El perdón social no es descabellado. ¿Por qué sería descabellado considerar que una sociedad entera llegue a perdonar a sus captores, verdugos, maltratadores, abusadores, raptores, secuestradores, violadores, ladrones, estafadores, malversadores, embaucadores, terroristas, lesionadores, homicidas y portadores de cuanto adjetivo de delincuente exista en el código penal? Eso no tiene por qué ser descabellado y tampoco imposible. “De todo se ve en la viña del Señor” decimos los que profesamos la fe cristiana y que sabemos, por la vivencia, que el dolor y sufrimiento causado por las personas cuyo calificativo mencioné, solo se logra superar con el perdón, aunque no se olvide. Aquella persona que no perdona vive una vida llena de dolor, resentimiento, venganza, amargura y desánimo, que la lleva a tomar caminos de venganza en los que enreda a mucha gente porque nunca dará un testimonio valeroso de resiliencia, sino que lo que hará es mantener abiertas y sangrantes las heridas. Así que siempre será posible perdonar los peores vejámenes.
Pero ¿Cómo ocurre ese perdón? ¿Será con una orden, un decreto, una sentencia, o una mediación, conciliación, arbitraje, amigable composición, “amigables composiciones” o convirtiéndolo en tendencia en las redes sociales o la moda del momento como si se tratara de un vestido al que se puede acceder porque se puso en oferta?
El verdadero perdón no es una moneda de cambio y, contrario a lo demás, el perdón sí es un cariño verdadero, que no se compra, ni se vende. No tiene precio. No se negocia, porque no es el objeto negocial de un acuerdo conmutativo en el que me das y te doy. El perdón implica poderle decir al otro: no me debes nada y definitivamente, nunca puede ser el producto o resultado de un decreto, ni de una sentencia judicial acompañada del sonido de un mallete decretando una indemnización y tampoco es el vestido de moda, la canción más sonada, ni lo mejor del séptimo arte, aunque lleve todos los efectos especiales
El perdón, a mi juicio, es un proceso individual, personalísimo, indelegable e insustituible (no se hereda, ni se impone), pero, además, es una decisión que implica responsabilidades y determinación y para que pueda tener un efecto y un impacto, interno y externo y propiciar un terreno fértil para resembrar en él otras realidades que sean capaces de compensar pérdidas y restablecer el ánimo, el aliento y la voluntad de vivir, hay que hacer un vaciamiento personal del dolor que otro provocó y ese vaciamiento lleva otro proceso, profundo, espiritual y emocional de sanación y desapego que, si no se hace, el perdón jamás ocurrirá aunque el que hizo el daño lo pida o aunque a aquel que recibió el daño le indemnicen todos los perjuicios morales y materiales.
En ese contexto, el perdón social ocurrirá siempre que cada uno haga los procesos de vaciamiento y sanación, pero nunca sucederá por la promesa de perdón que otro haga en nombre de uno, alguno o todos, porque, itero, el perdón es un proceso individual, personalísimo, indelegable e insustituible (no se hereda, ni se impone) y tratar de imponerlo o exigírselo al que fue herido, sin consultar su voluntad y sin haberle ofrecido nada diferente a más dolor, es abrirle nuevamente las heridas y eso es absolutamente desconsiderado. Así que, si queremos pensar en un perdón social, empecemos primero por respetar el dolor ajeno y ayudarlo a sanar, por pedir perdón si es necesario, mostrar un arrepentimiento sincero y por ofrecer reparación y propósito de enmienda.
Concluyo diciendo que: lo descabellado y abusivo del perdón social, no es el perdón social. Lo descabellado y abusivo es acudir a un término compuesto de tan alta complejidad, que demanda la disposición personal de cada individuo, para, tal vez, negociar en nombre del dolor ajeno y sacar ventaja personal, sea la que fuere. La sociedad, ni su dolor, está para el uso, ni el abuso, ni la manipulación, sino para ser protegida, reparada y procurarle bienestar, paz, prosperidad y felicidad.
Pero ¿Cómo ocurre ese perdón? ¿Será con una orden, un decreto, una sentencia, o una mediación, conciliación, arbitraje, amigable composición, “amigables composiciones” o convirtiéndolo en tendencia en las redes sociales o la moda del momento como si se tratara de un vestido al que se puede acceder porque se puso en oferta?
El verdadero perdón no es una moneda de cambio y, contrario a lo demás, el perdón sí es un cariño verdadero, que no se compra, ni se vende. No tiene precio. No se negocia, porque no es el objeto negocial de un acuerdo conmutativo en el que me das y te doy. El perdón implica poderle decir al otro: no me debes nada y definitivamente, nunca puede ser el producto o resultado de un decreto, ni de una sentencia judicial acompañada del sonido de un mallete decretando una indemnización y tampoco es el vestido de moda, la canción más sonada, ni lo mejor del séptimo arte, aunque lleve todos los efectos especiales
El perdón, a mi juicio, es un proceso individual, personalísimo, indelegable e insustituible (no se hereda, ni se impone), pero, además, es una decisión que implica responsabilidades y determinación y para que pueda tener un efecto y un impacto, interno y externo y propiciar un terreno fértil para resembrar en él otras realidades que sean capaces de compensar pérdidas y restablecer el ánimo, el aliento y la voluntad de vivir, hay que hacer un vaciamiento personal del dolor que otro provocó y ese vaciamiento lleva otro proceso, profundo, espiritual y emocional de sanación y desapego que, si no se hace, el perdón jamás ocurrirá aunque el que hizo el daño lo pida o aunque a aquel que recibió el daño le indemnicen todos los perjuicios morales y materiales.
En ese contexto, el perdón social ocurrirá siempre que cada uno haga los procesos de vaciamiento y sanación, pero nunca sucederá por la promesa de perdón que otro haga en nombre de uno, alguno o todos, porque, itero, el perdón es un proceso individual, personalísimo, indelegable e insustituible (no se hereda, ni se impone) y tratar de imponerlo o exigírselo al que fue herido, sin consultar su voluntad y sin haberle ofrecido nada diferente a más dolor, es abrirle nuevamente las heridas y eso es absolutamente desconsiderado. Así que, si queremos pensar en un perdón social, empecemos primero por respetar el dolor ajeno y ayudarlo a sanar, por pedir perdón si es necesario, mostrar un arrepentimiento sincero y por ofrecer reparación y propósito de enmienda.
Concluyo diciendo que: lo descabellado y abusivo del perdón social, no es el perdón social. Lo descabellado y abusivo es acudir a un término compuesto de tan alta complejidad, que demanda la disposición personal de cada individuo, para, tal vez, negociar en nombre del dolor ajeno y sacar ventaja personal, sea la que fuere. La sociedad, ni su dolor, está para el uso, ni el abuso, ni la manipulación, sino para ser protegida, reparada y procurarle bienestar, paz, prosperidad y felicidad.