Defenestración, golpe de estado, “parresía”. Columna del Abogado Nelson Hurtado Obando. Twitter: @abogadohurtado
Ni siquiera en el mundo griego existieron tantos ““parresiastas” como los que diría que “por derecho natural” ocupan espacio en Colombia, como silvestres plantas maleza y en especial en los autóctonos “cotos de caza”electorales nuestros.
No hacemos referencia a verdades absolutas, que, si existen, aún nadie puede dar cuenta de ellas y mucho menos como “parresiasta”, pues hasta Sócrates el más sabio después de consultar al oráculo de Delfos, solo pudo decir: “Sólo sé que nada sé”.
¿Es Petro un “parresiasta”? Agregó en su trino: “El que gusta de la verdad o va al ostracismo o cambia al tirano. Verdad y Poder es una hermosa discusión filosófica que se expresa en el cambio…”
Volviendo al fondo del océano griego hallamos que el “parresiasta” no es cualquier hombre común y corriente, sino aquél para quien en un momento exacto de su existencia reconoce como inexpugnable, indisoluble, indistinguible, inseparable “su intención”, su pulsión con el “decir verdad” misma. No es entonces la verdad de “todo lo que dice”, no es la verdad del discurso “que dice”, ni es su propia verdad, sino, él mismo, como propia verdad con el sentido y valor de “su compromiso con la verdad”. El “parresiasta” se trasciende.
Petro es un hombre de “palabra lata” y disvalorada, mal constructor de metáforas y lo peor, carente de autorreflexión sobre su decir y hacer cotidiano.
No tiene compromiso con “su intención de decir todo”, sino con su pulsión de “decir su verdad”.
Sin embargo -y atormentado- por no ser “parresiasta”, sino una defectuosa autopercepción de lo que es aquél, da curso al más fácil y vulgar expediente: autoproclamarse víctima, victimizarse.
En efecto, virtud del “parresiasta” es reconocerse frágil y débil y a su vez fuerte y valiente y del tamaño de la verdad misma que dice; el “parresiasta” no hace “gerencia de riesgos” y tiene plena conciencia de la monumental verdad y cuantificación matemática por el número de enemigos que levanta.
En lo anterior se halla otra de las debilidades de Petro: es falaz en su discurso, no puede enunciar su “…verdad de una manera serena y clara, [ni]escucha a los demás, incluso al torpe o el ignorante: [que]también ellos tienen su propia historia”.
Un “parresiasta” nunca es víctima y mucho menos se autovictimiza y no es que sea asunto de “no sentir miedo” al contrario, el “parresiasta” tiene el dominio del miedo. A Petro, al contrario lo domina el miedo.
¿Qué puede significar todo lo anterior, paganamente?
Que, por mucho que lea y admire la obra de Foucault y por más que pueda conocer de la filosofía griega, en él no se encarna el “parresiasta” de que trató Sócrates, el mismo que aún reclama la humanidad.
Petro, trata de pasar de frente y sin agache ante: ““parresía”” y parresia. Petro es tosco.
No es que solamente se autoperciba, sino que está autoconvencido que como presidente de Colombia, no solo es audaz y que sus actos de habla son libres y que además son: locutivos, ilocutivos y perlocutivos, en su tentativa de que se les reciba como sello final que no dejaría duda respecto de su “excelsa condición humano/humanista”.
Y ni siquiera bajo la acepción “parresia” [sin tilde] puede aparecer Petro, como emisor audaz y libre, de sus actos locutivos, ilocutivos y perlocutivos y mucho menos porque diga cosas “aparentemente” ofensivas, pero en realidad “gratas para aquellos a quien se las dice”.
No es audaz. Es hombre que actúa con “enredo y maña”. De los discursos de Petro que circulan en la red, tanto en campaña presidencial en 2018, como en 2022, “su pueblo” está compuesto por ocho y once millones de sufragantes a su favor, respectivamente. No hay duda de que “el pueblo de Petro” no son los cincuenta millones de personas que hacen la población colombiana y que la Constitución define que reside en ellos la soberanía.
Obvio que los discursos de Petro no son los que dicen “cosas aparentemente ofensivas” son abiertamente ofensivas y menos que en “realidad sean gratas”, ni para “su pueblo de once millones de electores” y mucho menos para el resto de treinta y nueve millones de colombianos que no son “su pueblo”.
Para “su pueblo” de once millones de votantes, que Petro sea “el patrón o jefe del Fiscal general de la Nación” es sumamente grato y lo celebran: “los de la primera línea, los financiadores ilícitos de su campaña presidencial, el hijo que no crió y…”
Ni audaz, ni libre. Petro cada día es más esclavo de sus palabras, de sus “enredos y mañas”.
Tal vez, todo lo que Petro haya dicho como cosas “gratas para aquellos a quien se las dijo” [sus 11 millones de electores], ya no son gratas ni siquiera entre ellos que descubren tardíamente que Petro “sólo les dijo lo que ellos querían oír” [antes de la elección] y no lo que realmente Petro quería hacer [después de ser elegido] que, no es nada distinto a: no habrá ingreso de $500 mil pesos mensuales para 3 millones de adultos, no se gravarán los 4000 más ricos, [por lo que sus adeptos se chupaban los dedos en campaña], no se incrementará la vivienda, no se detendrá el alza de los precios de alimentos y gasolina, etc., y la reforma laboral y a la salud permanecen entre tinieblas y que sí habrá despojo de tierras, pues lo que se pretende incluir en el PND, ni siquiera se asemeja a la expropiación administrativa, ni judicial por causa de satisfacer demandas de infraestructura y por vía de “razón ideológica” pues el problema de los campesinos de Colombia no encuentra solución en el “reparto político de tierras” en un contexto global de “semillas controladas, alto costo del dinero, costo de instrumentos técnicos y ausencia de tecnologías, producción mundial industrial”.
