¿Vivimos o pacemos?
Por: Abogado Nelson Hurtado Obando
De tantas cosas agolpadas, en el alma y en el cuerpo, ya es imposible deshacernos a través del humano y natural ejercicio de decirlas de manera oral o escrita, con las palabras, con las miradas o con los gestos.
Creímos, durante largo trecho de nuestras vidas, que las palabras, las miradas, los gestos se habían puesto en nuestra corporeidad para estrujar y hacer parir a la bondad, al amor, a la cooperación, a la solidaridad y porqué no, a la caridad misma.
A esta edad, sentirnos rotos y desde todos “nuestros adentros”, es quizás haber alcanzado ese “conócete a ti mismo”, del cual no ha de seguirse ninguna otra búsqueda, ni ningún otro sueño, objetivo, meta o ideal, ni como individuos, ni como humanidad y para no abreviar el recorrido del reloj de la historia, quedarnos a la simple espera de la nueva extinción.
Y estamos rotos desde todos “nuestros adentros”, porque hay “unos afuera” que nos mantienen en vilo y nos dejan sin cupo para soportar más amargas incertidumbres, temor, miedo, egoísmo, ventaja, picardía, codicia, odio, rencor, venganza, felonía, viviendo cercados, rodeados, acosados por hordas de alexitimicos.
Casi cinco meses, cumpliendo como seres humanos y como personas y ciudadanos en primer orden con las “leyes naturales” de autoprotección y autocuidado de los propios “yo” y de los “yo” de quienes más amamos y en esa conducta cuidando de los “yo, de los otros” nuestros prójimos, vecinos y conciudadanos y en segundo orden, cumpliendo con las leyes de los hombres emanadas del Estado y para luego salir a la calle y ver gente y gente que va y viene como si nada pasara, sin atender la más mínima norma de reconocimiento de “los otros” y en pleno desafío de esas “leyes naturales” y de las leyes de los hombres, solo nos deja al descubierto que como especie, como humanidad y como sociedad, todo se vino abajo. No creo que el hallazgo de una vacuna contra el covid-19, sea lo que la humanidad precisa, para que cual semoviente de ganadería intensiva, deje simplemente de pacer sobre la faz de la tierra.
Quizás seamos muchísimos los que nos sintamos rotos desde todos “nuestros adentros” y rotos desde las palabras, los gestos, las miradas; y que nadie se atreva a dar consejo y menos intentar comunicar alguna experiencia o enseñanza o a poner algún mojón de moralidad o de ética o de tan siquiera invitar amablemente a cumplir y obedecer las “leyes naturales” y las leyes de los hombres y en nombre del bien común y enfrente de un igual y simétrico peligro común, que no tiene exenciones, no recibe coimas, no sabe de transacciones, ni de conciliaciones y menos que tenga en cuenta los apreciados patrimonios de “likes”, y las colecciones de “sonrisas con bocas de pato” de Instagram, o las “listas de mis mejores amiguis” de las redes sociales.
Y nos sentimos rotos desde todos “nuestros adentros”, cuando, aun en el más propio de “nuestros adentros”, las palabras, los gestos, las miradas, las invade, las penetra y las habita el enemigo común para hacer “ochas y panochas”, adentro, donde más nos duele, en el alma y en el cuerpo, lo que no es mero asunto de estrés, de ansiedad, de depresión, ni asunto de miserables resiliencia y tolerancia. Son los de “afuera”, los que están vacíos en y de “sus adentros” los que nos han impuesto el desorden, la angustia y nos desapropian de toda noción de convivencia, coexistencia, compartir, cooperación, solidaridad, reconocimiento, respecto, bien común, humanidad, humanismo y dignidad humana. Son los “yo” vacíos en “sus adentros” de “todo otro”. Son las nuevas “joyas” hechas del mismo oro que deslumbra, pero no alumbra.
Rotos desde “nuestros adentros”, se percibe que el enemigo común, encontró fértiles praderas para rompernos, separarnos, dividirnos y develarnos, que, los muchos que vamos rotos, lo hemos sido en nuestra humanidad, en nuestra dignidad humana, en nuestra condición de seres racionales e inteligentes, rotos en la bondad, en el amor, en la cooperación, en la solidaridad.
