¿Por qué aúlla el lobo? Columna del Abogado Nelson Hurtado Obando. Red X (antes Twitter) @abogadohurtado
Maldito, mil veces maldito Hobbes que dijo que: “El hombre es un lobo para el hombre”.
Cuando el lobo aúlla no es señal de ferocidad. Es el desgarrador canto de un ser que, ha visto desmoronarse ante sus ojos, un mundo artificioso.
Cuando el lobo aúlla, da cuenta de sus días de poema, de versos tranquilos entretejidos en la armonía de la manada.
Con el tiempo, al lobo le arrebataron todas las palabras, esas creaturas que nacen no antes de ser sentidas en la piel y las miradas y esparcidas por la pluma que las desangra o la lengua que las pronuncia o las caricias que las siembran como semillas fértiles en los cerros y los valles de la “geografía humana” exacerbando las fuerzas telúricas del alma; esas palabras se desvanecieron, y de ellas sólo quedó el eco melancólico del lobo cuando aúlla.
Cuando el lobo aúlla, es la queja de sus ríos subterráneos, que le fluían y lo fluían con alegría y armonía, ahora vueltos encuentro del tormento y lo tormentoso.
Cuando el lobo aúlla, en la alta noche y oscura, en soledad y silencio, todo el mundo le escucha adentro y en sus estancias, opacando el tic-tac del péndulo donde cuelgan también maltrecho al mismo carcelero-prisionero, el tiempo.
Cuando el lobo aúlla, en estos tiempos, es su lamento en búsqueda interminable de todos los prisioneros de los sinsentidos y los disvalores.
Cuando el lobo aúlla, entre los “cuentos infantiles” y para adultos que pueblan en Navidad y en todo tiempo la jungla de los aglomerados urbanos y sus antros comerciales es su queja por el “todo está hecho y empacado al vacío, me tomas y te tomo, no me dejas, porque no te dejo”.
Sin embargo, entre las luces destellantes, la música huérfana de poetas y de poemas y las vitrinas que exhiben toda la gama de “felicidad”, el lobo persiste en su lamento.
Es su resistencia contra la uniformidad impuesta, es declaración, quizás, de que la libertad por relativa que sea yace en la preservación de un poco de la esencia salvaje que todos llevamos dentro.
Cuando el lobo aúlla, a su alrededor, “las mansas ovejas de los rebaños vecinos se escandalizan” y se salen de sus trajes e invocan constituciones y leyes y señalan al lobo que aúlla y le juzgan y le condenan y nadie se pregunta ¿por qué aúlla el lobo?
Así, el aullido del lobo se convierte en un eco de resistencia, un eco melancólico por fuera de su guarida y lejano de la que fue su manada, de la que apenas percibe que, ahora, y más que nunca son “pequeñas almas que arrastran un cadáver a donde quieran que vayan”.
Cuando el lobo aúlla, quizás le da voz a un Nietzsche que nos recalca que: “El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intenta, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo".
O a un Popper descarnado que enseña: “Los que nos prometen el paraíso en la tierra nunca trajeron más que infierno”.
Cuando el lobo aúlla, en esta era de la llamada generación de cristal, su lamento resuena como un grito de desesperación ante un mundo que se desmorona en la superficialidad de las percepciones y las expectativas. El lobo, símbolo de resistencia y autenticidad, de lealtad y amor, de dignidad, de coraje siempre está vigilante y presto a ejecutar un acto de sacrificio o de heroísmo para salvaguardar la integridad de los suyos. Esta, su semblanza, ahora se le distorsiona.
En medio de la jungla de asfalto y concreto, el lobo aúlla no solo por la pérdida de su propia identidad, sino también por la emergencia de una cultura que, paradójicamente proclama libertad mientras encadena a sus individuos en las restricciones de las percepciones “de los deseos y la felicidad normatizadas”.
