Por: Abogada Gloria Yaneth Vélez Pérez
El 20 de julio de 2012 escribí una columna de opinión, que además publiqué en la revista semana, y que titulé: ¿Colombia necesita un nuevo grito de independencia?[1] Hoy 8 años después, sigo convencida de que la pregunta continúa vigente, no obstante en esta víspera del día 20 de julio del año 2020, fecha en la que se conmemorarán 210 años de lo que optaré por llamar el primer grito de independencia dado que creo que algún día se presentará otro, la reflexión la quiero dirigir a lo que he considerado son las goteras de la Democracia que inundan al Estado con gobernantes aficionados y los llamo aficionados por lo que en los párrafos siguientes expongo.
Nadie esperaba una pandemia en pleno siglo XXI en el que nos jactábamos en afirmar que la tecnología era el mayor descubrimiento porque permitió, entre otros, democratizar la información (aunque algunos cobran por ella), facilitar la comunicación, agilizar trámites, crear redes de toda clase, materializar el derecho a la libre expresión, almacenar todo lo que antes metíamos en la memoria por virtud del estudio y la repetición y no del copy page y del Ctrl G, automatizar procesos, ahorrar filas, retocar fotos para conservar la eterna juventud que las cremas no han logrado, procurar trabajo a distancia (teletrabajo), también la educación (virtual), virtualizada o al menos permeada por las TIC y ni qué decir de la telefonía celular, el internet satelital, la gimnasia pasiva, la telemedicina y la bigdata. Es decir, todo estaba inventado, los procesos tecnificados, salvo algunas entidades públicas que han caminado más lento que la tortuga para hacerse de ese gran invento que es la tecnología con todas sus manifestaciones. Nada más faltaba, salvo más de lo mismo.
Tan importante, predominante y preferente se volvió la tecnología, que ha hecho parte de los discursos políticos que incluyen promesas revolucionarias y planes programáticos para hacer ciudades domotizadas, inteligentes, interconectadas, con internet gratuito y tabletas escolares. Esto y otros temas como la industria 4.0 que ya es 5.0, han sido banderas de campaña y han puesto en la primera opción para ser elegidos gobernantes y legisladores a los políticos que en su discurso prometieron estos tópicos tecnológicos, aunque nada mencionaran de los derechos fundamentales, sociales, económicos, culturales, ambientales, en fin…
Claro que la tecnología no ha sido el único criterio que se ha tenido para elegir gobernantes y legisladores, también hay otros como la tradición, el direccionamiento, la condición de víctima, los papeles protagónicos de farándula y hasta de cuenta chistes, la calidad de heredero, el lugar predominante en la comunidad, su poder económico y/o carismático, su posición en las redes sociales como youtubers, tiktokers, influencers, perseguidores de la verdad y la transparencia, todos estos con títulos académicos o sin ellos, entre otros que el lector pudiere agregar.
Con lo anterior, quiero significar que para ejercer el derecho al voto y materializar la democracia en el siglo XXI, poco se ha reflexionado con respecto a si la tecnología cuya implementación se promete y que sin duda es necesaria, ¿es suficiente para obviar, desplazar y hasta negar otros criterios esenciales en la elección de un gobernante o legislador?. O ¿es suficiente para obviarlos, el hecho de que el postulado (candidato) tenga alguno de los roles o calidades mencionadas en el párrafo anterior, para simplemente entregarle las riendas con el mandato de gobernar, aunque poco o nada sepa de lo que un Estado Social, Constitucional y Democrático requiere, cómo lo requiere y cómo debe proveérsele?. O, ¿que poco o nada sepa, diga o prometa con respecto a los derechos fundamentales, sociales, económicos, culturales, ambientales y en relación con su garantía tanto en la normalidad como en la inesperada anormalidad, en la actualidad ocasionada por una pandemia, pero que bien pudiere ser una anormalidad que provenga de desastres naturales o de causas bélicas?.
Con esto que planteo y a lo que además sumo el hecho de que para ser elegido para los cargos de elección popular no se exige un mínimo de formación profesional (basta ser bachiller para legislar o lustrabotas para ser concejal), sino que se requiere solo una mayoría abrumadora de votos, sepa o no sepa firmar el elegido, sepa o no sepa firmar el sufragante, deja en evidencia serias goteras en la democracia, que se ha centrado solo en el voto de una ciudanía activa/pasiva que está inundando el gobierno de aficionados y no ha considerado unos mínimos conocimientos y experiencia seria para el manejo de los asuntos públicos que requiere decisiones para superar lo que motivó el primer grito de independencia y que hoy se hallan presentes, no por virtud de la opresión del Estado Español, sino por las situaciones opresoras e inequitativas que hoy agobian a la mayoría de los colombianos por la deficiencia en la prestación de los servicios públicos y la poca garantía para lograr la efectividad de los derechos, entre otros aspectos de similar relevancia, pero con una diferencia entre los titulares en 1810, en el 2012 cuando escribí la columna mencionada al inicio y ahora en el 2020, todo lo cual agravado por la pandemia.
De hecho, válido es hoy volver a sostener como lo hice en el 2012, que “en 1810 la inequidad la provocaba España, en 2020 los actos de inequidad los provocan los mismos colombianos desde estadíos legítimos e ilegítimos, pero desde los que despliegan acciones y prácticas que en lugar de liberar, someten, que en lugar de igualar, aumentan las brechas de la inequidad, que no propugnan ni promueven la libertad real, ni el interés general, ya que en muchos casos, imperan los intereses individuales, partidistas y sectarios que poco se orientan hacia la consolidación del Estado social de Derecho, democrático, participativo y pluralista, fundado en el respeto de la dignidad humana.”[2] Tal vez otra prueba de esta aseveración puede estar representada en las decisiones gubernamentales que en el contexto del Estado de emergencia económica, social y ecológica vigente en Colombia, se han aumentado las cargas para la población.
Esa ciudadanía activa y enardecida por las promesas de campaña y nubada con las falacias, ha perdido de vista que lo público requiere idoneidad para su manejo que no la aportan solo títulos académicos y mucho menos no tenerlos, sino que requiere conocimiento experto, pero también científico que desplace, en todo caso, los intereses políticos y con ellos los gobernantes aficionados que poco o nada saben de gestión pública ni del sentido y significado de un Estado Social de Derecho y que terminan tomando decisiones improvisadas que flaco favor le hacen a la población expectante, necesitada y atemorizada, pero siempre esperanzada en que su situación mejore, no desmejore o que al menos no empeore.
En cada ciudadano elector está el tapar las goteras de la democracia o asumir que su vida estará piloteada por aficionados.
[1] https://www.semana.com/opinion/expertos/articulo/colombia-necesita-un-nuevo-grito-de-independencia/324703
[2] Ibídem