¿Censura? Ni para los Demócratas, ni para los Republicanos, ni para sujeto alguno, porque ello puede afectar otros derechos
Por: Abogada Gloria Yaneth Vélez Pérez
En ese contexto, inicio esta columna citando primero a algunos importantes autores que de forma clara y contundente se han referido a la importancia de la libertad de expresión y de la defensa de los derechos, al menos a mi juicio, porque lo han hecho de tal manera que se puede reflexionar en lo que representaría no defender los derechos cuando se trata de reconocerle su ejercicio a aquellos que no nos simpatizan, todo lo cual puede, un día, revertirse y tener al que no defendió como el afectado, que tendrá en ese momento el riesgo de que nadie vele por los derechos de los cuales es titular o que nadie pueda hacerlos responsables por y de lo que dicen.
Así entonces, empiezo por citar una frase atribuida a Voltaire, pero que se dice que es de la autoría de Evelyn Beatrices Hall, estudiosa de la vida de este gran filósofo y escritor. La célebre, llamativa y contundente frase es: “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo” Y ¿cuántos entendemos realmente lo que esto representa para la democracia y la sana convivencia basada en el reconocimiento y respeto de los derechos de los otros?
Sumo a lo anterior, el poema titulado “Por mí Vinieron” creado, dicen unos, por el pastor protestante alemán Martin Niemöller (1892-1984), pero atribuido, dicen otros, a Bertolt Brecht (la autoría no es el centro de la reflexión). El poema dice así:
“Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no pronuncié palabra,
porque yo no era judío,
Cuando finalmente vinieron a buscarme a mí,
no había nadie más que pudiera protestar.”
Y acudiendo a Chomsky él por su parte indica que “Respetar a los que piensan como yo es muy fácil. El problema está cuando tienes que respetar y defender a gente que dice cosas que te horrorizan. Pero que tienen todo el derecho a decir, siempre que no crucen la frontera de lo que determina la ley.”
Los autores citados centran la reflexión en la importancia de reconocer derechos y defenderos en cabeza, incluso, de aquellos que no son adeptos, que discrepan, que piensan diferente, que no nos dan la razón y que tampoco se la concedemos, que ven el mundo al revés y lo pintan al derecho y viceversa. Y es que cuando de defender derechos humanos y fundamentales se trate, el tema tiene que apartarse del sujeto que nos gusta y sobre todo del que nos disgusta, para que ese derecho se mantenga universal y sin el riesgo de que pueda ser relativizado por quienes tengan más poder económico, político, carismático, pastoral, entre otros. Y es que permitir la relativización es ceder la posibilidad de ejercer otros derechos que se afectan con la libertad de expresión.
Allí donde un derecho se vea afectado por quien no es el competente para hacerlo, limitarlo, restringirlo o relativizarlo, se debe levantar una voz de protesta, de rechazo y de reivindicación del derecho en sí mismo, porque no hacerlo es concederle un permiso a unos actos de hecho que puede empezar a echar raíces y extenderse hasta obtener un dominio que no solo limita lo que se puede decir, sino que al tiempo con ello determina qué y qué no se puede escuchar, leer, ver y saber y luego vendrá la imposición sobre lo que se debe y tiene que decir, subordinando con ello al ser humano a un poderío o monopolio de medios de información que ya no serán facilitadores de plataformas para comunicar e informar de forma libre, sino paragobiernos de plataformas que dirán lo que se puede y no se puede, sin que sus decisiones requieran un filtro reglamentario y judicial.
Para aterrizar la columna, retomo el infortunado suceso según el cual “Twitter suspende permanentemente la cuenta de Trump citando “riesgo de una mayor incitación a la violencia””. Y lo llamo infortunado porque esto es una decisión de un empresario privado, no estatal, no calificado para determinar y calificar ese riesgo. Aclaro que no comparto, ni compartiré jamás, lo que sucedió en el Capitolio de los Estados Unidos, porque fue un ejercicio desproporcionado, abusivo y violento en relación con el ejercicio del derecho a la protesta, pero para ello hay acciones penales y políticas bien instituidas que pueden aplicarse por las autoridades legítimas y no por quien carece de tal categoría como lo son los dueños de multinacionales con vicepresidentes de integridad que no justifican el juicio de valor que llevan a cabo cuando de juzgar la integridad se trata. Esto se extiende igualmente a los dueños de Facebook y otras redes sociales.
Nada de positivo tiene el ejercicio de la censura por benéfica que algunos o muchos la encuentren y nada de positivo tiene suspender una cuenta donde hay evidencia que puede ser útil en procesos judiciales para reclamar responsabilidad por todo lo que allí se ha dicho. Es que la libertad de expresión trae responsabilidades y cuando se le censura, más que proteger derechos de unos, mediante la afectación del derecho a la libertad de expresión del censurado, es dejarlos sin la prueba para poder defender derechos afectados en las instancias legítimas que corresponde. De allí que tampoco puede ser tan simple como que se cierra una cuenta porque quien la usó, en el caso concreto, Donald Trump, a juicio de los dueños de Twitter y Facebook, lo hizo incitando a la violencia.
En el caso concreto de Trump, con mayor razón, se debe defender el derecho a la libertad de expresión y al tiempo, los derechos de los afectados con ello, para que puedan exigir una reparación y probarla, así como la rectificación, ya que como lo dijo Chomsky “Respetar a los que piensan como yo es muy fácil. El problema está cuando tienes que respetar y defender a gente que dice cosas que te horrorizan. Pero que tienen todo el derecho a decir, siempre que no crucen la frontera de lo que determina la ley.” Y ¿cómo se prueba el cruce de esa frontera, si la información es borrada, desaparecida?.
Así las cosas, los dueños de las redes sociales no pueden tener la facultad omnímoda para censurar la libertad de expresión y menos si en dicho ejercicio del mencionado derecho hay evidencia que puede ser útil en un proceso judicial para exigir reparaciones y rectificaciones. Otorgar tal facultad a dichos empresarios es cederles el Estado de Derecho, es renunciar a la evidencia y a los derechos y es legitimar en un particular una toma de decisiones que sustentan en unos fines, pero que pueden servir a otros muy distintos.
Quien ejerza el derecho a la libertad de expresión debe hacerse responsable, se trate de quien se trate, y no puede simplemente tener la sanción privada de quien le suspende el uso del medio y le hace el favor de eliminarle la información perjudicial, falsa o que incita a la violencia. Al contrario, tal información debe permanecer fidedigna e inalterable.
Por lo anterior, ¿Censura? Ni para los Demócratas, ni para los Republicanos, ni para sujeto alguno, porque ello puede llevar a afectar otros derechos. Si aceptamos que los dueños de las redes sociales borren, suspendan, desaparezcan lo dicho... que fácil será para los que tiran las piedras y otros les esconden las manos.