Troglodita Cruel
Por: Abogado Nelson Hurtado Obando
Va a cumplirse un año del momento en que se inició la subyugación de la humanidad por cuenta y gracia de la pandemia. Y no se trata de conjeturar respecto a su origen por cuenta de la interferencia humana en la sistemidad del orden natural o si por causas económico-políticas del “[T]dragón chino” o si atribuible a la presunta alianza entre la fundación de Bill Gates y la OMS y la poderosa y extractiva industria farmacéutica mundial, que en alto grado somete y monopoliza a los científicos e investigadores y a la ciencia misma y a sus logros científicos, lo que es comprensible desde el momento en que se descubrió que la información y el conocimiento se podían hacer comportar no solo como mercancías, sino también como instrumentos de poder, de la mano con el aliado tecnológico y un mundo económico sin obstáculos en fronteras o soberanías nacionales.
U. Beck, con rigor, hace varios años en su obra expresó que estaba la humanidad en el estadio de la civilización que muchos denominaron como “sociedad de la información o del conocimiento”, pero que realmente se hallaba en el estadio de la “sociedad del riesgo”, del temor y del miedo. A la par, no menos importantes son los aportes de Yuval Noah Harari, en sus tres libros: “De animales a dioses”, “Homo Deus” y “21 lecciones de historia para el Siglo XXI” y no menos importante E. Krauze con “Redentores”.
La licencia que pido y las excusas que ofrezco, es para quedarme en esta parroquia de Medellín y su área metropolitana y expresar mis percepciones y sentimientos, porque siento que son muchas las actitudes del alcalde que pinchan el alma de la persona humana, como fin en sí mismo, como subvaloración de la dignidad humana y como si decretara sobre todos una capitis diminutio ciudadana.
Honradez es reconocer que ni las naciones más prósperas, ni sus gobiernos tenían siquiera algo de planeación para hacer frente a la pandemia, excepto algunos mecanismos de tipo seguridad nacional, de orden militar-diplomático y respecto de la llamada “guerra bacteriológica”.
Lo general, como dominio del estado de cosas, desde un principio fue la escasez de recursos: infraestructuras hospitalarias, técnicos y tecnológicos, biológicos, instrumentales y esencialmente cero insumos de saber científico y aún de experiencias empíricas recientes y más allá, carencia de todo referente político-económico y jurídico-legal en todos los niveles del Estado y los gobiernos nacional y territoriales, respecto de acciones eficaces y competitivas para enfrentar la pandemia.
En los primeros meses, el gobierno municipal de Medellín, en su nicho de incertidumbre que no quiso reconocer, se apegó a su “independencia y alternatividad” ideológica y a los “dogmas de su religión tecnológica” para capotear el vendaval que sopla aún en todas direcciones y recursivamente, adaptando “La caverna” de Platón a la tecnología y la síntesis de Saramago, se confió a la satisfacción y a la “seguridad” que en el vulgo y en la élite, produce la oferta y el consumo de los rénders, los power point de estadísticas y la dinámica de texto, voz-imagen de diversos softwares, cuya intencionalidad a fines últimos lo señalaba el movimiento pendular entre la creación de “prosumidores” y la gobernabilidad.
Necesitaba crear “prosumidores” de su discurso antipandemia para blindar su gobierno, fidelizar ciudadanos, recolectar y reforzar adeptos y de-votos para hacer su tránsito por un camino imaginario, al que pretendió legitimar hasta con Artificial Intelligence paisa, logrando, supongo, que con apoyo de la secretaría de tránsito, dizque controlar y “reducir la velocidad de contagio” del virus y redoblando el aparataje publicitario-márketing, de “su imagen” de “gobernante sabio”, acudiendo hasta a la generación de estrés y concretamente miedo ciudadano para redirigir la atención de la población a otros focos, dividiéndola en buenos y malos, amigos y enemigos, “haciendo diana”, en el amor propio del pueblo-paisa-pueblo: las empresas públicas de Medellín.
Las acciones administrativas del alcalde a partir del incidente de las empresas públicas de Medellín y sobre todo por el lenguaje usado, develan lo que desde el sentido común sabíamos los ciudadanos-administrados, de la inexistencia de un camino, de un plan, de un programa, de un método que con algún grado de mínima certeza fuera siquiera indicativo de lograr un mínimo valioso de control de la pandemia y en razón a los escasos recursos existentes. Celebramos en principio el diseño técnico de equipos y su fabricación angustiosa por investigadores y académicos altamente calificados de Medellín al igual que confiamos en la apertura de la clínica de Saludcoop o de “la ochenta”. Parecía que se estaba consolidando algún grado de confianza entre la ciudadanía.