Petro autoentrampado. Ostensible su incoherencia. Y lo más importante es significar que las primeras voces de descontento y acciones de inconformidad públicas se iniciaron precisamente en su “nido electoral” “su pueblo de once millones de electores”, es decir, que sus “pichones” son los que empezaron a dañar su guarida. Las cosas que Petro les dijo y les dice ahora ya no son gratas, ni siquiera para sus “bases electorales”, entre quienes los más pobres, amarrados a “la esperanza petrista” ya padecen con más rigor la carestía de alimentos, servicios públicos, gasolina, escasez de medicamentos, etc.
¿Quién quiere defenestrar o “dar golpe de estado a Petro?
Nadie quiere hacerlo. Nadie quiere destituir a Petro como presidente, no al menos como creen algunos colombianos que pueda hacerse como tan fácil y rápido como ocurrió en el Perú.
Para el caso de “golpe de estado” o de defenestrar no queda sino una verdad: Petro, solito, es el que se ha “arrojado o tirado por la ventana” [balcón]. Desde ese balcón Petro se arrojó y de cabeza [quizás por el peso enorme de su lengua] porque no son de menor entidad que como presidente de “su pueblo de 11 millones de electores” [que excluye 39 millones de colombianos], los haya convocado a la movilización y protesta social, a la revolución si “sus reformas no eran aprobadas por el congreso” contra el que se despachó agregando que si no le eran aprobadas, tal vez no “tendrían más congresos” [clausura] que si se agrega aquello de ser el “superior jerárquico del Fiscal”, no queda duda ninguna de que la división de poderes le vale un rábano. Prueba fehaciente es haber llevado a las puertas mismas del Congreso una horda de conciudadanos indígenas armados con “inocentes bastones de mando”, a ejercer violencia moral y psicológica contra los congresistas, sin descartar la física y ya legitimados sus “cercos humanitarios” que incluyen homicidio.
Si bien la ““parresía”” tiene aún el profundo sentido y valor griego, como parte fundamental de la retórica [que tanto molesta a muchos en la actualidad por ignorancia], en el caso de Petro se hace evidente que no es ni de sombras un “parresiasta” en la dimensión propia que la civilización humana le ha dado y que es quizá la primera puerta que ha de cruzarse hacia la gloria del heroísmo.
Si el pueblo colombiano se ha atrevido a salir a las calles, [incluyendo ahora muchos de los que fueron el pueblo elector de Petro] y si lo han hecho nuestros hombres en retiro de las Fuerzas Armadas de Colombia, no es anunciando “golpe de estado” y menos convocado a defenestrar a quien solito se ha “arrojado por la ventana” que corresponde fidedigna e históricamente con su establecimiento.
Petro, ni más ni menos y en varias oportunidades [y así le hayan aplacado ahora sus remolinos capilares y con “insubsistencia del edecán de peineta de nácar”] ha hecho gala discursiva [a un paso de la acción] de que le es más fácil apelar a la “razón de la fuerza, que a la fuerza de la razón”.
Petro sabe que atemoriza y que esparce miedo, ya no solo entre los 39 millones de colombianos que no fueron sus electores, sino también entre su propia hueste de electores; lo que no sabe Petro [sobre lo que hemos escrito] es que el miedo que inocula lleva inherente el germen del coraje, del arrojo, de la valentía. Diría que, además, la gente en la calle es la demostración de la acción sincrónica, armoniosa de la perfección de la unidad dual del ser humano: materia y espíritu. “No puede tensarse tanto el arco, que al fin la cuerda no se rompa”.
Antes que en sus cuerpos, el pueblo de Colombia ha sido constreñido en su espíritu.
Petro ha escrito: “El que gusta de la verdad o va al ostracismo o cambia al tirano” y el pueblo de Colombia le ha respondido: no iremos al ostracismo [desaparición, destierro] y cambiaremos al tirano. Carlos Alonso Lucio, Everth Bustamante, Carlos Gaviria, por lo menos han sostenido que usted Petro no ama la verdad, que es hombre de mañas y de poco fiar, que es como el tahúr que cuando no gana arrebata y que no honra la palabra y así ha dicho con igual profundo calado [lavarse las manos por lo fallida y “los pactos incumplidos”] que “yo no crié la paz total”.
Tenemos conciencia los colombianos que “la soberanía reside exclusivamente en el pueblo” (art. 3° C. P.) y que no hay “golpe de estado, ni defenestración” sino en los precisos eventos que establece el artículo 217 de la misma Constitución: defienda la soberanía, mantenga la independencia (no cambio de modelo económico, no a combustibles importados de Venezuela, no a la reforma del sistema de salud y pensiones, no a la reforma laboral), mantenga la integridad del territorio nacional (no zonas de despeje o regiones) y mantenga la integridad del orden constitucional (no constituyente).