¿Democracia o Dinerocracia?
Confieso que como editorial tenía una reflexión sobre el Teletrabajo en Colombia para darle un poco de continuidad a la editorial del domingo pasado y dada la prueba piloto que al respecto realizará la Gobernación de Cundinamarca, según lo anunció, pero antes de publicarla, leí en el Diario El Espectador la columna de opinión de William Ospina titulada La taberna de Kafka. En esta columna, Willian Ospina se pregunta “¿Hasta cuándo estarán los países en manos de esos poderes que están en condiciones de financiar las costosas campañas electorales de los gobernantes de este tiempo? ¿Y hasta cuándo seguiremos llamando democracia a poderes elegidos por el que más dinero tenga, esto que Borges llamaba “ese curioso abuso de la estadística”?”. Estas preguntas, sin duda, hacen que se pueda proponer una respuesta en torno al hecho de que tal vez la democracia no existe, al menos no en esta época en la que tanto la pregonamos y la invocamos como si fuera un símbolo patrio.
Sobre la Democracia, valga señalar brevemente, se tienen diferentes concepciones como lo es por ejemplo la consideración de democracias occidentales y, entre otras, las democracias de los países en desarrollo, dentro de los que se contaría Colombia. Sobre las Democracias de estos últimos, un recordado autor Eduardo Rozo Acuña en su obra Introducción a las Instituciones Políticas (p67), escribió en 1982, y esto no ha cambiado, lo siguiente: en “América Latina, a pesar de tener las formas presidenciales o parlamentarias, la tridivisión de los poderes, los controles de legalidad, la participación popular o el centralismo democrático, como marcos institucionales para el ejercicio del poder, viven en un ambiente económico, político y social de atraso que invalida todo ese marco político institucional de sus formas de Estado o de Gobierno. En estos países, su forma de vida política se puede definir con los términos usados por el Profesor Karl Loewenstein para explicar el significado de constituciones o gobiernos semánticos, en el sentido de una restricción de acción y de una dirección del gobierno en la forma deseada por los detentadores del poder”. “La conformación del poder (en los países en desarrollo) está congelada en beneficio de los detentadores fanáticos del poder, independiente de que estos sean una persona individual (dictador), una junta, un comité, una asamblea o un partido”.” Es más, como da cuenta la historia, muchas guerras se han librado y muchas vidas se han sacrificado en todo el orbe por ese ideal de la democracia, por ese poder participar en la vida política de un Estado.
La Democracia adorna hoy en día las diferentes Constituciones Políticas de un gran y significativo número de países del mundo, cada Estado se declara como Democrático, Colombia no es la excepción y así lo declara en el Artículo 1 de la Constitución Política de 1991, Artículo en el que además se agrega que “es un Estado social de derecho, participativo y pluralista.” Pero, ¿qué tan democráticos son los Estados que así se declaran? y ¿qué tan democrática es Colombia? O ¿cómo dijese uno de los autores citados, se está en presencia de democracias semánticas?. La respuesta seguramente estará no solo en los textos académicos, editoriales y columnas de opinión, sino en los corazones de todo aquel que en algún momento ha soñado y clamado una dosis real de libertad y de igualdad.
Volviendo a Roso Acuña y a Loewenstein, si países como Colombia 'viven en un ambiente económico, político y social de atraso que invalida todo ese marco político institucional de sus formas de Estado o de Gobierno que tienen una restricción de acción y una dirección del gobierno en la forma deseada por los detentadores del poder', cabe, entonces, preguntar, si ¿asistimos realmente a una Democracia? o si ¿participamos más bien de lo que podría llamarse una “Dinerocracia”? entendiendo por esta figura “dinerocracia” no la prevalencia de las mayorías en las urnas, sino la prevalencia de las mayores cantidades de dinero que en cabeza de unos o algunos tienen el efecto práctico de conducir a las mayorías (aquí si personas) a las urnas. Realizo esta reflexión con el fin de abrir el debate en torno al peso que logra tener en toda elección, nacional, local o de cargos aislados, y en la dirección de los gobiernos, la cantidad de dinero que se pueda poseer, sumando a ello, la figura del patrocinio, del subsidio y de la subvención.
Todo parece indicar que ya no son suficientes los votos para ganar en las urnas si ellos no van acompañados de importantes fortunas porque como se aprecia con las personas que han sido revelaciones políticas y que han conquistado por los votos en las urnas curules en Corporaciones Públicas, no así han podido ellas impactar con nuevos proyectos y nuevas formas dentro de las Corporaciones mismas en las que quienes votan son otras mayorías.
El reconocimiento de que el dinero juega un importante papel en la democracia lo confirman hechos como la consagración de la Ley de Garantías que buscan evitar que los Gobernantes de turno realicen contrataciones que puedan influir en el rumbo de las elecciones, cualesquiera sea su escenario y alcance y aunque habría que preguntar cuál ha sido realmente la eficacia de la Ley de Garantías, a lo que apunta este escrito a pensar en la injerencia de la “Dinerocracia” en la práctica de la democracia.
Otros hechos están dados en que hasta para hacer el lobby que se requiere cuando se aspira a un cargo público como los de Procurador General de la Nación, Contralor General de la República, Auditor General de la Nación, Magistrado de las Altas Cortes o cualesquiera otro, se requiere contar con los recursos económicos necesarios al menos para sostener los viajes y el tiempo que tal lobby demanda, y es claro que el ciudadano y académico sencillo no puede ocuparse de tales gestiones porque los recursos no le alcanzan y hasta allá no ha llegado la fuerza del uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación.
Seguramente esa es la cultura dinerocrática que se ha cultivado a lo largo de los doscientos años de independencia para llevar a cabo las prácticas democráticas. ¿Será que no hemos pensado y modelado lo que realmente es la Democracia?
