Epílogo al año 2020: ¿Cuántos miedos? ¿Cuántas pérdidas?
Por: Abogada Gloria Yaneth Vélez Pérez
Y parto de brindar la definición del término epílogo que utilizo en el título de esta columna porque, definitivamente, todo lo que ha pasado durante el año 2020 con ocasión del COVID-19, parece una obra literaria (género drama) llevada a la pantalla en calidad de una serie de aquellas con episodios apasionantes, eso sí, siempre que estemos en el rol de espectadores o televidentes, pero no así, si la estamos viviendo, si el rol en esa serie, que es el que nos ha tocado, es de protagonistas, coprotagonistas, reparto o en algún papel de extra.
Cualquiera sea el rol, sin duda, lo vivenciado o padecido de forma personal o por el conocimiento de cada noticia de contagio, enfermedad y muerte o de despido, rechazo o violencia que tiene al COVID-19 como su causa, ha dolido y dolerá, sobre todo porque no hay forma de hacer nada, porque parece que “todo” lo hecho y acumulado en conocimientos, no sirve de nada, sino que solo son útiles las decisiones de noveles gobernantes (muchas infortunadas) y las afortunadas decisiones del personal médico comprometido.
Nunca se sabrá si otras medidas hubiesen sido más beneficiosas, porque nunca preguntaron por ellas. A ningún gobernante y parlamentarios, estos últimos, gran parte del tiempo en cuarentena, pero eso sí, muy bien remunerados, no les importó realizar una mínima consulta al pueblo que los eligió. El gobierno nacional y territorial acudió a decisiones autoritarias que daban muestra de que se arrogaban un conocimiento, que realmente no tenían, para enfrentar una crisis, cuyas dimensiones y consecuencias no conocían.
Y como toda obra literaria, ella tiene su final, o al menos su resumen y en el caso concreto resalto que, primero de facto y luego de iure: pandemia, nueva normalidad, cuarentena, toque de queda, aislamiento, UCI, tapabocas, careta, pico y cédula, temperatura, termómetro, alcohol, antibacterial, lavado de manos, miedo, distanciamiento social y otros, fueron los términos más usados durante el año 2020. Términos que corresponden a productos, acciones y medidas que nunca se habían usado con tanta frecuencia y que más bien hacían parte de todo aquello de botiquín, muchas veces vencido, pocas veces usado y de medidas nunca antes tomadas de la forma improvisada en que se adoptaron.
Es que el COVID-19, alias coronavirus, fueron los dos nombres que le asignaron los científicos (virólogos) a un virus altamente contagioso capaz de atravesar toda frontera y de poner en una suerte de igualdad en vulnerabilidad, a toda la especie humana. Este virus revolcó el statu quo: emocional, personal, familiar, social, laboral, profesional, económico, académico y político. Pero, también tocó la forma de gobierno democrático, convirtiéndolo en una monarquía, o en la suma de muchas monarquías territoriales, estatuyéndose con eso un régimen de miedo y de desconfianza. El monarca manda y los demás obedecen.
El miedo es el que ha cobrado gran fuerza durante la pandemia. Es con el miedo como fueron sometidas las personas: miedo al contagio, miedo por no contar con una vacuna, ni con un tratamiento, miedo a no llegar a tener un tratamiento, miedo a que no obre el tratamiento casero, ni el medicado (los dos adivinados y sustentados en la esperanza, en la fe, dos virtudes despreciadas por muchos, pero acogidas por ellos dadas las circunstancias); miedo a las multas y a la sanción penal; miedo al rechazo, a las pérdidas de empleo, familia, negocio, amigos. Miedo a ser internado en una clínica y hospital, e ingresado a una UCI o a que no haya UCI, miedo a morir lejos de la familia o a ser tratado por COVID-19 sin tenerlo. Miedo a las pérdidas emocionales y a la pérdida de confianza en el otro y miedo a que nada vuelva a ser como era antes, porque aquí, sí parece aplicar que “todo tiempo pasado fue mejor”.
Lo grave y problemático de todos estos miedos infligidos y aceptados sin más, es que sirvieron para ceder o endosar la democracia o, al menos, para ponerla en larga pausa, aunque yo considero que, en jaque, y para olvidar lo que significa ser parte no solo del problema, sino de la solución.
La democracia no ha hecho parte de los presupuestos, elementos y fines de las decisiones gubernamentales que, en todo el orbe, no solo en Colombia, se tomaron para afrontar la pandemia. Cada gobernante decidió como le provocó o convino y lo siguen haciendo y los miedos llevaron a la ciudadanía a acoger todas las medidas que tomaron e impusieron los noveles gobernantes, quienes nunca han tomado en cuenta la opinión ciudadana para llegar a consensos sobre la forma cómo tenía y tiene que afrontarse tan riesgosa pandemia y cuya solución, para ellos, fue no concertar, sino encerrar a las personas y generar cese de todas las actividades, sin unas bases claras, ni con pronósticos adecuados sobre las funestas consecuencias por afectar con totalitarismo el statu quo.
El año 2020 pasará a la historia como aquel en el que la democracia brilló por su ausencia. Un año en el que los ciudadanos fueron tratados como ceros a la izquierda, mientras otros los ponían a la derecha para librarnos de tan pernicioso virus, lo cual no lograron, aunque ganaron.
¿Cuántos miedos? ¿Cuántas pérdidas? Cada persona haga su inventario y pregúntese si las cosas hubiesen sido mejor si le hubiesen tomado oportunamente su opinión acerca de la forma en que, como individuo, hubiese podido aportar y conducirse para tener la menor afectación posible.
Así las cosas y para no sumar más miedos, ni más pérdidas, sobre todo de la democracia que es la que garantiza el ejercicio de los derechos de igualdad y de libertad, es necesario repensar el rol del ciudadano en épocas de pandemia y preguntarse ¿qué tanto debe ser tenida en cuenta la ciudadanía para afrontar una crisis que la afecta de forma directa?.
Para ello, hay que hacer, a toda costa, el esfuerzo de pensar, para no ser pensados, y como bien lo afirma Marth C. Nussbaum “pensar cuesta; es mucho más fácil temer y culpar”, pero para vencer y superar los miedos, mitigar pérdidas y no culpar a otros, ni culparnos, por no haber pensado oportunamente, empecemos ya y luego tomemos la palabra, alcemos la voz y exijamos ser parte activa en las decisiones que se tomarán para conjurar todas las crisis en la transición de pandemia, vacuna y retorno a la normalidad que, sin duda, resurgirán, sobre todo por la vocación de aplicación diferencial de la vacuna que ya, parece, se tiene bien estatuida.
Ñapa: Es absolutamente escandaloso que, en una época tan crítica en lo emocional, social, laboral, económico y político, se opte por hacerle un incremento retroactivo a un Congreso que estuvo prácticamente inactivo. Es que estamos en otro tiempo y evocando a dos Maestros, de un lado, el jurista y constitucionalista Fix Zamudio “El cambio y las modificaciones de la realidad afectan y deben afectar la interpretación de la Constitución” de allí que el argumento según el cual, en la Constitución está el cómo se le incrementa el salario a los Congresistas no debe tener el peso que antes tenía. Y, del otro lado, la Filósofa Martha C. Nussbaum que acertadamente indica “las leyes no pueden imponerse ni mantenerse si no convencen intelectual y emocionalmente a las personas.” Y definitivamente ese incremento del 5.12% para los congresistas, comparado con el escaso 2, nunca 3%, de incremento para el salario mínimo, es el equivalente a una extrema injusticia que no podrá tener un recibo sensato en lo intelectual, ni en lo emocional. Por eso urge rescatar la democracia.