El traje no hace al Abogado, pero sí lo distingue y la virtualidad no debe sustituir ese dogma
Por: Abogada Gloria Yaneth Vélez Pérez
Twitter @JuridicaAsesora
A lo anterior, muchos salimos en pose de críticos. Particularmente y dado que esto ocurrió por virtud de la manipulación y desgreño que la virtualidad permite, manifesté en redes sociales lo siguiente: La decadencia del Alma de la Toga. Abogados que olvidan el decoro de la profesión y que hoy anhelan virtualidad para mezclar el deber de apoyar la justicia y la praxis profesional con cuanta actividad simultánea se les cruce u ocurra, desconcentrándose del objeto encargado.
Agregué también que: Cada reunión, clase y audiencia demanda que se asuma con todo el decoro y concentración posible, como si se tratara de lo más importante y eso implica el vestido y la disponibilidad al 100 por ciento. Y adherí a un comentario del Colega Rubén Darío Henao Orozco realizado en su cuenta de twitter @rbhenaoo cuyo contenido es: “Juez, fiscal y defensor deben guardar las reglas del decoro sea en diligencia presencial o virtual y el colegaje no llega hasta ser permisivo en todo con los colegas; debemos respetar al defendido y los intervinientes y eso incluye bañarse y vestirse antes de audiencia.”https://twitter.com/rbhenaoo/status/1466921567502352384?s=21
Sigo sosteniendo lo manifestado en redes porque el comportamiento del Colega me parece desatinado y totalmente impropio, y con esto que expongo y afirmo, no pretendo ser la norma moral de ningún Colega, hombre o mujer, pero no quiero dejar de referirme al hecho y por eso esta columna será reflexiva y lo será a partir de retomar lo que en aquel libro escrito para todos los tiempos, titulado El Alma de la Toga y que todos, muchos, bueno… algunos, leímos y releímos cuando decidimos formarnos para ser Abogados y Abogadas (mi diploma salió como Abogado, por eso me acerco a la tercera dosis), se dice con respecto a lo que la Toga significa que no es solamente el vestido, pero que sí es, también, con y por el vestido.
Sobre el vestido del Abogado Ángel Osorio y Gallardo, autor de tan célebre libro el Alma de la Toga dice:
“La toga, pues, no es por sí sola ninguna calidad, y cuando no hay calidades verdaderas debajo de ella, se reduce a un disfraz irrisorio. Pero después de hecha esta salvedad, en honor al concepto fundamental de las cosas, conviene reconocer que la toga, como todos los atributos profesionales, tiene, para el que la lleva, dos significados: freno e ilusión; y para el que la contempla, otros dos: diferenciación y respeto.
Es freno, porque cohíbe la libertad en lo que pudiera tener de licenciosa. La conversación innecesaria con gentes ruines, la palabra grosera, el gesto innoble, el impulso iracundo, la propensión a la violencia quedan encadenados, ya que no extinguidos, por imperio del traje talar. En el enojo de la polémica ¡cuántas pasiones torcidas son sofocadas por la toga! "Ahora yo le diría... ahora yo descubriría... a la salida yo haría... Pero no puede ser. ¡Llevo la toga puesta!" y sólo con esto los nervios se templan, la rebeldía se reduce, el furor se acorrala, y la irritación busca válvulas en la severidad contundente, eh la Ironía acerada, en la imprecación ardorosa... Con lo que la bestia humana cede el paso a las emanaciones más delicadas y a los refinamientos más sutiles del entendimiento. Esto sin contar con que la toga es uno de los pocos recordatorios de que constituimos clase(l)y de que en los estrados no está sola nuestra personalidad, acaso indomable, sino también la dignidad colectiva de todos nuestros compañeros, depositada en nuestras manos en aquel minuto. Ante una mala tentación allí donde nos exhibimos al público con la solemnidad de nuestra ropa oficial, no discurrimos sólo "¡qué pensarán de mí!", sino también y simultáneamente "¡qué se dirá de los Abogados!.
Mirad a un individuo que va por la calle con americana y flexible. Puede hablar sin decencia... Poned a ese mismo hombre un uniforme y una espada, y en el acto enfrentará su irreflexión. No es que el malo se haga bueno, pero no ofenderá a los demás con su descaro. Mas, ¿a qué buscar ejemplos fuera de casa? El Abogado que asiste a una diligencia en el local infecto de una escribanía, usa un léxico, guarda una compostura y mantiene unas fórmulas de relación totalmente distintas de las que le caracterizan cuando sube a un estrado con la toga puesta.”
