Sin puertas y con ventanas cerradas
Por: Abogado Nelson Hurtado O
Sin embargo, gastar teclas, desdibujar las “letras del teclado”, gastar impulsos eléctricos y pixeles, que deterioran el “cerebro” de la máquina, pero, que “nuestros ojos” puedan ver en la caricatura del “blanco papel electrónico”, como se van abriendo camino nuestras impulsiones, en “arial, gótico, verdana, calibrí” y que luego lleguen a las “autopistas” a reventar de “pesadas congestiones” y que finalmente alcancen “inmortalidad en la nube”, parece asunto o cosa que no tiene precio. ¿El más allá del Aleph borgiano?
Y que es trivial: “puede que sí o que puede que no”; “qué te digo: sí, pero, no”; ser y no ser contrariando el discurso de Hamlet de “ser o no ser”.
Buscando trivialidades para calentar la mañana de un frio domingo, hemos viajado a encontrar nuestros recuerdos (vamos en busca de ellos, no vienen ellos a buscarnos) lo que es ya una inmensa fortuna, que no se comporten como los enemigos.
Trivialidad, hallar en esos “depósitos” la grafía-imagen de la puerta, de la que es una trivialidad decir de su mucha o ninguna importancia en la planeación de las ciudades, en la edificación de los edificios, de nuestros sitios de trabajo y en especial de nuestros sitios de vivienda, casas o apartamentos o estancias rurales. Trivialidad, toda consideración de plausibilidad de un objeto, cuya existencia está eternamente condenada a ser y permanecer colgada, relativamente inmóvil aun cuando sea “puerta giratoria” y que pueda tener significación en nuestras vidas, en nuestras relaciones interpersonales, socioculturales, económicas y jurídicas, en fin, que pueda ser objeto de reflexión plausible. Trivialidad, solo pensarlo, porque somos también parte de las “sectas antitrivialistas”, por “voluntad propia” o por razón de las circunstancias o porque agotadas todas las razones de la racionalidad, solo nos quede apelar al azar, o a los aleas. Puerta del ascensor, que no es la misma la que se abre para subir, que, la que se abre para bajar.
Puertas de noble madera, como de burdo hierro o misteriosamente blindadas y electrónicamente controladas; puertas que cierran el paso a todo bicho o que humildes y desvencijadas tienen alarma incorporada o rendijas para que, tan siquiera entre un haz de luz o un diminuto rayito de sol o el afilado cuchillo del viento frio en finca boyacense o para que pase, a un sin ser invitada, Átropos con su guadaña, vacía siempre de toda razón o ahíta de un “infinito de motivos”, dispuesta a “concedernos la inmortalidad” en las estadísticas y las cifras, como “privilegio meteorológico” concedido para habitar los cúmulos en las “nubes tecnológicas”, donde ni siquiera podríamos hallarnos como recuerdo.
“Cierre todas esas ventanas que tiene abiertas”. ¿Y la puerta? ¿Será la misma?
Si pudiéramos ser y estar, afuera, ¿sería la puerta de nuestra casa? Y, si pudiéramos ser y estar, adentro, ¿sería la puerta de “nuestra” calle?
Y nos “mandan” cerrar tantas ventanas abiertas y en ese afán a “velocidad de click”, no percibimos que ya nos han derrumbado la puerta. Ella, ya no es la puerta de la casa, ni la puerta de la calle, aunque permanezca allí, eternamente colgada.
Creemos conservar en los bolsillos “las llaves de la puerta”, aunque todos afuera tienen copias para franquearla y hasta los más osados mocharían el dedo para vaciar en molde de silicona nuestras huellas y especialmente en “moldes de algoritmos y bits” para abrir,
“nuestras puertas digitales”.
Contrariamente, ya, la puerta “de la casa o de la calle”, la de nuestra casa, permanece cerrada-abierta y tenemos alta probabilidad de acertar saber, sin abrirla y sin mirar por el “ojo mágico” quién ha llegado, por el modo de tocar el timbre, como si en algo también fuéramos, tan modernos, como “perros de Pavlov”.
Las ventanas de la casa, aunque permanezcan abiertas, están permanente cerradas: un edificio enorme al frente nos priva del paisaje mediato, aun el interno de la “unidad residencial cerrada en propiedad horizontal” o porque al frente han sembrado árboles inapropiados que impiden toda visibilidad, como recordando que no “no hay más selva que la ciudad” que habitamos. Y ni qué decir de mirar al alto horizonte o de ver la luna en las noches. Es la orden del nuevo orden: cierre ventanas, que “nosotros”, los “ciudadanos nubarrones” mantendremos su “puerta de la casa y su puerta de la calle”, eternamente colgada y ad infinitum abierta.
Y con todo y eso, soslayada, mediática y “presupuestalmente”, nos hablan planeadores, planificadores, constructores, arquitectos, ingenieros, economistas, financistas, “científicos de datos”, sociólogos, antropólogos, fotógrafos, periodistas, matemáticos, lingüistas, políticos y gobernantes y muy escasamente abogados en ejercicio y jueces, de tal modo que hasta el “cajero automático” nos habla para descendernos de “la nube” y advertirnos: “por su seguridad retire la tarjeta, cambie su clave periódicamente”, que no es otra cosa que resignificar “nuestra puerta” y que él, solo él, es quien tiene el poder de abrírnosla con su propia llave.
Te hallamos recuerdo. La misma puerta que desde el derecho urbanístico nos sirvió de pivote para discutir sobre dignidad humana, libertad, autonomía, intimidad, seguridad, suelo urbano, propiedad privada, la misma que referenciamos no solo colgada eternamente, sino además protegida con “antepuerta de hierro”, lo mismo en primer piso que en quinto piso, hasta que un “mago industrial” innovador, decidió penetrar en su alma para rellenarle de acero y concreto, para borrar el significado estético de la ciudad aherrojada, prisionera de sus miedos.
<<Cierren todas esas ventanas que tienen abiertas, que de sus puertas y de mantenerlas abiertas, nos encargamos “nosotros”; controlen sus miedos y desconfianzas, no se empeliculen” y ni se les ocurra “delicarsen”. Y de dignidad, libertad, autonomía, intimidad y seguridad, no se preocupen “encríptense” y así obvian verse obligados a enfrentar a Hamlet y se libran de sufrir con su soliloquio de “ser o no ser”>>; <<sean tolerantes y resilientes, el mundo, aquí y ahora, no tiene fronteras, no hay límites para “ser y no ser”, “las cavernas” de Platón, tan rústicas, “han quedado sepultadas en la prehistoria”>>.
Ergo, la puerta ya no existe y la orden es incontrastable, no abrir ventanas, cerrar las que estén abiertas y si alguien se decide a “ser”, dejar la puerta abierta, que ya no será nunca más “la puerta de la casa y la puerta de la calle” y solo, como ella, déjese colgar, aunque “poco navegue”. Cuando se opte por “…y no ser” se alcanzará la “inmortalidad de la nube”, encriptada, sin libertad de “reset o delete”.
Allá afuera, aunque hay mucho fuego, lo habita mucho más el frío…
QUEJIDO AL VIENTO. Condenamos la infame y desbordada agresión de la que fue víctima un agente de tránsito de la “ciudad inteligente e innovadora” de Medellín. Tantos billones del erario que en los últimos años se han gastado, para no pasar del rol de “un perfume en un bollo” y no se nos diga que el incidente, es un “caso aislado o de asuntos de faldas o de binomios o trinomios amorosos…” o que con todo, en las “estadísticas han bajado las agresiones a servidores públicos y la justicia por manu propria”.