¿Cuál sería la última pregunta por la humanidad?
Por: Abogado Nelson Hurtado Obando.
Competencia, desconfianza y reputación, forman la tríada que Hobbes adscribe a la generación de toda suerte de conflictos en el estado de naturaleza, para lo cual no duda en sostener que: “Compete a cada uno procurar la paz, cuyo límite es la esperanza de lograrla, de tal modo que, de no conseguirla, es su deber procurar y usar todos los medios y las utilidades de la guerra”. ¿Competencia, desconfianza y reputación, siguen siendo los detonantes de todo conflicto en el Estado Social de derecho…democrático? ¿Será el Estado Social de derecho…democrático, una fase superior y aminorada del estado de naturaleza?
La vida animal y en especial la humana y que discurren por la faz de la tierra, es una vida triste, esencialmente incierta, en competencia, en desconfianza y presidida por el originario criterio de la gloria-reputación, desde el cual no pocos villanos terminaron nombrados como héroes y hoy transformado en fama, publicidad, marca y más que antes con absoluta prescindencia de todo valor, de todo principio y de toda filosofía que no sean las propias del ánimo de lucro, del interés personal y de la inocultable codicia que señalan el actual rumbo de la humanidad.
Es cierto que, en su evolución, la humanidad ha alcanzado altos estándares civilizatorios: desarrollos culturales en todas las áreas del saber humano, de la ciencia, la técnica y la tecnología y amplios desarrollos en materia de sistemas normativos para la regulación de las conductas entre los hombres y de estos con el Estado, unos con vocación de universalidad y otros afectos a entornos nacionales, que no por eso han impedido los breves períodos de paz, “normalizada” como ausencia de guerra, de secuestros, etc. y como hasta el “poder viajar a la costa por carretera”, como imágenes muy difusas de convivencia, solidaridad y coexistencia entre los seres humanos.
Al punto, un gran tratadista del derecho, en su momento pudo sintetizar que: “toda teoría de la responsabilidad nos muestra el alto grado de civilización alcanzado por la humanidad”, pero, hoy nos atrevemos a parafrasearlo sosteniendo que: el alto grado de desarrollo alcanzado por toda teoría de la responsabilidad, apenas sí nos deja entrever los altos grados de incivilidad y antivalores que ha acumulado la humanidad.
Por doquier que vayamos nos topamos con el discurso de “la educación” y más recientemente en nuestro entorno, con la “oficina de la no-violencia” como antónima de las “oficinas de la violencia” y ambas diestramente pegadas, adheridas, fundidas a la cornucopia y al gorro frigio de las partidas presupuestales de la cosa común, de la hacienda pública, del erario, en una “guerra de todos y contra todos”, por echar mano a la tajada más grande sin diferenciar legalidad de ilegalidad y mucho menos que deje algún reato de moral o de ética, privada o pública.
Podríamos decir, que la civilización humana aún no alcanza a reducir a “niveles aceptables” la competencia, la desconfianza, la fama, la marca y muy a pesar de que las cifras y los datos nos “hagan ver”, por ejemplo que veintiséis mil muertos por Covid19 o que noventa y nueve homicidios dolosos o setenta homicidios culposos o cien desapariciones en los nueve meses corridos de 2020, muestren comparativamente con el 2019, un porcentaje actual de reducción, quedando subyacente el mensaje que nos llega y se nos instala directo en el cerebro, sin ninguna posibilidad discursiva de racionalización y razonamiento,(imagen) en la comparación que todas esas muertes en un universo de cuarenta millones de habitantes del país, tienen “poco peso, son mínimas y son un nivel aceptable o tolerable”.
Es la “dictadura de los promedios” sobre la cual la ONU envió ya hace algunos años su mensaje de proscripción.
¿Cómo podemos entonces hablar de civilización?}
Y más en una sociedad, donde los únicos muertos que duelen, son nuestros propios muertos desde un amor egoísta circunscrito a los más cercanos a nuestros afectos, que se tornan en eufemismo cuando la realidad nos demuestra que aun bajo el rótulo de “nuestros seres queridos”, somos capaces de matarlos moral, civil y físicamente y mucho mayor la revelación de nuestra insolidaridad e indolencia frente a “los muertos de los otros”, los que no son “nuestros seres queridos” y que solo sirven a la verborrea discursiva de todos los políticos y de todas las pelambres y que en no pocas ocasiones sirven de puntal a justificar el actuar de las hordas bajo los esquemas de una justicia por manu propria, que creemos, con fe viva en el derecho, que no tiene cabida ni aun en una sociedad donde la administración de justicia viene siendo cuestionada y no por pocos pecados no veniales y que minan no solo su credibilidad, su legitimidad, sino que señalan el rumbo de su decadencia.
No nos cansaremos de repetir que el último bastión que le queda a la democracia es la justicia, en su dimensión de valor y de aparato estatal de dispensación; justicia humana servida por el juez-humano y no como un instrumento más de la competencia, objeto de posesión tecnológica, del algoritmo, de la cifra, del dato.