Confieso que como editorial tenía una reflexión sobre el Teletrabajo en Colombia para darle un poco de continuidad a la editorial del domingo pasado y dada la prueba piloto que al respecto realizará la Gobernación de Cundinamarca, según lo anunció, pero antes de publicarla, leí en el Diario El Espectador la columna de opinión de William Ospina titulada La taberna de Kafka. En esta columna, Willian Ospina se pregunta “¿Hasta cuándo estarán los países en manos de esos poderes que están en condiciones de financiar las costosas campañas electorales de los gobernantes de este tiempo? ¿Y hasta cuándo seguiremos llamando democracia a poderes elegidos por el que más dinero tenga, esto que Borges llamaba “ese curioso abuso de la estadística”?”. Estas preguntas, sin duda, hacen que se pueda proponer una respuesta en torno al hecho de que tal vez la democracia no existe, al menos no en esta época en la que tanto la pregonamos y la invocamos como si fuera un símbolo patrio.
Sobre la Democracia, valga señalar brevemente, se tienen diferentes concepciones como lo es por ejemplo la consideración de democracias occidentales y, entre otras, las democracias de los países en desarrollo, dentro de los que se contaría Colombia. Sobre las Democracias de estos últimos, un recordado autor Eduardo Rozo Acuña en su obra Introducción a las Instituciones Políticas (p67), escribió en 1982, y esto no ha cambiado, lo siguiente: en “América Latina, a pesar de tener las formas presidenciales o parlamentarias, la tridivisión de los poderes, los controles de legalidad, la participación popular o el centralismo democrático, como marcos institucionales para el ejercicio del poder, viven en un ambiente económico, político y social de atraso que invalida todo ese marco político institucional de sus formas de Estado o de Gobierno. En estos países, su forma de vida política se puede definir con los términos usados por el Profesor Karl Loewenstein para explicar el significado de constituciones o gobiernos semánticos, en el sentido de una restricción de acción y de una dirección del gobierno en la forma deseada por los detentadores del poder”. “La conformación del poder (en los países en desarrollo) está congelada en beneficio de los detentadores fanáticos del poder, independiente de que estos sean una persona individual (dictador), una junta, un comité, una asamblea o un partido”.” Es más, como da cuenta la historia, muchas guerras se han librado y muchas vidas se han sacrificado en todo el orbe por ese ideal de la democracia, por ese poder participar en la vida política de un Estado.
La Democracia adorna hoy en día las diferentes Constituciones Políticas de un gran y significativo número de países del mundo, cada Estado se declara como Democrático, Colombia no es la excepción y así lo declara en el Artículo 1 de la Constitución Política de 1991, Artículo en el que además se agrega que “es un Estado social de derecho, participativo y pluralista.” Pero, ¿qué tan democráticos son los Estados que así se declaran? y ¿qué tan democrática es Colombia? O ¿cómo dijese uno de los autores citados, se está en presencia de democracias semánticas?. La respuesta seguramente estará no solo en los textos académicos, editoriales y columnas de opinión, sino en los corazones de todo aquel que en algún momento ha soñado y clamado una dosis real de libertad y de igualdad.
Volviendo a Roso Acuña y a Loewenstein, si países como Colombia 'viven en un ambiente económico, político y social de atraso que invalida todo ese marco político institucional de sus formas de Estado o de Gobierno que tienen una restricción de acción y una dirección del gobierno en la forma deseada por los detentadores del poder', cabe, entonces, preguntar, si ¿asistimos realmente a una Democracia? o si ¿participamos más bien de lo que podría llamarse una “Dinerocracia”? entendiendo por esta figura “dinerocracia” no la prevalencia de las mayorías en las urnas, sino la prevalencia de las mayores cantidades de dinero que en cabeza de unos o algunos tienen el efecto práctico de conducir a las mayorías (aquí si personas) a las urnas. Realizo esta reflexión con el fin de abrir el debate en torno al peso que logra tener en toda elección, nacional, local o de cargos aislados, y en la dirección de los gobiernos, la cantidad de dinero que se pueda poseer, sumando a ello, la figura del patrocinio, del subsidio y de la subvención.
Todo parece indicar que ya no son suficientes los votos para ganar en las urnas si ellos no van acompañados de importantes fortunas porque como se aprecia con las personas que han sido revelaciones políticas y que han conquistado por los votos en las urnas curules en Corporaciones Públicas, no así han podido ellas impactar con nuevos proyectos y nuevas formas dentro de las Corporaciones mismas en las que quienes votan son otras mayorías.
El reconocimiento de que el dinero juega un importante papel en la democracia lo confirman hechos como la consagración de la Ley de Garantías que buscan evitar que los Gobernantes de turno realicen contrataciones que puedan influir en el rumbo de las elecciones, cualesquiera sea su escenario y alcance y aunque habría que preguntar cuál ha sido realmente la eficacia de la Ley de Garantías, a lo que apunta este escrito a pensar en la injerencia de la “Dinerocracia” en la práctica de la democracia.
Otros hechos están dados en que hasta para hacer el lobby que se requiere cuando se aspira a un cargo público como los de Procurador General de la Nación, Contralor General de la República, Auditor General de la Nación, Magistrado de las Altas Cortes o cualesquiera otro, se requiere contar con los recursos económicos necesarios al menos para sostener los viajes y el tiempo que tal lobby demanda, y es claro que el ciudadano y académico sencillo no puede ocuparse de tales gestiones porque los recursos no le alcanzan y hasta allá no ha llegado la fuerza del uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación.
Seguramente esa es la cultura dinerocrática que se ha cultivado a lo largo de los doscientos años de independencia para llevar a cabo las prácticas democráticas. ¿Será que no hemos pensado y modelado lo que realmente es la Democracia?