Minería sí, pero… BiodiverSÍdad también
Por: Abogada Gloria Yaneth Vélez Pérez
El 3 de marzo de cada año se conmemora el día mundial de la naturaleza y la fauna silvestre, un día en el que se recuerda el valor de todo lo que ella representa para justificar 364 o 365 días de olvido, porque con la naturaleza se tiene una enferma relación: se maltrata la mayor parte del tiempo y luego es homenajeada para calmar las culpas, pero no para mitigarle los riesgos.
Y lo que se hace con la naturaleza, se hace también con aquellos días en los que se conmemora la conquista o reconocimiento de derechos, por eso reiteraré, cada que pueda, lo que expuse en una columna publicada el 13 de diciembre de 2020 “No reduzcamos los derechos a un solo día”. Y es que debe dejarse la mala praxis de pensar en los derechos o en lo necesario, solamente en aquellas fechas que la ONU ha decidido oficializar como aquellas para hacer catarsis por hechos atroces o representativos por lo que debe o no debe ser olvidado y menos repetido. El cotidiano de lo adecuado, debe ser un hábito que perdure y no lo efímero de un arco iris.
La naturaleza es una fuente maravillosa de recursos y mientras ella devuelve con generosidad, muchos le quitan con ambición para transformar lo que ella tiene en objetos de consumo que mejoran el bien vivir para unos, a costa del mal vivir para otros.
Una de las formas de intervenir (afectar e impactar) la naturaleza es mediante la minería, una actividad extractiva que se enfoca en los minerales de interés económico (claro que por actividad exctractiva se entiende hasta la removida de la tierra para hacer una huerta) no obstante, esa no es la que impacta la biodiversidad en la forma que sí lo hace la que se ocupa de extraer recursos naturales no renovables con la extracción de minerales y combustibles fósiles.
La utilidad de la minería es innegable porque permite que, por virtud de su práctica, podamos contar con todo lo que hoy usamos desde lo más artesanal, hasta lo más sofisticado, pero innegable también es que ella afecta e impacta las formas de vida y no solamente la vida humana, sino la naturaleza completa a la que como humanos no solamente pertenecemos, sino de la que dependemos directamente para poder vivir, vivir bien o al menos sobrevivir.
Cuando se afirma que impacta las formas de vida y no solamente la humana, es en consideración a que la naturaleza es rica en biodiversidad, entendiendo por ella lo pactado en el Convenio sobre Diversidad Biológica[1] del cual hace parte Colombia mediante la Ley 165 de 1994 y que entró en vigencia el 26 de febrero de 1995, esto es, más de 5 lustros. En este convenio se indicó que: “La diversidad biológica o biodiversidad debe entenderse como la variabilidad de organismos vivos de cualquier fuente, incluidos, entre otras cosas, los ecosistemas terrestres y marinos y otros ecosistemas acuáticos y los complejos ecológicos de los que forman parte; comprende la diversidad dentro de cada especie, entre las especies y de los ecosistemas”[2].
La riqueza de la naturaleza, que bien puede deducirse de lo que la biodiversidad significa, no ha de entenderse como una riqueza de aquellas en las que lo acumulado sobra o no hace falta o bien no sirve cuando de crear salud se trata, que contrario a lo que la naturaleza produce, es lo que solemos construir o producir los humanos (lo artificial, lo no natural y en abundantes casos lo no saludable, es decir una extraña riqueza). La riqueza que se enfatiza es la de la biodiversidad en la que una variedad de fauna y flora nacen, crecen, se reproducen, perviven, conviven y no mueren, sino que las matamos, y ella a veces, a pesar de ello, revive. La biodiversidad es como las clavijas y las cuerdas de una guitarra, que mal usadas y mal afinadas, dan como resultado una nefasta tonada. La diferencia con la mala tonada es que con el mal uso de la biodiversidad se acaba es con la vida y sobre todo con la calidad de vida.
La preocupación y ocupación por la Biodiversidad es un tema de carácter mundial y así se pactó en los Objetivos de Desarrollo Sostenible en su objetivo 15, el cual expresamente indica que para el año 2030 se espera: “Proteger, restablecer y promover el uso sostenible de los ecosistemas terrestres, gestionar sosteniblemente los bosques, luchar contra la desertificación, detener e invertir la degradación de las tierras y detener la pérdida de biodiversidad.”[3] Este objetivo se fijó apoyado en que:
“El 30% de la superficie terrestre está cubierta por bosques y estos, además de proporcionar seguridad alimentaria y refugio, son fundamentales para combatir el cambio climático, pues protegen la diversidad biológica y las viviendas de la población indígena. Cada año desaparecen 13 millones de hectáreas de bosque y la degradación persistente de las zonas áridas ha provocado la desertificación de 3.600 millones de hectáreas.
