El deber de solidaridad: letra muerta
Por: Abogada Gloria Yaneth Vélez Pérez
Muchos, sino la mayoría, o tal vez todos, entendemos qué significa la solidaridad, sobre todo desde una perspectiva unilateral, es decir, desde una aspiración de ser recibida cada que se necesite de los otros. No obstante, la consideración y anhelo de brindar esa solidaridad de manera desinteresada con actos y hechos concretos, lejos está de ser una realidad, sobre todo cuando la solidaridad se le ha dejado a la filantropía, al voluntariado, al personal de salud, a la Cruz Roja, a los Bomberos y a las organizaciones religiosas que tienen en su objeto servir desinteresadamente, con desprendimiento y desapego de lo terrenal, para que puedan sobrevivir los mundanos con lo mundano.
La solidaridad no ha logrado ser comprendida como una moneda que requiere intercambio (ley de la circulación), reciprocidad y acciones que la concreten y ello es muy infortunado porque hay épocas en las que la solidaridad no solo es necesaria, sino que es una condición indispensable, sine quanon, para poder conservar lo fundamental o, al menos, mitigarle el riesgo de pérdida o afectación. Y uno de esos momentos que demandan de la solidaridad, es el que atraviesa la humanidad por causa del COVID-19 que provocó una pandemia por su nivel de contagio y expansión transfronteriza y la inexistencia de un tratamiento ab initio de su descubrimiento y que aunque un año después ya hay vacunas para combatir el contagioso virus, su producción, adquisición, distribución y aplicación no brindan, aún, la confianza necesaria porque ninguna de estas fases es masiva, aunque todas si son confusas.
La solidaridad es un asunto que nos atañe a todos, de hecho como ya se leyó, tiene expresa consagración constitucional como deber jurídico, sin ideología religiosa, que crea responsabilidades y por tanto no puede seguir siendo ignorada y considerada como un tema de naturaleza religiosa exclusivamente, aunque es claro que las organizaciones religiosas la practican preferentemente, la reflexionan constantemente y la traducen con frecuencia para mantener su actualidad como lo hizo el Papa Francisco en su Encíclica Fratelli Tutti de octubre de 2020 en la que dijo sobre la solidaridad, entre otras cosas, que:
“115. En estos momentos donde todo parece diluirse y perder consistencia, nos hace bien apelar a la solidez[88] que surge de sabernos responsables de la fragilidad de los demás buscando un destino común. La solidaridad se expresa concretamente en el servicio, que puede asumir formas muy diversas de hacerse cargo de los demás. El servicio es «en gran parte, cuidar la fragilidad. Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo». En esta tarea cada uno es capaz de «dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta de los más frágiles. […] El servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su projimidad y hasta en algunos casos la “padece” y busca la promoción del hermano. Por eso nunca el servicio es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a personas»”[2]
Lo expresado por el Papa Francisco llena de contenido la solidaridad que queda atada al servicio, a la fragilidad, a lo vulnerable, a la necesidad. En ese contexto ¿Qué clase de solidaridad nos exige la pandemia? ¿a qué estamos llamados con respecto a los otros? ¿Qué es lo que podemos identificar cómo frágil y vulnerable que requiera de nuestro servicio y disposición? Innegable que la vida es la que está en riesgo, la propia y la de los otros, y que lo que se espera de cada uno como un acto de responsabilidad es el distanciamiento social, el uso de tapabocas o barbijos y el lavado frecuente de manos, sin embargo: ¿Qué tanto estamos aplicando tan sencillas y al mismo tiempo complejas reglas? ¿Qué tanto estamos mostrando y demostrando que nos importa la propia vida y la vida de los demás?
Aunque cada lector puede dar una respuesta, a la fecha de esta columna una fuente para aproximar respuestas es el hecho de que con corte al 2 de abril de 2021 se encuentra como noticia que:
“Desde marzo del 2020, cuando se registró el primer caso, Colombia acumula 2.428.048 infecciones.
De todos esos casos, 2.300.887 ya están recuperados y 55.062 son los casos activos.
