Derecho sin humanidad, sin ética
Por: Abogado Nelson Hurtado Obando
Sin embargo, en los tiempos presentes, atroces y crueles, es como si la civilización misma se hubiese encargado de desmemoriar a la humanidad, de purgarle la sensitiva piel, como si la guillotina, los tribunales de la inquisición, el holocausto nazi, el apartheid, fueron alegorías, propias de desbordadas imaginaciones.
Sabemos a lo que nos atenemos con esta columna, pero no vamos a renunciar a escribirla, ni la vamos a “diplomatizar” en aras de acumular “likes” y mucho menos para hacerla “soft- ware” de máxima circulación.
Insistimos en que el derecho, no es meramente una profesión, que los abogados no somos profesionistas, que no somos meros “ganapanes” de los que habló Ossorio y Gallardo, Couture, etc.; insistimos en que los abogados somos seres humanos que ejercemos nuestra vocación profesionalmente, que tiene en su norte, tres estrellas: la humanidad, el derecho y la justicia.
La sociedad del vértigo, la humanidad empobrecida, la del himno “no tengo minutos”, avanza arrasando con la joya de la civilización, la que es inherente a la humanidad misma y en tanto los lazos naturales entre los hombres, nunca han sido suficientes a asegurar la justicia, la paz, la convivencia, la cooperación, la solidaridad.
Profesamos nuestra adhesión a la ciencia jurídica, por tanto, mutable, cambiante coherentemente con los tiempos y desde allí y quizás, contrariando con insuficiencia a algunos grandes jusfilósofos, sostenemos que el derecho, es, derecho y deber.
Hemos sido desmemoriados de la complejidad de lo simple, razón primigenia de las ciencias naturales y culturales y cuna de los grandes filósofos y pensadores y científicos y hasta tal punto que nos hallamos confundidos, extraviados, entre las demandas de la simplificación y la simpleza, como corchos en un remolino.
Desgracia sí y cierto el apotegma moderno y dictado por el mercado: “Estoy en medios y en redes, luego existo”.
En criterios altamente absolutos, dos vocaciones que deben ser ejercidas profesionalmente son: el derecho y la medicina y su ejercicio, al menos todavía para el abogado, tiene en su fundamento, en el “intuitu personae” como el principio rector, es decir la prestación del servicio profesional, en la elección del usuario en consideración a la persona del abogado, lo que además apareja mantener incólume el “secreto profesional” y la intimidad del usuario y trátese de asuntos civiles o penales o de cualquiera otra especialidad del derecho. El usuario se confía al abogado.
Que la relación esté dominada por el intuitu personae, equivale a la obligación de atender de manera personal el asunto que se nos ha confiado. No nos hemos opuesto al ejercicio profesional bajo la constitución de sociedades, pero hemos advertido sus falencias y la significación que ha tenido en el deterioro y pauperización del ejercicio profesional.
Y, reiteramos, este modo de prestación del servicio profesional de abogado, antes que prestarse desde el intuitu personae, se presta bajo las condiciones del mercado, del mero tráfico del conocimiento jurídico, como una vulgar mercancía, como desde un salón de telares, entre el cual hallamos un grupo de abogados que ejercen entre el “aviso y el overol” del negocio, sentados en sus “clusters o cubículos especializados”, mientras “el dueño de la marca o patrón”, pocas veces o casi nunca comparecerá personalmente en audiencia en procura de la defensa de los derechos y legítimos intereses que le haya confiado un usuario, pues para eso comparecerá el “abogado-obrero”, el que redactó la demanda o la contestó desde su “puesto en el telar”, el que acopió la jurisprudencia y los precedentes apropiados al caso, el que si obtiene resolución judicial favorable, permanecerá en el ostracismo, pues será el “dueño o patrón” quien convoque medios, ruedas de prensa y sea el “youtuber” de los videos promocionales y publicitarios para las redes sociales, lo mismo que hará respecto de un asunto civil, comercial, de derecho administrativo, de familia, civil, laboral o penal, lo que deja en evidencia que la aprehensión holística del derecho, más termina convertida en una oferta de una “pizza plus hawaiana jurídica”.
Es estruendosa la alharaca publicitaria y mediática y de redes sociales que despliegan, cuando un juez de la República, singular o colegiado les profiere sentencia favorable, pero, nunca publicitan con igual despliegue las sentencias que les son adversas.
Por las sentencias “exitosas”, los medios del escándalo: prensa, radio TV., redes sociales se abren o se abren pagando, por cuestión de rating, pues el morbo y especialmente el de ribete judicial es un excelente vendedor.
La aparición de jueces y abogados en medios: prensa, radio TV., redes sociales, no es por sí mismo malo, ni tampoco es malo que los abogados en ejercicio, día a día cumplan metas en torno a la calidad de vida e incluso del nivel de vida, no somos monjes, ni hermanitas de la caridad, ni el ejercicio profesional, personal, es a sueldo o a paga del “estado de beneficencia” y mucho menos cuando la administración de justicia dejó de ser una función pública a cargo del Estado, irrenunciable y pasó a ser un servicio público y por tanto susceptible de ser prestado en las condiciones del mercado.
No nos cansaremos de repetir que la justicia y la administración de justicia, son el último bastión que le queda a la democracia y también hemos sostenido que una cosa es un político o comerciante graduado de abogado y otra bien diferente un hombre hecho abogado que incursione en la política o en el comercio; podrá serlo y hacerlo, pero tenemos claridad que debe ser con cualquier mundo de baratijas, menos con el derecho y el orden jurídico, que si bien no se pueden concebir como sacros, desde criterios religiosos, si lo son en el contexto de la historia de la humanidad y de la civilización.