Pensamos que la bigdata, Google, Facebook, etc. y para todos lo ámbitos de la vida humana, no tiene todo el infinito de respuestas que ella precisa en un entorno de demanda de alta competencia, creciente desconfianza y posesión de fama o marca y sencillamente porque la humanidad aún no ha hecho su última pregunta.
¿Educación para las habilidades, las rutinas, para el sometimiento al hacer-tener-poseer-competir o para la “domesticación” en los términos que planteo A. de Saint Exupéry? O, ¿para la dignidad humana como se plantea desde Kant? O, ¿educación solo para el interés y el lucro? O, ¿educación para la vida muelle confundida con la libertad? Demasiada violencia para ser tan siquiera resistida eficientemente desde “oficinas de no-violencia”.
¿Lo sabemos todo acerca de la violencia, por ejemplo: del suicida? ¿Sus espoletas son endógenas y/o exógenas? ¿Lo sabemos todo acerca de la violencia, por ejemplo, dentro de cada hogar, de cada divorcio, de cada homicidio de uno u otro cónyuge o de feminicidio o de desapariciones o de homicidio de padre o madre para abrir proceso de sucesión o para cobrar un seguro o por no darle el celular de moda al hijo? O, ¿Lo sabemos todo acerca de la violencia, por ejemplo, de la violencia sexual y el comercio sexual que ejercen papás y mamás sobre sus hijos menores, niños o niñas? ¿Bastarán los “operativos de captura y su “televisación”? ¿Lo sabemos todo acerca de la violencia, por ejemplo, de lo que acontece en los “hogares” de matrimonios entre personas del mismo sexo, en los que suele suceder que, siendo femeninas, una asume el rol del “macho de la casa” y la otra es dominada por “el poder de la chequera” de la otra o donde la adopción de un niño o su procreación asistida, es el “botín” de fiera lucha patrimonial? ¿Lo sabemos todo acerca de la violencia, por ejemplo, de lo que acontece en algunos “matrimonios” entre personas del mismo sexo donde el móvil inocultable es el despeluque económico del otro? O, ¿bastará llegar a “esos hogares” a “mejorar vivienda con revoque de fachadas y pintura”? O, ¿bastará que el Estado asuma la “obligación alimentaria” de miles de párvulos, con alimentos de mala calidad, de mínimo aporte nutricional y en perverso mal estado? Demasiada violencia en los miles de millones de pesos que salen del erario para la “creación de derechos” y asistencialismo y sin que produzcan los efectos transformadores, en cada familia y en cada miembro que la integra.
Demasiada violencia, desde el Estado Social de derecho…democrático, en la bigdata, en los datos, en las cifras estadísticas y en la burocracia oficiales, que no pasan de ser simple “conteo” de sumas de dinero gastadas que ya no alcanzan tan siquiera a difuminar los hechos sociales de violencia cotidiana, multiforme y multicausal y para los que ya parece que no bastan las respuestas del derecho, de la ley, de la administración de justicia y de las autoridades públicas, acercándonos cada vez más a la decadencia como sociedad, cuando para enfrentar todo conflicto de criminalidad, solo queda acudir a la negociación, la transacción, el consenso y no precisamente con pares ciudadanos.
Diremos que, educación sí, pero no así; no es casual, que, en cualquiera de nuestras ciudades al abordar un taxi, nos encontremos con su conductor que es un economista, un abogado, un ingeniero de sistemas, un administrador de negocios, un filósofo, una ama de casa psicóloga, una licenciada en educación, etc. Demasiada violencia para ser tan siquiera resistida eficientemente desde “oficinas de no-violencia” y mucho menos desde la profunda síntesis de Mandela, a esta hora convertida, en simple retórica ineficiente y populista.
Demasiada violencia, desde el Estado Social de derecho…democrático y desde el presupuesto público, cuando las autoridades locales, sin sonrojarse, apelan a su megalomanía y muy a pesar de la completa percepción de los hechos sociales, aislados y en su conjunto, que revelan que la crisis de nuestra sociedad es mucho más profunda y que está más allá de la falta de recursos, por más escasos que sean cada vez, pretendiendo ante la mole de los conflictos imponerse como “los redentores” de que trata E. Krauze, acudiendo al “hierro candente de la publicidad” para marcar con su nombre los actos administrativos, los contratos, las obras públicas y la recua de burócratas que beben vino, leche y miel en su cuarto de hora, tan lejanos del concepto de servidor público y de los principios de dignidad humana, solidaridad, bien común y honradez.
Así, el perfil redentor y megalómano de muchos que ejercen como autoridades locales, empieza a consolidarse al olvidarse del mandato de sus conciudadanos y si es necesario traslapando principios, valores, derecho y ley de tal modo que sus discursos normalmente contienen expresa o tácitamente el inefable imperativo: <<Confiad en mí, (no dudéis), de otro modo “no preguntéis”, obramos con total transparencia, te damos todas las respuestas>>, a lo cual agregaría “Cosiaca” que: “y si no les gustan, se las cambiamos”.
Como sociedad, como ciudadanos, como abogados, ¿cuál sería la última pregunta por la humanidad?