“… lo elevado de nuestro ministerio en la sociedad, la confianza que en nosotros se ha puesto, la índole científica y artística del torneo en que vamos a entrar, la curiosidad, más o menos admirativa, que el público nos rinde... Cuando todo eso pasa por nuestra mente (y pasa siempre, en términos más o menos difusos) la toga es un llamamiento al deber, a la verdad y a la belleza. Con la toga puesta, ante un público, interesado o indiferente, pero siempre censor, junto al anhelo del éxito judicial y al de la vanidad artística (¿por qué no confesarlo?), aparece la necesidad de ser más justo, más sabio y más elocuente que los que nos rodean; el temor a errar o a desmerecer; el respeto a los intereses que lleva entre manos... ¡Ah! Eso del peso de la toga sobre los hombros no es un tópico vano, aunque el uso le haya hecho cursi.
La toga obra sobre nuestra fantasía y haciéndonos limpiamente orgullosos, nos lleva, por el sendero de la imaginación, a la contemplación de las más serias realidades y de las responsabilidades más abrumadoras. La ilusión es estimulante espiritual y potencia creadora de mil facultades ignotas, y alegría en el trabajo y recompensa del esfuerzo... Todo eso significa la toga, toda esa es su fuerza generatriz.
Declaro que al cabo de cuarenta y dos años de vestirla, ni una vez, ni una sola, me la he puesto sin advertir el roce de una suave y consoladora emoción. La toga es, ante el público, diferenciación. Por ella se nos distingue de los demás circunstantes en el Tribunal; y siempre es bueno que quien va a desempeñar una alta misión sea claramente conocido.
La diferenciación no sería nada si no fuera acompañada del respeto. Y el pueblo, ingenuo, sencillo y rectilíneo, lo tributa con admirable espontaneidad. En los pasillos de una Audiencia, casi todo el mundo se descubre al paso de un togado, aunque no hay disposición que lo ordene, ni alguacil que lo requiera. Y no es por temor ni por adulación. Temor ¿de qué? Adulación ¿para qué? Es porque el clarividente sentido popular, al contemplar a un hombre vestido de modo tan severo, con un traje que consagraron los siglos, y que sólo aparece para menesteres trascendentales de la vida discurre con acertado simplismo: "Ese hombre debe ser bueno y sabio" y sin duda tenemos la obligación de serlo y de justificar la intuición de los humildes. ¡Pobres de nosotros si no lo entendemos así y no acertamos a comprender toda la austeridad moral, todo el elevado lirismo que la toga significa e Impone!.” (Los resaltados son míos)
Es claro que el contexto geográfico en el que Osorio y Gallardo ubica lo Toga no es Colombia, porque en Colombia no se usa Toga, pero lo cierto es que cuando se alude a la Toga, realmente lo que se quiere decir es que hay un traje que distingue al Abogado o Abogada, que le identifica e inscribe en ese rol y aunque en Colombia no se usa Toga, siempre hemos procurado el mejor vestido cuando de ejercer la profesión se trata o, al menos, el vestido más apropiado que de cuenta del honor que ser Abogado y Abogada implica, no como una moda o como una forma de superioridad en relación con los clientes o representados, sino como un ritual y una solemnidad que distingue al letrado o letrada en derecho de aquel o aquella que profesa otra ciencia, arte u oficio, porque los Abogados y Abogadas lo que representamos es la institucionalidad, pero también la materialización de la justicia y nada debería cambiar eso.
Así las cosas, a las audiencias, virtuales o presenciales, aunque no se obligue la Toga, la profesión sí exige el vestido, no una marca, ni el último grito de la moda en trajes, pero sí el vestido, porque iterando a Ángel Osorio y Gallardo “El Abogado que asiste a una diligencia en el local infecto de una escribanía, usa un léxico, guarda una compostura y mantiene unas fórmulas de relación totalmente distintas de las que le caracterizan cuando sube a un estrado con la toga puesta” de allí que manteniendo esa esencia, hoy la virtualidad no puede, ni debe, usarse para faltarle al respeto a lo que una diligencia judicial exige. Evocando a Osorio y Gallardo: “¡Pobres de nosotros si no lo entendemos así y no acertamos a comprender toda la austeridad moral, todo el elevado lirismo que la toga significa e Impone!.” (entiéndase vestido). La virtualidad no puede ser un medio para poner a la Toga en decadencia, es decir, a la dignidad que ejercer la profesión exige, al freno y a la diferenciación y al respeto, porque si esto se pierde, ya cualquiera será Abogado o Abogada, ya que si para serlo no se requiere el traje en el cuerpo, ni la toga con alma (entiéndase vestido, ese que va en el interior de la conciencia) tampoco hará falta un diploma y menos una tarjeta profesional.