Es época electoral en Colombia y todos los aspirantes a la Cámara de Representantes y al Senado, lideran como parte de su campaña la promesa de sacar adelante proyectos de corte muy social, al menos eso es lo que se les escucha y se les lee, incluso, a veces, en disonancia ideológica la propuesta que presentan con los principios del partido político al cual pertenecen que hacen pensar que están insertos en el partido equivocado. Sin embargo, al hacer la lectura de sus propuestas, así como de sus discursos, puede fácilmente concluirse que se trata de retórica sin la academia, toda vez que lo que se afirma que se liderará como propuestas sociales no tiene, en muchos casos, un fundamento en resultados que hayan salido de la juiciosa labor de académicos e investigadores que hoy hacen parte de un importante número de Instituciones de Educación Superior del país de naturaleza jurídica pública y privada.
Infortunadamente, no es frecuente ver a los candidatos asistiendo a la Academia a Foros, Coloquios, Debates o a obtener asesoría para darle un sustento más teórico a sus propuestas electorales y, probablemente, por eso dichas propuestas, en la mayoría de las veces, no se corresponden con la práctica legislativa que ellos llevan a cabo. Es que si una propuesta no bebe de la fuente académica y científica y también jurídica se aleja de sus posibilidades de éxito y se convierte en palabras que se llevara el viento.
No insinúo que los políticos se vuelvan académicos, ni que los académicos se conviertan en políticos, porque ambos correrían el riesgo de dejar de ser lo que son, pero lo que si sugiero es que mediante acciones comunicacionales se comparta y se debata, con respeto, lo que unos y otros conciben para el desarrollo del país y con ello se enriquezcan las propuestas de campaña política y se conviertan en un verdadero compromiso de los candidatos y de los elegidos. Esta lógica de integración de la Academía, daría un mejor lugar a las propuestas y a los discursos y sería el complemento necesario para crear sentido y significado y tal vez la ilusión de que un cambio o transformación si podría ser posible.
Lo anterior se plantea, entre otros, para que la Academia mantenga el lugar que le corresponde en la conservación y creación de saberes, así como ser un escenario natural de reflexion y debate, de allí que a la academia no se deba llevar publicidad política de candidatos, sino sus propuestas para debatirlas.
Que la Academia y la producción académica sean las fuentes de las cuales beban las propuestas de los políticos, sin duda, les aportaría pertinencia.
Dado lo expuesto, no se debe confundir: la formación académica de los políticos, esto es, políticos con academia, y políticos sin academia, con el hecho de que ambos concreten en la práctica la reflexión: "Política y Políticos sin la Academia".