En ese camino, el derecho ha sido sometido a una especie de “obsolescencia programada” y por este aspecto ha de entenderse que es un subproducto del mercado y como tal de la economía, vacío de contenido ético y repleto de interés y lucro, lo que facilita el desgaste del criterio de “publicidad de los procesos” que se amplía ilegítimamente hasta el hacer públicas las meras expectativas sobre el sentido de una sentencia, incluso mucho antes del debate probatorio.
Estamos haciendo un gran daño, sobre todo al llamado “país nacional”, porque ese cuento de “respeto y acato, pero no comparto”, no produce en la masa el mismo efecto que entre pares con formación jurídica; en ese país, todo será desde la boca del abogado más integérrimo, como desde la boca del “ganapanes”, la siembra de una una duda, una sospecha, un velo de oscuridad, un sabor a componenda, a triquiñuela, a “gato encerrado”, a concusión, cohecho, prevaricato; es plantar otra división funesta ante el “pilatos democrático” del populismo: “a quién queréis, a XXX o al fiscal, al juez, al abogado o a los tres”.
Asistimos sin lugar a dudas a una “cartelización” de nuestra vocación ejercida profesionalmente (no litigio, ni litigar) y nos referimos a puntos claves recogidos de la experiencia cotidiana: “asesores jurídicos y protocolistas de notarías, abogados amigos de gerentes de bancos, oficinas de tránsito, entornos de detención previos a “judicialización”, “bufetes de marca promiscuos” y de tercerización del ejercicio profesional y aún con agentes de propaganda en algunos medios.
Más allá de la “cartelización”, la vulgarización, banalización y venalización del derecho y del ejercicio profesional, medido desde los “éxitos acumulados”, por arreglo o negociaciones económicas, dizque por precaver “largos y costosos procesos ante un juez”, bajo la simple herejía de “es mejor un mal arreglo que un buen pleito”.
No nos importa, si es penalista, civilista, etc. o abogado canonista; no nos importa si son amigos y bien conocidos, reconocidos, inteligentes, promisorios, destacados y meritorios colegas, en Bogotá, Medellín, Cali, etc., ni nos importa si viajan en jet privado o en burro, pero, sí nos importa que la autonomía y la libertad para el ejercicio profesional, está siendo trancada por sórdidos intereses, porque el derecho sí está lleno de contenidos éticos y porque el abogado, no es y ni siquiera puede confundirse con el usuario a quien brinda su defensa; advocatus, denota precisamente el que aboga por otro, el que procura su defensa, el que acude en auxilio, sea asunto civil o penal, etc.
Pavor despierta en nosotros, los “casos sonados” y les huimos a esos usuarios que, en la elaboración del plan de trabajo profesional, empiezan brindando su colaboración con el “yo me encargo de que salga en la TV o de que se publique en el periódico y de que lo entrevisten doctor”; tenemos la intervención en audiencia de una autoridad judicial en la que expresa que una “captura en supuesta flagrancia”, se había realizado por la presión mediática.
El derecho es uno, como un frondoso árbol, con sus ramas y sus hojas, unas bajas y otras altas, pero todas encumbradas hacia el sol; no hay hojas promiscuas, en el sentir peyorativo que se les asigna desde: especializaciones, maestrías y doctorados, negocios de academias de baratijas, que hasta se atreven a la venta de “premios internacionales, rankings, etc.”, que viajan en los <<carros blindados de las transportadoras de “valores bancarios”>>, que al parecer son los únicos “valores” que aprecia y percibe una enorme masa de la humanidad.
En Antioquia tuvimos el colega más promiscuo, él era en sí, el verbo promiscuar, el hombre al que habitó el derecho; Maestro, desposeído de las pasiones religiosas, políticas, de raza, sexistas, sociales o económicas, colega padre de nuestro compañero de universidad a través del cual consolidamos una amistad de la que sentimos orgullo; un colega promiscuo, que abordó el derecho holísticamente, en sus confines infinitos, el que tumbó los “cercos” de las especializaciones, ese fue el Maestro Jairo Duque Pérez, como lo son en sus despachos, mujeres y hombres cumpliendo su rol de Jueces Promiscuos de la República.
Pero, ese Maestro (promiscuo) no fue el único, aún viven cientos de Maestros, eso sí, la mayoría sacados a escobazos de la “universidad moderna”, de quienes sería injusto mencionar nombres, sin la lista completa.
El “empresariado jurídico”, no es el campo fértil del derecho y menos cuando se alzan voces de abogados que reclaman sin sonrojo “la simplificación del derecho”, que no es nada distinto a pedir la simplificación de la humanidad, del hombre, proclama del power point, de la tabla de Excel, del video, del eficientismo, del relativismo, del hacer por el premio, por el balance económico.
Sirvan de final, las profundas proposiciones del Maestro Andrés Aguirre: “No llegará el día de la inteligencia ética artificial. Eso es de la naturaleza y esencia de un verdadero ser humano: no de algoritmos, ni de autómatas, ni de bots.” Y la tenaz sentencia de Lichtenberg (1742-1799) “Hoy en día, en todas partes se celebra el conocimiento. ¿Quién sabe, si algún día llegarán a crearse Universidades para volver a instaurar la ignorancia?”
Es pues hora de eliminar la obesidad de las almas. El “éxito” es de caminos cortos y tiempos breves.