Asuntos “no aptos para abogados”
Por: abogado Nelson Hurtado Obando
¿”Descuartizar” a Jiménez, a la Liendra a Carapaz? ¿Vaciar contra ellos el arsenal “ad homine”? No. Ni de fundas.
“Tres personas distintas y…” una sola verdad verdadera, la de ellos, la de muchos y una enorme mentira, pero verdadera, en la que permanecemos el resto del infinito de seres humanos, bajo las creencias de que como individuos “somos autosuficientes, que todo el poder lo tenemos dentro, que solo se precisa de esforzarnos, trabajar duro, de descubrir los propios talentos, los propios méritos”, bajo la promesa medible de “salir adelante” en el ganar más y tener más en un mundo lleno de “oportunidades”, siendo libres y responsables de tomarlas o dejarlas escapar, siendo cada cual artífice de su propia justicia, con su propio premio o con su propio castigo.
Desde hace muchos años y en el escenario natural [aula de clase], hemos repetido la proposición de “educación, para qué”, retrotrayéndonos a la “parábola de los talentos”. No hemos hallado respuesta en el contexto democrático del decurso y el devenir del ser humano y de la humanidad. Sentimos la necesidad de “inventar” un nuevo humanismo. .
Enorme la simetría de las tres “tesis” referenciadas con las piedras y palos y “papas-bombas” y los galones de pintura y las “expresiones artísticas” que han compuesto las “convulsiones nacionales” de los últimos meses.
¿A dónde van las tres “tesis” lanzadas y todo el material de las “convulsiones nacionales”? ¿Por qué los mayores gritos son por democracia y contra “la dictadura”, mismos gritos que piden la “solidaridad internacional” y que aquí mismo se apagan y se silencian en referencia con el pueblo de Cuba?
En algún escrito expresamos que la proposición de “educación, educación, educación”, había sido el mantra de la gran nación americana que había concluido con la llamada “burbuja educativa”. Jóvenes de la clase media que ingresaron a las más prestigiosas universidades americanas y ya egresados, tuvieron su desempeño profesional en “empleos chatarra” para los que no se habían formado y dejando a cargo de sus padres los pasivos hipotecarios insolutos por los costos de su educación. Para gran cantidad de egresados, la universidad no fue el paso previo a la realización de su “sueño americano”.
No obstante, aquí en el trópico, además de repetir el mantra de “educación, educación, educación” y por mérito de la “malicia indígena” se hizo explícito lo que se mantuvo oculto en el discurso de “la unión” y se le agregó el “trabajar, trabajar, trabajar”.
Quedó completo el mantra y la palabreja “meritocracia” recobró su fuerza y florecieron los “concursos” para acceder al cargo o empleo público “de carrera” y en las fachadas de las sedes de entes públicos y empresas privadas se apeló a grabar el mantra de “misión-visión-valores”.
“A cada uno según sus talentos” [conforme al evangelio de Mateo], solo que en el mantra el “señor que va a al extranjero” no reparte nada, no entrega nada de “cuota inicial” y de cada criado es y será, única y exclusiva la responsabilidad, de lograr ser, exactamente en la medida de “sus talentos”, recorriendo el camino sembrado de zarzas y abrojos de “la creación-invención, innovación, emprenderismo y empresarismo”.
De tiempo en tiempo debían florecer entre los cardos “los niños genios, con CI similares a Newton, Einstein…” o como un Messi, un Egan, un Carapaz, un S. Jobs, un Juanes, un Maluma, un Yeison Jiménez, un la Liendra o un R. Arjona, en la línea común de no haber iniciado estudios universitarios o no haberlos concluido y “haber surgido de entre los cardizales” de sus lugares de origen en la clase media y hacia abajo y “elevarse” hasta alcanzar “la cúpula, el éxito” y hacerse referentes y paradigmas, de todo y de todos y desde el cada quien con lo suyo: “sus propios talentos, sus propios méritos y esfuerzos personales”.
Numerosos son los ejemplos de personas que al “culminar sus estudios universitarios o ser ascendidos en la empresa o ser elegidos a cargos del Estado”, adosan en el reverso de sus diplomas o a sus discursos de posesión, el “valor agregado” del relato de todas sus penurias, tristezas, trasnochos y carencias soportadas hasta el momento del logro, sin considerar que muy probablemente serán contraproducentes a los efectos prácticos de la meritocracia.
