Los recientes hechos de presunta discriminación que se presentaron en el Centro Comercial ANDINO ubicado en la zona rosa de la ciudad de Bogotá, concretados en la reacción violenta de un ciudadano en contra de una pareja de jóvenes gay, porque, según su parecer, ellos se tocaban de forma tal que podían escandalizar con ello, según él, moralmente a un grupo de niños que se hallaban jugando, pone de nuevo en el debate público lo que significa un Estado pluralista, democrático, liberal, que propugna por la igualdad real y por una paz estable y duradera.
Y resurge el debate de forma concreta en relación con los derechos, también deberes, de la población LGBTI, pero también de aquella que no lo es, ya que en una Estado plural, diverso, que reconoce la igualdad y la libertad, los derechos y los deberes deben tener vocación universal, nos guste o no.
De los derechos de los heterosexuales y de los que no son homosexuales, no hay mucho que decir, ellos están reconocidos, ejercidos y protegidos desde siempre, claro que más los derechos de los hombres que los derechos de las mujeres, salvo el eterno derecho a reproducir de las mujeres, en veces o muchas veces impuesto, porque, eso sí, el derecho a votar se les restringió a las mujeres hasta 1957, sin importar su condición de heterosexual, lo cual confirma una moral selectiva y de conveniencia en la comunidad heterosexual.
Ahora, en relación con los derechos de la población LGBTI, ellos son históricamente recientes, aunque su práctica sea de todos los tiempos en la clandestinidad y contra toda persecución. Sin embargo, ya los derechos de la comunidad LGBTI, como derechos, guste a muchos o a pocos, o no guste ni a muchos, ni a pocos, tienen amparo constitucional y legal, su reconocimiento ya no es un clamor, sino un hecho. En ese sentido, la invitación es a que muchos no hagan el ridículo, ni incurran en infracciones jurídicas al exponer sus prejuicios, frustraciones, homofobia y doble moral, y menos violentamente, porque esos actos, en veces conductas, en nada le aportan al ejercicio pleno de la libertad, la igualdad y la paz en un Estado que se ha proclamado como Estado Social de Derecho.
Las personas deben ser libres para decidir con quién se acuestan y con quién se levantan y eso hace parte de su derecho a la intimidad y al derecho al libre desarrollo de su personalidad, y también deben serlo para decidir a quién, cuándo y cómo brindarle y expresarle su afecto, consentido por supuesto, y esto debe ser respetado si se hace en público, naturalmente, sin que esas manifestaciones afectuosas constituyan actos obscenos que atenten contra la poca moral que aún queda, pero la calificación de obsceno no es el producto de la simple creencia individual.
Las explosiones de paternidad para coartar el ejercicio de lo que me atrevo a denominar derecho a dar y recibir afecto con mutuo respeto, so pretexto de que se está velando por los derechos de los niños, es una falacia, un sofisma, que, a mi juicio, en el caso de lo sucedido en el ANDINO, es la falacia de “petición de principio o petitio principii”, cuya estructura del sofisma sería:
Todos los tocamientos en público de los gay corrompen a los niños
¿por qué corrompen a los niños los tocamientos?
Porque son tocamientos de los gay
(Y nada más alejado de la realidad)
Cuando la realidad es que reaccionar violentamente delante de los niños, para afectar el ejercicio de un derecho, es más bien una forma de negarle a los mismos niños, la oportunidad de que puedan crecer reconociendo y aceptando la diferencia, y de que sean más libres si desde temprana edad se les brinda una adecuada educación sexual, en valores, libre de prejuicios, respetuosa de la pluralidad y la diversidad y se les deja claro que la homosexualidad no es, ni pecado, ni delito, y que la población LGBTI no tiene negado ni a Dios, ni al Estado y menos al Estado de Derecho, en el que sus derechos le alcanzan, incluso, para conformar y disfrutar de su propia forma de vida y de familia, aunque esa forma no responda a la concepción clásica de familia, muchas veces integrada por padres y madres casados múltiples veces, viviendo con "los tuyos, los míos y los nuestros" o "rejuntados" (en uniones maritales de hecho), de manera simultánea con su matrimonio vigente, aunque sea el segundo o tercero o más, según la moral, suerte o conveniencia, o también disuelto.
Tal vez, en ese dilema de los buenos (heterosexuales) y los malos (LGBTI) o viceversa y en sentido contrario, la sociedad debería preguntarse: ¿qué es lo que necesitamos más?, ¿personas que se consideran mejores por sus prácticas heterosexuales?, ¿personas que se consideran mejores por sus prácticas homosexuales? o ¿simplemente lo que necesitamos es: mejores personas que, más allá de sus gustos sexuales, sepan lo que es la solidaridad, la concordia, el respeto, la responsabilidad, la ecosensibilidad, vivir en paz, la felicidad, la unidad, el trabajo en equipo, la fraternidad, la gratitud y el verdadero afecto y obren en consecuencia?.
GLORIA YANETH VÉLEZ PÉREZ
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