A 100 k/h “es muy corto el amor y muy largo el olvido”
Por: Abogado Nelson Hurtado Obando.
En el año 2005, la ONU estableció que el tercer domingo del mes de noviembre se consagrara como el día mundial para la recordación de las víctimas de accidentes de tránsito. ¡Recordar a las víctimas de “accidentes de tránsito!
Amable lector, ¿recuerda a la señora Bridget Driscoll? ¿Sabe o conoce algo de ella, que hacía, cómo se hizo “importante”?
En el año 1896 en la ciudad de Londres, en una de sus polvorientas calles, un auto que transitaba a la exagerada velocidad de 6.4 k/h y muy a pesar de sonar su campanilla y activar su “sistema de desaceleración” terminó atropellando a la señora Driscoll quien sufrió lesiones en su cabeza, -TEC- que le produjeron su muerte.
Ante el hecho, las autoridades de Londres, solo atinaron a exclamar: “esto no debe volver a repetirse, nunca jamás”.
Desde entonces y a la fecha, ha transcurrido un siglo y veinticuatro años y lo que nunca debió ocurrir nunca jamás, al contrario, ha tomado la universalidad propia de una pandemia, para la que la ciencia no ha logrado vacuna alguna, lo que ha sido suficiente a justificar la “recordación anual”. ¿Las recordamos, nos las recuerdan?
Sin hesitación alguna y ante el no hallazgo de la “vacuna”, buenos son los placebos.
Entre toda la gama de placebos encontramos los asociados a su denotación con pomposos nombres genéricos y de “marca”, todos equívocos, contrarios y contradictorios: “accidentes de tránsito”, “siniestros”, etc. a partir de los cuales se “innovan “políticas públicas”, con altas “dosis magistrales de ingeniería” para la “seguridad vial y la educación vial” cuyo “principio activo” es la infaltable e insufrible “razón estadística”, como cuenta de la vida, fatalmente, como todo hoy, medible, desde el rubro de la muerte.
Y en la ordenación de los placebos desde el “reino de lo medible”, vienen a primera cuenta los “recursos públicos” y privados que se consumen en gasa, esparadrapo, hilo de suturas, yeso para fracturas, agua oxigenada y mertiolate, personal de salud, ocupación de camas de clínicas y hospitales, ambulancias, funerarias y sepelios que se disputan el herido o el muerto, semáforos, gendarmería estatal y civil, “infraestructura vial segura”, “seguridad pasiva y activa”, “gallos tecnológicos en los autos”, campañas de “educación y seguridad vial en parques infantiles de tránsito” con triciclos y chocolatinas, “desfiles de silleteros” en sillas de ruedas, pintura de “estrellitas negras y amarillas” en las calzadas viales, “conducción a la defensiva” asfalto, “diseño geométrico de vías”, vallas y vallitas de señalización y advertencia internacionales sobre riesgo y peligro que las ciencias de la ignorancia hoy imponen como sinónimos, la pérdida de años-laborales y en general los “recursos del erario” y los privados que pudieron dedicarse a otros “menesteres plausibles” por la calidad de vida de los conciudadanos y al cierre, las “pérdidas de las aseguradoras y de la seguridad social” por pago de indemnizaciones por la concreción del riesgo asegurado en el acaecer del “siniestro vial”.
Así, acaecido un desgraciado evento que cobra la vida o lesiona a las personas y en el contexto de los placebos, más fácil resulta acudir a la impúdica razón de “fue sin culpa” que apelar a la “razón última” del “azar o la mala suerte”, que no puede descartarse de estar también presente en algunos de ellos.
De este modo, los mal llamados “accidentes de tránsito”, han tornado en mera percepción, simple paisaje, habitualidad para cuya “justificación” bien que resulta acudir a los “principios específicos” del exceso de velocidad, el conducir bajo ingesta de licor o de otras porquerías, mal estado de las vías, fallas mecánicas o tecnológicas” y desde el summun del “Aleph” técnico-tecnológico de las estadísticas y la naciente “big data”.
La misma ONU, que instituye el día para “recordar” a las víctimas de los mal llamados “accidentes de tránsito”, ha instado a los gobiernos del mundo a no planear, ni construir las ciudades a partir del auto y a eliminar la “tiranía de los promedios”.
Evidentemente que en el universo de la cultura humana, estos desgraciados sucesos no pueden reducirse a su estricta esencialidad física, llámense choques, colisiones elásticas o inelásticas, volcamiento, incendio, atropello, arrollamiento, fuerzas, trabajo, energía cinética, componentes que igual están presentes en el puño de un boxeador como en el de un hombre común y corriente, en el balón pateado por un futbolista, en el joven que se desplaza en bicicleta o en un patín o en el palo o piedra que golpea o se lanza o en el puñal o la bala que hunde o dispara el homicida.
No obstante, la identidad física, no es lo mismo lesionar o matar a puñal o bala o a través de otras “perfecciones” de la perversidad humana, que lesionar o matar con un vehículo o con cualquiera otra máquina en el hogar o en el sitio de trabajo a condición de no estar presente en el agresor la firme voluntad de dañar: herir o matar a otro, que ha de significar el límite en términos generales, entre el dolo y la culpa.
Los mal llamados “accidentes de tránsito”, que tampoco corresponden en su ser, ni en su epistemología con la denominación de “siniestros” desde la jerga aseguradora, han sido objeto de reflexión y análisis desde la física, la biocinemática, la filosofía, la economía y del derecho y no de ahora, ni desde 1896, sino desde siglos atrás bajo los títulos institucionales de la responsabilidad civil a través de los cuales es perfectamente cognoscible que no son desde su realidad física, ni desde su entidad epistemológica desgraciados “accidentes, ni siniestros” viales, cuyo periplo modernamente se halla entre el titular de prensa y la indemnización dineraria, como supremo “tirano de todo lo medible”.
Desde el universo del derecho, hemos rechazado y seguiremos rechazando la evaluación de estos trágicos sucesos viales bajo la inicua relación coste-beneficio y hemos señalado en nuestras herejías, que, desde el mal llamado “accidente de tránsito” florecen y prosperan no pocas industrias; que la más mala acompañante o pasajera de un conductor de auto, es la soberbia; que el peatón no puede ser obligado a cruzar por puentes peatonales; que lo que se transporta en muchos de los autos que recorren vías urbanas y carreteras, es la pesada carga de la incivilidad y los antivalores que ha acumulado el mundo; que de lo último que deberíamos enseñar y aprender sería de señales y normas de tránsito y que de este modo, a diez o a cien kilómetros por hora “es muy corto el amor y muy largo el olvido”.