No reduzcamos los derechos a un solo día
Por: Abogada Gloria Yaneth Vélez Pérez
En cada uno de esos días se suscitan, muchas veces, marchas, arengas, consignas, actividades académicas, menciones en diarios de amplia circulación y en otros de menor, y algunas veces, se obtiene un pronunciamiento de los gobernantes de turno en el orden nacional, regional y local, aunque no más allá de 280 caracteres que no alcanzan para cubrir las escasas 24 horas que la conmemoración o celebración tiene reconocida (esa es su cobertura).
Lo singular, es que terminado el día en el que algo se conmemore o celebre, se cambia la mirada hacia la conmemoración o celebración que continúa, como pasando de un disco a otro o cambiando el sencillo del tocadiscos y olvidando la melodía que quedó atrás, hasta que vuelva a sonar el año que sigue.
Definitivamente, nos han reducido los derechos a un solo día y lo peor es que estamos conformes con ello, ya que nos vestimos, algunas, para el día de la mujer, otras para recordarle a los hombres su malsano machismo, la tragedia que enluta el recuerdo del 8 de marzo y para hacer énfasis en que ese día no se celebra, pero que terminan celebrando.
Se anhela el día del trabajo para no ir a trabar y se aspira a que ojalá caiga un viernes o un lunes para valorarlo un poco más, aunque claro que ese día muchos salen a protestar y se exceden tanto que hasta pierden la libertad y se quedan sin trabajar.
También nos vestimos de verde con ocasión del día del medio ambiente; luego izamos la bandera gay si de recordar a Stonewall se trata y todo se tiñe de vistosos arcoiris; sacamos la cinta rosada para recordar que debemos precaver el cáncer de mama; luego pensamos en que no hay que dejar a nadie atrás cuando llega el día que se le asignó al agua (el poquitico dispensado) como un derecho humano; luego defendemos la importancia de la participación con ocasión del día de la democracia.
Y sumado a lo anterior, hacemos carteles que indican que está prohibido fumar por aquello del derecho a un ambiente libre de humo, mientras que por la otra cara de esa moneda se promueve para que se apruebe el consumo libre de la marihuana; luego hacemos conciencia de la importancia que tiene la generación de relevo cuando se celebra el día del niño y se vuelve a recordar y retomar el tema de la cadena perpetua para los abusadores sexuales de menores; después le damos el turno al color naranja para mostrar el rechazo por la violencia ejercida en contra de la mujer en todos los ámbitos y, como si fuera poco, hablamos, medio en serio, de derechos humanos el 10 de diciembre, siempre que las actividades laborales aumentadas en este último mes de año lo permitan o las festividades no reemplacen esa poca o corta reflexión.
Y con todo, surgen luego las preguntas (en alguna propuesta de investigación) de por qué hay personas con derechos, pero sin derecho para poder ejercerlos y por qué el derecho que se tiene para algunos no incluyó las garantías necesarias para hacerlos efectivos.
Ante esto, lo cierto es que no hemos hecho conciencia de que no debemos reducir los derechos a un solo día, sino que lo que debemos hacer es mantener en el día a día, la consigna clara de que los derechos son para todos los días, para tenerlos en el menú y sobre la mesa y también de sobremesa.
Tantas resoluciones de las Naciones Unidas para darle reconocimiento a los derechos, más la carga histórica y hasta trágica que las soporta, así como la Convención Americana de los Derechos Humanos (Pacto de San José) y la Constitución Política en la que los derechos se tienen positivizados, no pueden ser herramientas que sirvan solamente para ser citadas en pie de páginas y llevarlas a una bibliografía en normas APA, ISO, ICONTEC, entre otras, sino que deben hacer parte del hacer y del respirar, porque en el respirar está el vivir con dignidad.
No reduzcamos los derechos a un solo día.