Bogotá es la zona más afectada por contagios, con 690.844. Le siguen Antioquia (con 380.298), Valle del Cauca (con 209.698), Atlántico (con 156.344) y Cundinamarca (con 111.526).”[3]
Como ejemplo concreto son los datos de ocupación UCI en el Departamento de Antioquia y en Medellín que según lo reportó La República: “En el caso del departamento, la ocupación llega a 91,9%, mientras que en Medellín el porcentaje está en 97,7%... y en esta ciudad hay una alta población de jóvenes”[4]
Estas cifras son lamentables, preocupantes, escandalosas y alarmantes por cuanto reportan un aumento de contagios en los últimos días producto de cuidados no adecuados por parte de muchos de ellos, es decir, del no cumplimiento de las reglas básicas: lavado frecuente de manos, uso de tapabocas o barbijos y distanciamiento social y ello se confirma con las recientes noticias relacionadas con un alto número de fiestas y paseos sin la observancia de los protocolos y medidas de bioseguridad, lo cual denota que quienes han decidido participar de esas actividades, poco sentimiento de solidaridad sienten, dejando, al mejor estilo del dolo eventual, el resultado del contagio y de contagiar, al azar. Seguramente hay otros que se contagiaron de forma desprevenida.
Claro que para todos los que hoy se encuentran en UCI luchando por su vida con ocasión del contagio por COVID-19, o a la espera de una de esas unidades o con tratamiento en la casa por la misma causa (haya sido por descuido o no), se les envía un saludo solidario y los mejores deseos por su pronta recuperación.
No obstante, sí se repara y reflexiona en relación con que hay que ser capaces de aplazar el placer y el deseo consumista en un momento histórico en el que la humanidad afronta una pandemia que, aunque ya tenga en fila una suerte de vacunas, ellas no alcanzan a eliminar el virus que la causa, ni son suficientes para restablecer en el inmediato plazo la economía y menos para devolver vidas y bienes. Poner por encima el placer y el deseo consumista en esta época, son actos, o mejor… son conductas, de personas poco responsables consigo mismas y con los demás que muestra una carencia de solidaridad.
No observar los mínimos cuidados para protegerse y proteger a los otros es una falta de amor propio y de amor al prójimo, es perder de vista que Ignorar lo importante (en este caso medidas de bioseguridad) puede ser la causa de muerte mañana, pero no solo para los contagiados, sino para quienes padecen otras enfermedades y que no podrán ser atendidos con prioridad porque deberán ceder su turno a quienes decidieron cargarse el riesgo del contagio y atenerse a la solidaridad de los otros.
La salud, la vida y la solidaridad son hoy, aunque siempre lo han sido, una triada inescindible. El egoísmo, el individualismo, la falta de conciencia de sí y en relación con los otros, que lleva a poner por encima lo material y particulares necesidades de placer y de consumo de forma irresponsable, agravado con cero cuidados y ausencia de control por parte de las autoridades, no hace ningún provecho y convierten a la solidaridad, esa en la que se funda el Estado Colombiano y que hace parte de los deberes de la persona y del ciudadano, en letra muerta.
Recordemos lo que dijo Goethe “lo que importa más, nunca debe estar a merced de lo que importa menos”, pero no hagamos que nos importe más lo trivial y superficial, por encima de la salud y la vida de todos.
Ñapa: Es lamentable el aumento de los contagios por COVID-19 y el colapso de las unidades UCI que lo único que generará serán mayores restricciones que afectarán la economía y la salud de muchos, incluida la mental. Esto aleja el restablecimiento de la normalidad (la nueva). Es lamentable también que no se tenga habilitada una infraestructura robusta de unidades UCI, ni una mejora en los sistemas de transporte, pero igualmente lo es, la falta de autoridad para aplicar los debidos controles e imponer las sanciones que correspondan a aquellos que no observan las medidas de bioseguridad, sin embargo y a pesar de todo lo lamentable que evidencia falta de gobernanza, ello no nos libera del deber de cuidarnos y de cuidar a los otros.
Referencias:
[1] COLOMBIA. ASAMBLEA NACIONAL CONSTITUYENTE. Constitución Política de 1991. Artículos 1 y 95.
[2] Papa Francisco. Carta Encíclica. Fratelli Tutti. Octubre de 2020. Recuparado de: http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20201003_enciclica-fratelli-tutti.html
[3] PERIÓDICO EL TIEMPO. https://www.eltiempo.com/salud/covid-en-colombia-contagios-muertes-recuperados-al-2-de-abril-del-2021-577933
[4] PERIÓDICO LA REPÚBLICA. https://www.larepublica.co/economia/ocupacion-uci-en-antioquia-y-medellin-en-abril-3148409