Parar es de sabios
Por: Abogada Gloria Yaneth Vélez Pérez
Las protestas expresadas mediante marchas que iniciaron pacíficas, resultaron infestadas por personas violentas que terminaron enfrentadas con la fuerza pública “violenta” del Estado, y como era de esperarse, con la consecuente afectación mutua de vidas, honras y bienes y una suerte de mutuos señalamientos en relación con la atribución de la responsabilidad. Lo triste es que son dos caras de la misma moneda las que se enfrentaron, porque todos son colombianos, además convencidos de que están luchando por la justicia y, por supuesto que seguramente es así.
El propósito de lo pretendido con las protestas, que era el retiro de la reforma tributaria, fue logrado, porque el gobierno que primero optó por la fuerza, luego decidió anunciar el retiro de la reforma y acto seguido se presentó la renuncia del Ministro de Hacienda a la que nadie se opuso, porque, incluso, dicha renuncia se había convertido ya no solo en un clamor ciudadano, sino de partidos y movimientos políticos. Esto, entonces, sumó a los logros relacionados con la protesta.
Ahora bien, si ya estaban los logros ¿por qué siguen las protestas?
Como era de esperarse en un año en el que muchos están preparando sus aspiraciones políticas, se inició un arsenal de motivaciones ideológicas (en redes sociales y mediante artículos académicos) para que el paro no se detuviere, sino que se le diere continuidad y se le dio, sin importar qué se afectaba a su paso con respecto a la institucionalidad, a la credibilidad del ejercicio del derecho a manifestarse y a la confianza ciudadana, es decir que y acudiendo a una perspectiva kantiana, se dio un cambio de fin, que eran las personas afectadas por la reforma tributaria, quienes se convirtieron, se dejaron convertir, en un medio político y aunque siguen arengando que les motiva mejores condiciones sociales, la forma como lo hacen ya está maltratando esas condiciones sociales que dicen defender porque están acudiendo a: obstrucción de vías, quema de medios de transporte público, daños a bienes privados, obstrucción al paso de alimentos y su encarecimiento, más el aumento del riesgo de contagio del COVID-19 con el consecuente colapso del sistema de salud, sin contar el daño y afectación emocional de las familias.
La respuesta del gobierno a lo anterior, ha sido igual de perniciosa y ominosa, porque su forma de contrarrestar, mediante la fuerza pública y el ejército, ha implicado un uso excesivo de autoridad y fuerza con disparos a la población civil, amedrentamientos y vulneración de los derechos humanos, causando con ello mayor desconfianza en la autoridad legítima, esa que está para cuidarnos en nuestra vida, honra y bienes, pero que, aunque iza esa bandera, lo cierto es que lo que se ha configurado, a nuestro juicio, es una especie de guerra interna en la que el campo de batalla es la vía pública en dónde, medios políticos inermes, no tienen cómo enfrentar los medios políticos armados. Choque éste totalmente desproporcionado e infortunado que lo único que genera es graves heridas a la institucionalidad, a la democracia, a la confianza y al anhelo de paz que se está viendo vulnerado.
Es que recordemos que de acuerdo con la Constitución Política de Colombia en su Artículo 22 “la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento.” Este derecho y deber poco o nada es reflexionado y cuando se menciona se asocia a los conocidos, pero también y al mismo tiempo, desconocidos “acuerdos de paz” porque es a ellos a los que se ha reducido el discurso sobre la paz y aunque son muy importantes, lo cierto es que no es el único aspecto que requiere la atención, porque la paz que se traduce en un estado de no conflicto, de no agresión y de no daño y en el paradigma actual centrado en una “ética del desarrollo como un camino para alcanzar la paz” tal y como lo propone la Filósofa Adela Cortina, se necesita también que se considere en otras circunstancias, entre ellas el cotidiano que se refiere a nuestro diario acontecer y que definitivamente requiere paz o, al menos, el menor conflicto y perturbación posible, por eso no en vano cuando se habla del derecho a manifestarse, se indica que es de forma pacífica y ya no lo es, porque cuando se obstruye una vía, de manera in ”directa” se violentan los derechos de los demás y eso ya no es pacífico.
No se duda de la importancia de una ciudadanía activa, de hecho, se comparte esta nueva forma de entenderla, porque como lo señala Chevallier en su texto el Estado Posmoderno: “la promoción de los procesos deliberativos y participativos tiende así a involucrar directamente a los ciudadanos en la elaboración de las políticas, lo cual parece dar prueba de la transición a una "democracia continua" (rousseau), que excluye toda la idea de monopolio de los representantes.” Ya que según Rosanvallon, citado por Chevallier, la ciudadanía activa supera a la simple designación de representantes encargados de administrar los asuntos del país, sin reflejar en las decisiones los fines reales del Estado,’ pero “la democracia participativa o ciudadanía activa, entraña el derecho de fiscalización sobre las políticas públicas: la democracia "de elección" se acompaña de una democracia " de expresión" (por la alocución), de una democracia "de implicación" (por el debate) y de una democracia "de intervención" (por la acción colectiva).”
En ese contexto, una ciudadanía activa está para contribuir con la corrección de acciones injustas y no para agravarlas y el gobierno con mayor razón, de allí que cuando de ambos lados lo que se recibe es el aumento de injusticias, que agravan la situación de aquellos que dicen estar defendiendo o representando, pierden, como ya lo hemos dicho en otras columnas, toda legitimación.
Por lo expuesto, el llamado es a la unidad, la concordia, el diálogo y la fraternidad, porque ya hay demasiadas heridas a la gente, a la democracia, a la institucionalidad y es necesario restablecer la comunicación y un diálogo social asertivo y constructivo que devuelva confianza, esperanza y armonía. Ya hay que parar con lo que están haciendo (manifestantes y gobierno) y empezar a dialogar y a construir de forma colaborativa, porque parar es de sabios y también lo es saber cuándo se apoya una causa y cuándo ya no debe apoyarse más, o cuándo pausar la causa para hacer balance y revisar sus efectos y sus impactos con respecto al propósito perseguido y ello requiere un alto discernimiento, pero, sobre todo, requiere despojarse de ambiciones, de egos y de manipulaciones. Saber cuándo detenerse nunca da pérdidas y por eso se reitera: Parar es de Sabios.