), en la literatura (no en la escribidera de catecismos ideológicos), como al igual aquellas mujeres que celebran la victoria diaria de repetir el misterio del fuego y la tasa de “aguapanela”, el mejor combustible para que nuestros niños en su camino a la escuela y en el regreso a casa, puedan evidenciarnos (aunque sea cantando la nueva “ronda infantil” aprendida), que han atravesado en la jornada, no pocos túneles. Ejemplos también en los hombres que doblan sus lomos, poniéndole surcos a la tierra sobre los que vierten sudor y lágrimas como sellos de frutos robustos y maduros; en nuestros obreros, en nuestros médicos y abogados e ingenieros, en nuestros policías, en nuestros “buseros y taxistas”, de todos ellos de quienes vemos solo la simpleza de su labor o lo “bien pagas”, sin pensar en el peso que soportan en su integridad psico-física por el incierto tránsito vital de los días presentes.
Colombia y digámoslo claro, se aventuró a construir un nuevo túnel: la Constitución de 1991, con nuestra nueva forma de Estado, con incorporación de derechos fundamentales, cúmulos de garantías civiles, jurídicas, políticas, económicas cuyas raíces y fundamentos se hunden en la misma prehistoria de la humanidad, pero valiosas a la especie y a la civilización y no obstante y a diferencia del “Túnel de La Línea”, con ella no hemos conseguido romper las “entrañas de nuestras montañas” ni atravesar “nuestra cordillera central” para unir los flancos, no solo ahora del país, sino de los países políticos y los países nacionales a cuya virtud bien vale rememorar a J. E. Gaitán.
Duele, duele mucho que sea justamente en nuestra prédica y práctica del derecho y de la ciencia jurídica, que como abogados en ejercicio no solo es que percibamos, sino que tengamos que vivir en el “túnel de 1991”, un túnel que dista de alcanzar el otro flanco de nuestra montaña y que solo se aviene para entonar aquella estrofa del himno antioqueño que nos encabrita bajo el “Muchachos les digo a todos / los vecinos de las selvas / la corneta está sonando…/ ¡Tiranos hay en la sierra!”
Ni la aplicación directa de la Constitución, ni la constitucionalización del derecho positivo, ni el hacer “juez constitucional” al juez promiscuo de menor jerarquía, ni acción como la tutela que en nuestro sentir es acción rémora, frente al que simplemente debiera ser el enorme “pacto social” vinculante de las “montañas políticas y las montañas nacionales” en que permanecemos divididos y separados los colombianos.
En el “túnel 1991” si se tratara de un regreso, la boca que sirvió de entrada ha sido taponada y es infranqueable y la esperada boca de salida no la alcanzamos, porque metidos en ese túnel y anticipándonos a hidroituango, cada quien y cada cual, con sus propios porqués, procedió a construir sus propios “túneles de desviación” para llegar primero, sin pensar que se construía un laberinto, cuyas rutas se distanciaban, laberinto en el cual hoy más que nunca es evidente el sofocamiento de la institucionalidad, de la sociedad y de las personas.
Pan diario en el ejercicio profesional, es recibir a clientes y hasta usuarios que a la cita empiezan su relato con frases más o menos de este talante: “doctor, hágale; partimos lo que saque” o “no importa que no me quede nada, yo lo que quiero es que a ese…no le toque nada”, “doctor eso está muy fácil, yo tengo unos testigos o si no yo le doy a unos fulanitos unos pesitos y ellos van y declaran” o “doctor yo ya hablé con el secretario o con el juez y me dijo…” o “fulanito de tal que es congresista o viceministro…” o “ya cuadré con el perito…” o “pago un escándalo en prensa, radio y TV y eso también le sirve a usted doctor”. ¡Infamia, perfidia, perversidad, alevosía, ignominia!
Hace unos 10 años, en una interconsulta profesional con un joven abogado constitucionalista y previa a ejercer un medio de control contra una entidad pública, el joven constitucionalista dijo: “doctor, es evidente lo que usted plantea, pero la Constitución de 1991 es un longplay de música tropical bailable”.
Imposible en una columna consumar el tema. Lo cierto es que entre las teorías modernas y las febriles disertaciones entre juspositivistas y antijuspositivistas y entre cultores del constitucionalismo moderno, el “derecho dúctil”, el llamado “neoconstitucionalismo” y el “nuevo derecho” y otras teorías, el “pacto social” y el Estado Social de derecho, la administración de justicia de transacción, etc., la institucionalidad periclita, las autoridades públicas de carne y hueso que percibimos, muchas son faltas de carácter y de vigor, incoherentes, desechando en no pocas ocasiones y en contra de los ciudadanos, la legitimidad democrática que les concedimos, olvidando muchos que en el Estado Social de derecho y hasta para hacer lo correcto hay que obtener la conformidad con el ordenamiento jurídico y los principios, valores y fines constitucionales, como si no supieran que las autoridades públicas no solamente causan daño cuando actúan irregular e ilegalmente, sino también en muchos eventos del actuar regular y legal.