La manada, que una vez compartió la armonía de versos tranquilos, se dispersa en la cacofonía de una sociedad que valora más la apariencia, que, la autenticidad, la integridad, la rectitud, y la coherencia, y el libertinaje más que la libertad, y que la autonomía y la dignidad y el individuo se ve arrastrado por la corriente de una subcultura en la que el individuo se encuentra atrapado en la vorágine de una búsqueda desesperada de validación externa. Nace el llamado “lobo solitario”.
En esta era digital, donde la conexión superficial reemplaza a menudo a la autenticidad, la generación de cristal se aferra a la aceptación virtual mientras desatiende los valores más profundos que sostienen la vida, la dignidad humana, y la verdadera libertad alcanzable.
El aullido del lobo, en medio de esta encrucijada cultural, se convierte en un recordatorio de la importancia de preservar la individualidad y la autenticidad. La uniformidad impuesta por las expectativas sociales no solo empobrece la esencia salvaje que yace en cada ser, sino que también contribuye al surgimiento de una generación que cree poder lesionar impunemente los sentimientos íntimos de “los demás”, indeterminación que suprime “al otro” así sean los miembros propios de su manada.
La resistencia del lobo no solo refleja su lamento por la pérdida de su propia esencia, sino que también simboliza una llamada de atención a una sociedad cuyos individuos han descubierto les basta su “identificación consigo mismos en el monólogo de sus diálogos solipsistas”. El aullido del lobo resuena como el eco de la necesidad asfixiante de silenciar el barullo entre las turbas y las muchedumbres de solitarios.
Cuando el lobo aúlla, no es en queja contra el Creador por dotarlo de nobleza y de instintos y hábitos y negarle el plus de la racionalidad y la inteligencia y la voluntad y la conciencia de su pariente, ahora más dispuesto a huir que a aullar.
No es su aullido ninguna queja, ni reclamo por envejecer que al fin y al cabo, el lobo sabe en medio de su caminar lerdo y su torpeza, que “no te aprecia más quien te dice lo que quieres oír, sino quien se arriesga a perderte señalando lo que necesitas saber”, tal vez es la sentencia de “sal en silencio de donde necesitas mucho ruido para que te escuchen”.
Cuando aúlla el lobo, es porque en frente halla a una joven, esbelta y contorneada mamá lombriz que enseña a sus hijos que “no hay animales más peligrosos que las gallinas, los gansos y los patos”.
Sin embargo, en este mundo, sin palabras y “ciego, sordo y mudo” impulsado por la superficialidad y el “yo imagen, marca, percepción”, toda virtud ha perdido su valor impidiendo reconocer que no hay regreso. En las nuevas selvas hasta el día ha oscurecido.
Cuando el lobo aúlla, es porque en algún lugar y alrededor de un catafalco “las mansas ovejas de los rebaños vecinos” con ostentación de lágrimas y sollozos, “mea culpa”, pretenderán legitimar sus “presunciones de inocencia”.
La paz de la soledad se ha convertido en refugio, lejos de la turbulencia de las apariencias y las expectativas ajenas. Nadie desea ni siquiera la paz de los sepulcros, esa que viene con el silencio eterno, paz de rito y costumbre, perturbadora de soportar las rutinas de rezos y oraciones y del manojo de flores con que quiere los deudores expiar sus culpas y aliviar las penas de sus presentes infiernos...
Sin embargo, sin poder cambiar el curso del tiempo ni deshacer las marcas que el dolor ha dejado en las almas, nos hallamos atrapados en la realidad que se despliega ante los ojos. La soledad se convierte en nuestra aliada, no por elección, sino por necesidad.
A veces, cuando el lobo aúlla, es un recordatorio de que al igual que encuentra consuelo en la conexión con la luna, en la introspección, que solo la oscuridad y el silencio pueden ofrecer se ha de descubrir que <<”el otro” fue vilmente asesinado por el criminal “los demás”>>; la soledad se erige como refugio, como la última oportunidad para el «Conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses». Es un imperativo cuando son “los demás”, los extraños y desconocidos, los que más nos conocen, aun sin querer ser conocidos.
¿Por qué aúlla el lobo?