No dudamos en reiterar lo que años atrás hemos dicho sobre lo que significa y lo apetecido que es el “capital de las tragedias” para políticos y gobernantes, un trágico derrumbe, una avalancha de un río, que cobran vidas, azar, fatalidades súbitas y a veces prevenibles, son en todos los casos, aunque escenarios crueles, insumo para la cotización al alza de la “imagen del gobernante”.
Pero, la pandemia a pesar de la tragedia inherente, no es de aquellas que en su orden empiezan a atenderse con el séquito de cámaras de TV, periodistas, alcalde en el sitio, policía, retroexcavadoras, ulular de sirenas, cuerpos de rescate, perros en busca de la medalla de heroísmo, noticieros, etc.
La pandemia, en principio, ella propiamente descargó sobre cada uno de los habitantes de Medellín toda su carga de incertidumbre, de miedo y de temor, de peligro inminente frente al cual los dispositivos naturales para la defensa de la vida, las “respuestas automáticas” de su corporeidad, que son únicas: huir o luchar quedaron absolutamente inhibidas, neutralizadas.
El confinamiento o encierro (no huir, ni luchar) sino esconderse, tampoco podía librarnos del maligno bicho, que dispone a su favor de absolutamente todos “los medios de transporte”: un estornudo, nuestras manos en contacto con otras manos, superficies, bolsas, alimentos, el auto particular, el taxi, el bus, el metro, el sitio de trabajo, la escuela, el templo, el hogar, la visita, la reunión de trabajo, un beso y un abrazo, el hospital…
El bicho no dejó espacio para las cámaras de TV., los perros en busca de heroísmo, las retroexcavadoras, ni el ulular de sirenas y nuestros enfermos y los que murieron si estuvieron bendecidos, alcanzaron a ser despedidos a través de una video llamada de Whatsapp y del sepelio virtual con el “valor agregado de derechos de trasmisión…”
El alcalde de Medellín, perfectamente sabía que, en sus viviendas, todos los habitantes de Medellín, estaban encerrados, seres humanos encuevados, contenidos, confinados a unos espacios de total inmovilidad. Como la canción “Te dejó la ciudad sin mi”.
A recomendaciones científicas, solo este tipo de control social, podía tener algún impacto eficaz sobre el control al bicho.
Pero, ¿el alcalde de Medellín recolectó los “diezmos” para su “culto dataísta”, sobre lo que cada habitante de Medellín, durante el encierro y todas las subsiguientes inmovilizaciones, cargó en su cabeza, en su cerebro, en su inteligencia, en su racionalidad, en su integridad psico-física? ¿Coleccionó como “diezmos de su culto dataísta”, los conflictos crueles entre padres e hijos que no en pocos casos rompieron la unidad familiar? ¿Coleccionó como “diezmos de su culto dataísta”, los intentos de suicidio y los suicidios ocurridos y los lesionamientos personales, tentativas de homicidio y feminicidio entre miembros de una misma familia? ¿Coleccionó como “diezmos de su culto dataísta”, los arrejuntamientos en una misma vivienda de familiares que no pudieron pagar la renta? ¿Coleccionó como “diezmos de su culto dataísta”, la indebida agresión psicológica de los bancos a través de los “call center? ¿Coleccionó como “diezmos de su culto dataísta”, cuánto duró el mercado, normal para un mes en una familia tipo de cuatro personas? ¿Coleccionó como “diezmos de su culto dataísta”, cuántas personas no fueron atendidas en el sistema de salud por otras dolencias? ¿Coleccionó como “diezmos de su culto dataísta”, cuántas familias perdieron sus unidades de trabajo formales y cuánto desempleo generó el cierre de cada establecimiento? ¿Coleccionó como “diezmos de su culto dataísta”, cuántos habitantes de Medellín, son ahora deudores morosos de arrendamientos, cuotas de amortizaciones bancarias, etc.? ¿La colección de “diezmos de su culto dataísta”, de “Medellín me cuida”, en qué “big tech” los ha “invertido”?