Periclita el Estado Social de derecho colombiano confinado en el “túnel 1991” y en tanto en los numerosos “túneles de desviación” laberínticos, solo se perciben destellos de luciérnagas, pero no la luz que ilumine la oscuridad que no cesa.
“Túneles de desviación”, eso sí, con rotativas, radio, cámaras de TV., redes sociales, en finas telarañas entretejidas con todos y a la vez con nadie.
No es ruindad pensar que exactamente “cruzamos la línea” sin que el “túnel 1991” nos lleve todavía al llano, al valle; en ese laberinto de “túneles de desviación”, la justicia se ha confundido con la administración de justicia y sobre ella se ciernen toneladas de desprestigio, de dudas razonables y no pocos hechos de hedionda corrupción; el abogado-juez se halla perdido en su propia toga y en su mano, el mallete, golpea los clavos rectos, sin que se ocupe de enderezar los torcidos en no pocos casos, como igual suele perder el prudente juicio, la sindéresis, deslumbrado por las luces del set de TV o de la rueda de prensa, de los dictados de su “íntima convicción” o que sabrá uno, de los dictados del directorio; el abogado en ejercicio “especialista en incisos” para asegurar el “éxito mediático” fortalece el discurso politiquero-partidista que cala hondo y hace eco tanto en Calarcá como en Cajamarca y que en nuestra Colombia tropical se trata de legitimar como el “recurso a las huestes” respecto de decisiones cuando le son adversas, porque respecto de las favorables sus “equipos de comunicación” las situarán como finas perlas de su dedicación científica y de su prínceps intelligentia, albas como la nieve, no tocadas por juez ninguno y presentadas ante los conciudadanos con subrepción, en impúdica narrativa, como “acto heróico” de abogado en ejercicio que vence al juez, discurso que no se diferencia con ninguno de los discursos incendiarios de diversos politicastros que insuflan a Latinoamérica y desde diversas vertientes. Pocos lo habrán pensado así. Es el “túnel de desviación” de la fantochería, por el que se arrastra a la ciudadanía, a futuras generaciones y a nuestra institucionalidad.
A la vista de cada colombiano, la constitución parece reducirse a los llamados “derechos fundamentales”, en tanto realicen plausiblemente y en su mayoría, condiciones básicamente personales individuales y casi que de manera perversa bajo la afirmación de “primero yo y después sálvese quien pueda”, desposeídos de todo vínculo con el todo unitario de la nación.
Quiérase o no, el túnel de “La Línea” es un logro, más que un “éxito”, de la ingeniería colombiana, de los hombres y mujeres “simples obreros”, de las autoridades públicas y de los empresarios privados a quienes les debemos gratitud y honor por lo propio de los deberes cumplidos, pero nunca jamás hasta la exaltación ignominiosa de héroes y deidades y menos para echar a nadie en medio de “los fuegos del señor Petro”.
Pendiente nos queda el “túnel 1991” y a abrir la faltante “boca de salida” ya las Altas Cortes han cumplido con significativos aportes de inteligencia y fidelidad con el derecho y lealtad con la ley, lo mismo que muchísimos jueces probos y abogados en ejercicio y profundos doctrinantes nacionales y extranjeros y esperamos los ciudadanos comunes y silvestres, por lo menos, poder volver a creer en nuestros jueces y honrarlos aun en medio de las imperfecciones de sus sentencias y en los abogados en ejercicio que han de comprender que la ciencia jurídica, el estudio, el forjar un argumento para un estudio de conclusión o para sostener un recurso, no hacen tanto ruido, ni en la derrota y nunca jamás en la victoria. Un abogado puede liderar las causas jurídicas que acepte, lo que no puede hacer y como acto de deslealtad, es confundir o hacer a la sombra de las causas jurídicas, inciertas causas partidistas, que a la hora de hoy bañan de descrédito, de duda y de sospecha a toda la administración de justicia, de tal modo que entre los conciudadanos se ha asentado como vivencia frente a nuestras autoridades: fiscales, jueces singulares y colegiados, el ser más temidos que acatados y no sin pocas justificaciones.
Mientras siga el show jurídico-judicial mediático, impúdico…
Twitter: @abogadohurtado.