¿Qué entonces habría de unirnos en pro del bien común, que no logró el igual e inminente peligro a que estamos enfrentados?
¿Es vida y humana y digna, todo este desorden? ¿Cuál el sentido: vivir o pacer?
Posiblemente muy equivocados, pero ni siquiera en las sociedades más primitivas se halla noticia de la inexistencia de comunión, frente a una amenaza o peligro común. Ahora solo nos queda una “solidaridad humana de cajas registradoras de grandes superficies en rotación de inventarios”. ¡Es la economía!
Y que no nos hablen de “derechos fundamentales”, que los que estamos padeciendo las roturas en todos “nuestros adentros”, pariendo actos (aunque sean poquitos) de bondad, de amor, de cooperación, de solidaridad, de humanidad, de dignidad humana, de humanismo, de civismo, como actos conscientes en un estado de no-libertad, estamos vivenciando un nuevo apartheid, que, por encima de nuestras vidas mismas, de la libertad y de la autonomía inherentes, los díscolos e inciviles, los que se niegan su propia humanidad y dignidad, cuyas existencias están vacías de sentido y de valor, han logrado imponer por vía de “mayorías” disolutas, amorfas y anónimas y encontrar eco en teóricos de toda pelambre a través de los cuales la incivilidad y el hecho delincuencial que nos abruman encuentran “misericordia jurídica”; ninguna teoría del conocimiento, ninguna epistemología jurídica, ninguna filosofía o sociología y menos en un Estado Social de derecho, podrá justificar que para hacer frente a un peligro común, el reducir o regular derechos fundamentales, sea vulgar autoritarismo.
Así, bien valioso resulta implorar que una familia indígena del Amazonas nos adopte y que prometemos no ir a “enseñar” nada, ni llevar ciencia alguna, ni libros, ni teóricos jurídicos, ni tenis, ni pantalones de marca, ni internet, ni Instagram cargado con fotos de “bocas de pato”, ni listas de “mejores amiguis”, ni diplomas otorgados por Google, ni oro que deslumbre…
Nos quedamos sin Dios y sin ley y sin autoridad, sin palabras, sin gestos, sin miradas, humanas, humanas, aun de quienes más amamos. abogados@abogadoshurtado.com Twitter: @abogadohurtado.
Creímos, durante largo trecho de nuestras vidas, que las palabras, las miradas, los gestos se habían puesto en nuestra corporeidad para estrujar y hacer parir a la bondad, al amor, a la cooperación, a la solidaridad y porqué no, a la caridad misma.
A esta edad, sentirnos rotos y desde todos “nuestros adentros”, es quizás haber alcanzado ese “conócete a ti mismo”, del cual no ha de seguirse ninguna otra búsqueda, ni ningún otro sueño, objetivo, meta o ideal, ni como individuos, ni como humanidad y para no abreviar el recorrido del reloj de la historia, quedarnos a la simple espera de la nueva extinción.
Y estamos rotos desde todos “nuestros adentros”, porque hay “unos afuera” que nos mantienen en vilo y nos dejan sin cupo para soportar más amargas incertidumbres, temor, miedo, egoísmo, ventaja, picardía, codicia, odio, rencor, venganza, felonía, viviendo cercados, rodeados, acosados por hordas de alexitimicos.
Casi cinco meses, cumpliendo como seres humanos y como personas y ciudadanos en primer orden con las “leyes naturales” de autoprotección y autocuidado de los propios “yo” y de los “yo” de quienes más amamos y en esa conducta cuidando de los “yo, de los otros” nuestros prójimos, vecinos y conciudadanos y en segundo orden, cumpliendo con las leyes de los hombres emanadas del Estado y para luego salir a la calle y ver gente y gente que va y viene como si nada pasara, sin atender la más mínima norma de reconocimiento de “los otros” y en pleno desafío de esas “leyes naturales” y de las leyes de los hombres, solo nos deja al descubierto que como especie, como humanidad y como sociedad, todo se vino abajo. No creo que el hallazgo de una vacuna contra el covid-19, sea lo que la humanidad precisa, para que cual semoviente de ganadería intensiva, deje simplemente de pacer sobre la faz de la tierra.