La deforestación y la desertificación —provocadas por las actividades humanas y el cambio climático— suponen grandes retos para el desarrollo sostenible y han afectado a las vidas y los medios de vida de millones de personas en la lucha contra la pobreza. Se están poniendo en marcha medidas destinadas a la gestión forestal y la lucha contra la desertificación.”[4]
Pero, no obstante lo anterior, la Biodiversidad no ha sido realmente objeto de una osada agenda por parte de los países, quienes si bien mantienen el discurso, realizan inversiones y ponen en marcha acciones, ello no alcanza la cobertura que se requiere para materializar el Objetivo 15 de Desarrollo Sostenible. Esta afirmación la confirma, entre otros, lo precisado en la Encíclica Laudato si (que traduce Alabado seas) y en la cual el Papa Francisco es claro al afirmar que:
“Cuando se analiza el impacto ambiental de algún emprendimiento, se suele atender a los efectos en el suelo, en el agua y en el aire, pero no siempre se incluye un estudio cuidadoso sobre el impacto en la biodiversidad, como si la pérdida de algunas especies o de grupos animales o vegetales fuera algo de poca relevancia. Las carreteras, los nuevos cultivos, los alambrados, los embalses y otras construcciones van tomando posesión de los hábitats y a veces los fragmentan de tal manera que las poblaciones de animales ya no pueden migrar ni desplazarse libremente, de modo que algunas especies entran en riesgo de extinción. Existen alternativas que al menos mitigan el impacto de estas obras, como la creación de corredores biológicos, pero en pocos países se advierte este cuidado y esta previsión. Cuando se explotan comercialmente algunas especies, no siempre se estudia su forma de crecimiento para evitar su disminución excesiva con el consiguiente desequilibrio del ecosistema.”[5]
A lo afirmado en la Encíclica se le suma, cinco años después, lo tratado en la Cumbre de las Naciones Unidas Sobre la Biodiversidad celebrada en septiembre del año 2020, en la cual, “El presidente de la Asamblea General, Volkan Bozkir, expresó durante el evento que, como comunidad internacional, no se ha estado a la altura de los ideales o compromisos en materia de biodiversidad, y dijo que ninguno de los objetivos de 2010 se ha cumplido completamente y señaló que “Claramente, las palabras y las buenas intenciones no son suficientes. No limpiarán los océanos, no salvarán a los elefantes ni evitarán la deforestación. Solo nuestras acciones pueden hacer eso”[6]
Así las cosas y ante la gravedad que para la supervivencia humana implica la devastación de la biodiversidad, necesario es plantear que la minería no puede ser una de las causas determinantes de la degradación ambiental. El cuidado de la “Casa Común” como la denomina el Papa Francisco en la Encíclica Laudato sí, ya citada, debe ser un deber que se concrete en hechos apreciables, medibles y verificables. La actividad minera no puede mantenerse reducida a la licencia social, sino que debe lograr una licencia de la naturaleza representada en la garantía del no daño a lo que es vital y esencial. Hay que trascender la licencia ambiental que muchas veces desde la cumplimentación de formas confiere una autoridad y esta deberá aumentar el rigor para decirle: Sí a la Minería, pero también Sí a la Biodiversidad.
La minería es una actividad necesaria, contribuye al desarrollo y en la actualidad a la reactivación económica del país, pero ella demanda una frecuencia de buenas prácticas y no solamente técnicas. En este aspecto se resalta como “En Antioquia, organizaciones como Continental Gold, GranColombia Gold, Mineros S.A. y AngloGold Ashanti vienen adelantando diversas acciones en este sentido con el resguardo de especies animales y vegetales, siembra de árboles y monitoreo de caudales, entre otras.
Recientemente Continental Gold firmó un pacto con las corporaciones ambientales Corantioquia y Corpourabá por la conservación de felinos en el Occidente, entre los que están Tigrillo (Oncilla), Ocelote, Margay, Puma y Yaguarundí, que fueron identificados en el área de influencia del Proyecto Buriticá.”[7]
Sin embargo, unas pocas golondrinas no hacen verano y, por lo tanto, deben ser todas las actividades y proyectos mineros los que se comprometan de forma decidida y real con el cuidado y protección de la biodiversidad, porque no basta el canje de la actividad minera por obras y reconversión de la vocación económica o el embellecimiento y ornato. Se requiere que se de cuenta de la biodiversidad que habita en la zona de influencia del proyecto minero y que se aporte y ejecute un plan para mitigar el riesgo del éxodo o muerte de la fauna y la extinción de la flora, ello, con la participación activa de las autoridades ambientales, pero también de la sociedad civil que debe vencer la indiferencia, porque cuidar la biodiversidad debe ser un compromiso individual y colectivo al mismo tiempo. Al respecto, en Laudato sí se indica que:
“Las exportaciones de algunas materias primas para satisfacer los mercados en el Norte industrializado han producido daños locales, como la contaminación con mercurio en la minería del oro o con dióxido de azufre en la del cobre. Especialmente hay que computar el uso del espacio ambiental de todo el planeta para depositar residuos gaseosos que se han ido acumulando durante dos siglos y han generado una situación que ahora afecta a todos los países del mundo. El calentamiento originado por el enorme consumo de algunos países ricos tiene repercusiones en los lugares más pobres de la tierra, especialmente en África, donde el aumento de la temperatura unido a la sequía hace estragos en el rendimiento de los cultivos. A esto se agregan los daños causados por la exportación hacia los países en desarrollo de residuos sólidos y líquidos tóxicos, y por la actividad contaminante de empresas que hacen en los países menos desarrollados lo que no pueden hacer en los países que les aportan capital: «Constatamos que con frecuencia las empresas que obran así son multinacionales, que hacen aquí lo que no se les permite en países desarrollados o del llamado primer mundo. Generalmente, al cesar sus actividades y al retirarse, dejan grandes pasivos humanos y ambientales, como la desocupación, pueblos sin vida, agotamiento de algunas reservas naturales, deforestación, empobrecimiento de la agricultura y ganadería local, cráteres, cerros triturados, ríos contaminados y algunas pocas obras sociales que ya no se pueden sostener”»[8]
Claro que nada se hará solo y las palabras por más fuerza que tengan, no serán suficientes si ellas no se apoyan en hechos, en acciones concretas que lideren los gobiernos y en Colombia si que es necesario y urgente multiplicar lo que hasta ahora se ha hecho, pero no hacerlo de cualquier manera, ya que como se expresa en Laudato sí: “Es necesario invertir mucho más en investigación para entender mejor el comportamiento de los ecosistemas y analizar adecuadamente las diversas variables de impacto de cualquier modificación importante del ambiente. Porque todas las criaturas están conectadas, cada una debe ser valorada con afecto y admiración, y todos los seres nos necesitamos unos a otros. Cada territorio tiene una responsabilidad en el cuidado de esta familia, por lo cual debería hacer un cuidadoso inventario de las especies que alberga en orden a desarrollar programas y estrategias de protección, cuidando con especial preocupación a las especies en vías de extinción.”[9]
En ese orden de ideas, no se pueden seguir aceptando grandes o pequeñas obras, actividades o proyectos de minería y de infraestructura que sustituyen los árboles por cemento o por otros árboles o arbustos que no cumplirán la función que hacían los otros para la fauna propia de ellos, es decir para el cuidado de la biodiversidad.
Un pino, la belleza de un curazao, la majestuosidad de una ceiba o un roble, la inspiración de un guayacán y los trinos de los pájaros, siempre serán mejor que un poste de internet, una red wifi y el sonido de un mensaje que no aporta más que un meme. La sombra de un árbol siempre será no solo mejor, sino más provechosa que la visera (gorra), la sombrilla, las carpas y los parasoles. Lástima que para muchos perder un árbol no parece importante, siempre que puedan hallar los parasoles con descuentos o sin IVA, y que importa si la flora y la fauna sufren una pérdida masIVA. Con esto no estoy negando el valor de la tecnología, ni de la infraestructura que nos aporta el confort y nos acorta distancias, pero si me sumo a la masa crítica que hoy sabe que el desarrollo sostenible es la condición sine quanon para una verdadera calidad de vida, por eso lo indicado es tener presente que la Minería separada de la Biodiversidad, no debe lograr nunca una verdadera legitimación social, porque lo social está en estrecha conexión siamesa con la naturaleza y escindirla sin los cuidados correspondientes, equivale a producir efectos e impactos negativos en todo sentido y con impacto intergeneracional.
Ñapa. Al Día Mundial de la Naturaleza y la Fauna Silvestre que se conmemora el 3 de marzo, se le suman el Día Mundial de los Bosques 21 marzo, el Día Mundial del Agua marzo 22, el Día Mundial del Clima el 26 de marzo, el Día Mundial de la Madre Tierra que es el 22 de abril, el día mundial de la Diversidad Biológica oficializado el 22 de mayo y el Día Mundial del Medio Ambiente que se instituyó el 5 de junio. Así que, aunque estos días nos convocan a reflexionar con mayor profundidad la importancia de la naturaleza, la biodiversidad y un medio ambiente sano, hagamos de esa reflexión un hábito, pero sobre todo, una causa colectiva, activa y permanente.
Referencias:
[1] Convenio sobre la diversidad biológica. https://www.cbd.int/doc/legal/cbd-es.pdf
[2] Ibidem, p; 3
[3] Objetivos de Desarrollo Sostenible. P; 67. Recuperado de: https://www.cepal.org/sites/default/files/publication/files/40155/S1801141_es.pdf
[4] Ibidem, p; 67
[5] PAPA FRANCISCO, Encíclica LAUDATO SI. (24 mayo 2015). Recuperado de: http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html
[6] Noticias ONU. Recuperado de: https://news.un.org/es/story/2020/09/1481372
[7] Portafolio. (Octubre 01 De 2019) Recuperado de: https://www.portafolio.co/contenido-patrocinado/flora-y-fauna-protegidas-en-operaciones-del-sector-minero-534115
[8] PAPA FRANCISCO, Encíclica LAUDATO SI. Recuperado de: http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html
[9] Ibidem, p. 13 y 14