Son preguntas de las que no tendremos nunca, nunca, respuestas verosímiles, que no son, ni nunca serán las de tipo “estadísticas sobre pedido o sobremedida”.
Finalmente, tampoco será la “renovación o prórroga del contrato de Hidroituango a sus ejecutores y al mismo tiempo demandados” por $9,9 billones, la tabla de salvación del alcalde y sostenemos lo escrito en otra columna respecto de la caducidad de la acción contenciosa y esperaremos lo que decida el Tribunal Administrativo.
Puede haber hecho el alcalde lo que le haya dado su bendita gana con los recursos del erario, revolcar y putiar el presupuesto, contratar regular o irregularmente en la ESU, no adjudicar la ejecución de obras públicas de EDU, al licitante cuya oferta hubiese sido la mejor calificada y personalmente, eso no me importa tanto como lo que seguidamente refiero.
No cala ese discursillo épico, de mierda, del “Mío Cid del Tricentenario” y no cala, porque antes del alcalde, por lo menos dos generaciones, nacimos, crecimos, nos educamos en condiciones, no solo más adversas, sino perversas que las que relata como suyas personales; acceder al empleo, lo más grande era emplearse en Fabricato, Coltejer, Tejicóndor, Tejidos Leticia, Postobón, la Nacional de Chocolates, Coltabaco, la Fábrica de Licores; acceder a la U. de A., también era difícil; pagar $5.00 pesos por un semestre era un “Potosí”, vivir de arrimado en casa de algún pariente mientras estudiábamos, no era lo más cómodo.
No obstante, fuimos la generación del combo: “trabajar y estudiar para superarnos” y eso no ha sido para nosotros el mayor “Éxito” personal; para nosotros ha sido el más grande LOGRO, personal-familiar-social, porque nos debemos a nuestros esfuerzos y sacrificios personales y familiares y de la sociedad en que crecimos y vivimos, gracias a Dios, a la sombra de esos árboles robustos y grandes que usted llama “la oligarquía paisa”, en nuestras memorias y personalmente gratitud debemos a “esos Echavarrías”. Jaime R., Jorge Hernán, Carlos Posada, don Gustavo Toro, los Ospinas, William Jaramillo G, Evelio Ramírez M, Iván Correa y Omar Flórez en la familia BIC, los Delgado Sañudo, el doctor Michelín, Bernardo Guerra S, Olga Elena Mattei, Carlos Castro Saavedra, Alberto Aguirre, Benedicto y Jairo Uribe…por ellos y por la pobreza o escasez de recursos, muchos nos educamos en universidades privadas, sin becas, sin auxilios ni siquiera para el “pan con quesito y naranjada” en las tiendas de la universidad, sin subsidios de transporte, “sin tíos ricos”.
Y aquí estamos, ya en la cima de la parábola vital, plenos pero cortos para la GRATITUD, que de frente al “texto constitucional de la vida”, es la excepción, como deuda eternamente impagable a nuestro cargo frente a la familia, los amigos y la sociedad.
Por eso, repito, no me cala ese discursillo, pseudo épico suyo, alcalde y no porque simplemente no me guste, no. No me gusta porque nunca pudieron ser peores, en contexto, sus carencias comparadas con las nuestras; nuestros pies aún conservan callos de los tenis Croydon y los zapatos Grulla y el vestidito de bluejean Wrangler, como conservan nuestras manos callos de ir colgado en un bus de Robledo a las 10 de la noche después de una jornada de trabajo-estudio de más de 12 horas, como del mismo modo se nos aplanó el trasero y de modo exclusivo y excluyente por el hecho solo atribuible a permanecer sentados en un banco escolar o en la silla universitaria o en el puesto de trabajo, cuando para aquella época nada se sabía de ergonomía, ni de salud ocupacional.
También fui alcalde, muy joven, de la última tanda de alcaldes por decreto del gobernador, es decir, administrador de la pobreza, de municipios pujantes a pesar de ello; era enorme el placer atender 50 o 100 campesinos el día de mercado y dejar en sus veredas una escuela, un puesto de salud, una carretera, un acueducto y con el innegable apoyo de la entonces Federación de Cafeteros. Fui alcalde y otras cositas en la vida pública y las asumimos como honra, prez y gloria democráticas y todo ello porque mi generación se elevó en DIGNIDAD y DECORO sobre la GRATITUD y no sobre el RESENTIMIENTO. No nos encumbramos sobre los hombros, ni sobe los votos de los demás (Cesare Beccaria), nos elevamos con todos.