Quizás seamos muchísimos los que nos sintamos rotos desde todos “nuestros adentros” y rotos desde las palabras, los gestos, las miradas; y que nadie se atreva a dar consejo y menos intentar comunicar alguna experiencia o enseñanza o a poner algún mojón de moralidad o de ética o de tan siquiera invitar amablemente a cumplir y obedecer las “leyes naturales” y las leyes de los hombres y en nombre del bien común y enfrente de un igual y simétrico peligro común, que no tiene exenciones, no recibe coimas, no sabe de transacciones, ni de conciliaciones y menos que tenga en cuenta los apreciados patrimonios de “likes”, y las colecciones de “sonrisas con bocas de pato” de Instagram, o las “listas de mis mejores amiguis” de las redes sociales.
Y nos sentimos rotos desde todos “nuestros adentros”, cuando, aun en el más propio de “nuestros adentros”, las palabras, los gestos, las miradas, las invade, las penetra y las habita el enemigo común para hacer “ochas y panochas”, adentro, donde más nos duele, en el alma y en el cuerpo, lo que no es mero asunto de estrés, de ansiedad, de depresión, ni asunto de miserables resiliencia y tolerancia. Son los de “afuera”, los que están vacíos en y de “sus adentros” los que nos han impuesto el desorden, la angustia y nos desapropian de toda noción de convivencia, coexistencia, compartir, cooperación, solidaridad, reconocimiento, respecto, bien común, humanidad, humanismo y dignidad humana. Son los “yo” vacíos en “sus adentros” de “todo otro”. Son las nuevas “joyas” hechas del mismo oro que deslumbra, pero no alumbra.
Rotos desde “nuestros adentros”, se percibe que el enemigo común, encontró fértiles praderas para rompernos, separarnos, dividirnos y develarnos, que, los muchos que vamos rotos, lo hemos sido en nuestra humanidad, en nuestra dignidad humana, en nuestra condición de seres racionales e inteligentes, rotos en la bondad, en el amor, en la cooperación, en la solidaridad.
¿Qué entonces habría de unirnos en pro del bien común, que no logró el igual e inminente peligro a que estamos enfrentados?
¿Es vida y humana y digna, todo este desorden? ¿Cuál el sentido: vivir o pacer?
Posiblemente muy equivocados, pero ni siquiera en las sociedades más primitivas se halla noticia de la inexistencia de comunión, frente a una amenaza o peligro común. Ahora solo nos queda una “solidaridad humana de cajas registradoras de grandes superficies en rotación de inventarios”. ¡Es la economía!
Y que no nos hablen de “derechos fundamentales”, que los que estamos padeciendo las roturas en todos “nuestros adentros”, pariendo actos (aunque sean poquitos) de bondad, de amor, de cooperación, de solidaridad, de humanidad, de dignidad humana, de humanismo, de civismo, como actos conscientes en un estado de no-libertad, estamos vivenciando un nuevo apartheid, que, por encima de nuestras vidas mismas, de la libertad y de la autonomía inherentes, los díscolos e inciviles, los que se niegan su propia humanidad y dignidad, cuyas existencias están vacías de sentido y de valor, han logrado imponer por vía de “mayorías” disolutas, amorfas y anónimas y encontrar eco en teóricos de toda pelambre a través de los cuales la incivilidad y el hecho delincuencial que nos abruman encuentran “misericordia jurídica”; ninguna teoría del conocimiento, ninguna epistemología jurídica, ninguna filosofía o sociología y menos en un Estado Social de derecho, podrá justificar que para hacer frente a un peligro común, el reducir o regular derechos fundamentales, sea vulgar autoritarismo.
Así, bien valioso resulta implorar que una familia indígena del Amazonas nos adopte y que prometemos no ir a “enseñar” nada, ni llevar ciencia alguna, ni libros, ni teóricos jurídicos, ni tenis, ni pantalones de marca, ni internet, ni Instagram cargado con fotos de “bocas de pato”, ni listas de “mejores amiguis”, ni diplomas otorgados por Google, ni oro que deslumbre…
Nos quedamos sin Dios y sin ley y sin autoridad, sin palabras, sin gestos, sin miradas, humanas, humanas, aun de quienes más amamos. abogados@abogadoshurtado.com Twitter: @abogadohurtado.