¿Qué diferencia, entonces, a un egresado universitario, [hasta doctorado] que no alcanza las cumbres meritocráticas de Yeison Jiménez, la Liendra, un Carapaz, un Stive Jobs o un Messi o una Epa?
Sus afirmaciones “valen un Potosí”. Son verdades del tamaño de una catedral, aunque puedan herir susceptibilidades. De ellas puede afirmarse que, aunque no hay definitiva completitud en el conocimiento del ser humano, lo hasta ahora conocido por otros y desde muchísimos libros, estudios, escritos, experimentos, etc., les es suficiente y les basta para haber logrado “ser exitosos” y libres de la necesidad de leer más libros, de estudiar más, “para salir adelante” y conforme a los “balances” que han dejado conocer en los medios.
¿Qué es lo valioso de ellas, tanto como “un Potosí”? Que ni Yeison, ni la Liendra tienen la talla para “leer a ningún humano” como si esos fueran y en eso consistieran “sus talentos”. Ambos y muchos otros, no es que hayan aprendido y se hayan convertido en ávidos “lectores de humanos”. Ambos y muchos otros, son “textos del gran tomo de la fragilidad humana”, contrariamente leídos como en “sus talentos”, en el contexto sórdido de la simbiosis psicología-economía de mercado.
No sabemos ante qué tribunales deberían responder los mercadotecnistas de todos los pelambres a los que les fue suficiente y contrario a la disciplina, invertir el “axioma” y entronizar como principio “estudiar el comportamiento de los humanos [consumidores] para satisfacer las necesidades del mercado. El ampuloso marketing surgiera la producción en serie de iguales Yeison y Liendras en la academia, en la política y en la dirección y gobernanza del Estado, en los sistemas de salud, en los asuntos de medioambiente, en la cultura, en la economía y las finanzas, en la “industria naranja”, etc.
Ni ellos, ni muchos otros escatiman esfuerzo alguno en visibilizar “sus facturaciones” y no solo en el contexto del mundillo del espectáculo, de los influencers, también en los ámbitos profesionales, en tanto la facturación de bienes y servicios, el boato, son la entidad misma de la calidad de vida y la garantía del pleno talento, el saber o conocimiento, sobre un arte, profesión u oficio o de la plausible finalidad de construcción del bien común.
Esta es la cima de la meritocracia, la misma que se reventó en la gran nación americana con Trump, la misma que irrumpe en Latinoamérica. Las actuales convulsiones señalan que, es hora de detener la marcha y repensar los mantras de "los talentos, la innovación, la meritocracia, el éxito"; quizás “la razón de la época” nos llame de "pensamiento negativo" o hasta “innovadores de incertidumbres”.
Fracasada la meritocracia a pesar del reforzamiento tecnocrático, la sacrificada ha sido la humanidad y la sociedad democrática. Ningún campo más fértil y propicio para la convulsión política, para el florecimiento del discurso populista, la anomia, la ausencia de sindéresis y el paso de la reivindicación a la vindicta y la irresponsabilidad en sus liderazgos.
Mientras tanto seguimos nuestra errática marcha por el mundo como “auténticos originales”, a lo que bien vale como cierre citar lo que dijo el ya exalcalde de Cartagena “Tenemos que darle herramientas a los muchachos para que verdaderamente puedan salir adelante; un muchacho de esos que tú ves que estudia filosofía ¿de qué le sirve la filosofía? Y, en la misma trama, con similar sentido, pero no en sus proporciones, se equipará lo de Carapaz con lo dicho por el alcalde Daniel Quintero: “Medellín no les pertenece”, luego del relato de su “vida anterior llena de precariedad”. Un servidor público, exalumno, hablando en clase de corrupción, sin sonrojarse afirmó: “profe, hay que aprovechar el cuartico de hora”.
Al final, el único que con pequeños límites pudiera reivindicar como suyo y solo suyo el triunfo, el logro por sus propios méritos o talentos, es el deportista Richard Carapaz de Ecuador, por su medalla de oro en Tokio/21, juegos olímpicos que son quizás el único escenario, en el que históricamente la competencia en igualdad de oportunidades realiza la meritocracia, eligiendo al mejor. Lo demás son trestigas por donde corre lo fútil, lo banal, lo venal y lo tribal. La economía solo conoce de los valores en la Bolsa, de réditos, de interés, de lucro y de su imposible eticidad.