También somos generación del casi permanente “Estado de sitio y toque de queda”.
Y con todo y eso y los alcaldes que se hicieron famosos en muchos pueblos, los “juaquintreinta” pantalonudos, no tenemos de ellos memoria, ni recuerdo de maltrato verbal o escrito, como el que usted con sus trinos en las redes viene dirigiendo a los seres humanos y ciudadanos que habitamos este “valle de lágrimas” de Medellín, dividiéndonos entre sus “amigos y enemigos” y “revocatorios” entre los cuales suma a todo ciudadano que discrepe de su actuación administrativa aunque no participe de ninguna acción revocatoria.
Su lenguaje (que, como seres humanos, también somos inherentes actos de habla), es pendenciero, agresivo, contestario, autoritario, peyorativo, contendiente, irrespetuoso, prepotente, etc. No se trata de restarle méritos a su formación profesional, sino de hacerle entender que mucho más crece el descontento ciudadano por ese auto plus que se agrega desde su historia familiar, que siendo sentida, ella no lo hace un ser especial, sui géneris y menos porque antepone el capital de 300 mil y puchos de votos, fuente de la legitimidad de su elección, pero que usted quiere convertir en patente de corso, por encima de la Constitución y la ley, que si bien no son un tratado de “Modales y buenas maneras”, ellas le imponen deberes y obligaciones jurídicas y legales respecto de sus conciudadanos administrados.
La metáfora y la alegoría son recursos de la argumentación, que mal usados cobran un alto precio. Entendemos algunos su referencia a “Medellín no les pertenece”, pero en una ciudad donde hay desarraigo, gentrificación, desplazamiento, inequidad, exclusión, pobreza, termina siendo su expresión, una auténtica afirmación, un plan, una política, que se suma a todas sus no piadosas mentiras respecto del problema angustiante del manejo de la pandemia, tanto que merece, por su honradez que devuelva “los premios y menciones internacionales que ha ganado” y los costos de publirreportajes y videos de la pauta publicitaria oficial.
Usted nos ha agredido de diversas formas: el encierro debido y acatado por los ciudadanos que así lo cumplimos y usted y sus secretarios en parrandas varias y encerrando barrios e imponiendo comparendos y olímpicamente ahora echándole culpa a la indisciplina social y faltándole no más quitarse la correa.
Ahora bien, la convocatoria al TRIBUNAL de BIOÉTICA MÉDICA, para que el médico decida entre qué paciente vive y cual debe vivir, de cara a los recursos médico-hospitalarios escasos, NECESARIAMENTE lo compromete a usted y a su equipo de trabajo y me atrevería a decir que usted puede tener los “trapos rojos”, pero no tiene el “botón rojo” en sus manos…por menos el personal de salud ha sido agredido.
Usted nos ha agredido con sus aires de suficiencia de “sabiduría tecnológica” y desestimando no solo la incertidumbre propia que es la vida, desestimó las profundas incertidumbres inherentes a la pandemia y por encima del saber científico que no sabía nada de su origen, su evolución, su manejo, su tratamiento y cuando aún en este momento subsiste la incertidumbre sobre las vacunas, eficacia, efectos colaterales, duración de la inmunidad, etc., nos vendió y quiere seguir vendiendo que su “método de control del virus” ha sido “reconocido internacionalmente”. Entró a operar el TRIBUNAL de BIOÉTICA MÉDICA, ¿saben todos sus conciudadanos de qué se trata? ¿Extinción de la vida o de las pensiones?
Pareciera más fácil decir que “no es justo”, por lo que ha hecho y dicho, pero, por lo que ha dicho, con sus palabras, “el alma colectiva” de la que muchos dudan que exista, también está no solo viendo pasar “sus imágenes” sino que ha aprendido a recomponerlas y leerlas en tiempo real y desde sus palabras, “su imagen”, de la que nos apropiamos nosotros, los que pagamos su salario, es inconfundible, la propia de un megalómano, de un tecnócrata frío y perversamente calculador y en estas horas convulsas emocionalmente y por diversas razones que dañan la unidad dual de nuestra naturaleza humana y política como seres sociales, usted se nos aparece como un troglodita cruel, frío, insensible y perversamente calculador, utilitarista y nosotros, sus prójimos, conciudadanos, no somos “sus medios o sus instrumentos”.